Desde bien pequeña, siempre quiso ser la protagonista de su
familia. Era la mayor de tres hermanos y hasta que nacieron ellos, fue feliz
.
Una vez que los ojos de sus padres, miraron para los más pequeños de la casa,
su odio y envidia fue creciendo a medida que pasaban los días. En ese momento
fue cuando quizás un par de cachetes, la hubieran hecho reflexionar sobre aquello,
pero esas tortas, no vinieron a su debido tiempo. Y un día por otro, sus padres
la fueron toreando como buenamente pudieron. Aprendieron a convivir con ella, a
pesar de sus enfados y su mal humor cuando ella, no era la principal
protagonista de cualquier cosa.
Los años fueron pasando y sus dos hermanos la iban
conociendo mejor. Sabían como enfadarla y como hacerla sentirse mal. Por eso
durante muchos días, esa era la forma que tenían de jugar con ella. Todo
acababa siempre con ella llorando y sus padres riñendo a sus dos hermanos.
En el colegio lo pasaba igual de mal. No era buena estudiante
y cuando les daban las notas y sus compañeros de clase las sacaban mejores que
ella, llegaba llorando a casa. En los recreos muchas veces acababa sola en un rincón,
cuando sus compañeros y amigas, no jugaban a lo que ella decía y así poco a poco,
se fue encerrando en su mundo del cual a día de hoy, no ha sido capaz de salir.
Después del colegio, llegó el instituto y aunque parecía que
su estado de envidia había remitido un poco, nada más lejos de la realidad.
Llegaron nuevas amistades que al no conocerla bien, la dieron una tregua para
ganarse su amistad. Pero con el paso de los años, todos acababan por darla de
lado, según la iban conociendo mejor.
En el tema de los amores, siempre la pasó lo mismo. Acabó
mezclando la envidia con los celos y aunque es verdad que era atractiva, su
forma de ser acababa por catalogarla ante los ojos de los chicos, como un cardo
borriquero, como decían ellos. El primer chico con el cual empezó a salir, tan
solo la aguantó un par de meses, aunque ella creía que sería el chico de su
vida. Un par de encontronazos y muchas preguntas absurdas, bastaron para que
aquel chico se hartara de ella.
Cuando acabó sus estudios, estuvo un tiempo en casa sin
hacer nada, sin duda fueron los peores meses que sus padres pasaron. Todo era
mal carácter, malas contestaciones y siempre la envidia detrás de todo. Su
padre por medio de un buen amigo, logró encontrarla un trabajo, que aunque no
era de lo que ella había estudiado, podía defenderse bien. De esa manera,
lograron quitársela de encima las horas que su trabajo la requerían.
Con el paso de los años, conoció a un chico. También era de
su mismo pueblo y aunque no compartía el mismo carácter que ella, supo llevarla
todo lo bien que pudo. Sin duda, mucha culpa tuvo el ver cómo los años pasaban
y ese hombre, no encontraba a su media naranja. Así que aguantó los arrebatos
que a su chica le daban a menudo, cuando las cosas no salían como ella querían.
Después de algunos años de noviazgo, decidieron contraer
matrimonio. En la lista de invitados se pudo comprobar que la mayoría venían por
parte del novio. Ella, casi no conservaba ningún amigo de la infancia y los
pocos que tenia, se inventaron alguna excusa para no ir a dicha boda. Sin duda
ese día fue uno de los más felices en la vida de sus padres, que sabían el
hueso que se quitaban del medio.
Muy pronto tuvieron familia, un niño que vino al mundo sano
y fuerte. Su madre desde muy temprana edad, le fue malmetiendo los mismos
defectos que ella tenía y pronto los resultados no se hicieron esperar. Los
amigos de su hijo no eran buenos compañeros según ella. Le escogía con quien debía
de juntarse y no era nada raro verle muchas veces jugando solo, como hacia
algunos años la paso a su madre. Aunque su padre impedía muchas veces que a su
hijo le pasara lo mismo. Le apuntaba a todo donde hubiera más niños. Futbol,
baloncesto, ingles, cursos de música, etc. Pero todo era inútil, en todos los
sitios iban conociendo a su hijo y le iban dando de lado.
Su padre lejos de ocultar el problema, logró hablar con los
profesores de su hijo, a escondidas de su mujer y todos coincidieron en lo
mismo. El carácter del niño no era el más apropiado para su edad. Así que le
recetaron la medicina que a su mujer no dieron de pequeña, las dos tortas.
El primer día, aparte de dárselas a su hijo cuando se las mereció
en casa por una mala contestación, estuvo a punto de dárselas a su mujer también.
Aquello le costó estar sin hablarse con ella bastantes días, pero poco a poco
su hijo fue cambiando su carácter, eso sí, ayudado de su padre y de los
maestros y a escondidas de su madre.
Hoy en día, hay veces que por culpa de su madre pierde algún
amigo, porque ella sigue con el mismo problema de siempre. Así que no es muy
raro verla enzarzada con alguna otra madre que se queda asombrada al ver dicha reacción,
la cual hubiera tenido una cura bastante barata y sencilla en su día y que hoy
cuesta mucho mas.
Esperemos que ese niño siga los pasos de su padre y no se
fije mucho en su madre, pues le puede costar acabar de la misma forma que ella
y todo, por no darle dos guantazos a tiempo.
Si la envidia fuera tiña…cuanto mejor nos hubiera ido a
todos.
Mala cosa el actuar con una sobreprotección e instintos maternales que llevan a una malcrianza que, claramente perjudican y condicionan el futuro de los hijos.
ResponderEliminarOtro muy buen capítulo. Saludos, txapeldun.