Había una vez un hombre, el cual estaba tan enamorado de
aquella mujer, que se pasaba las horas muertas pensando en ella. Un día sentado
delante de una charca de agua, al escuchar caer la misma por encima del muro
que la contenía, pensó que era hora de declararse ante ella. Su miedo al
fracaso era tan grande, que no sabía como decírselo. Una piedra tras otra iba
cayendo al fondo de aquella charca, como si ellas fueran las que tenían aquella
respuesta que ese hombre necesitaba tanto.
En una pausa que hubo entre el ruido que hacían las piedras
al chocar contra el agua, pudo ver saltar a una rana, desde una piedra a otra,
justo en la orilla de enfrente a donde él se encontraba. La miró con tristeza,
al verla tan pequeña y frágil. La rana que sabía que estaba siendo observada
por aquel hombre, no le quitaba ojo. Temía que alguna de las piedras que aquel
humano estaba lanzando al gua, fueran a impactar contra ella.
De nuevo la imagen de aquella mujer querida, volvió a la
mente de aquel hombre, que se había quedado sin piedras alrededor, para seguir
lanzándolas al agua. Se volvió a fijar en aquella insignificante rana, la cual
aguardaba con mucha paciencia a que alguna mosca despistada, se posara cerca de
su lengua. Cosa que no tardó en suceder. Así aquel hombre presenció como
aquella rana insignificante, se decidía en un instante a actuar, le iba la
supervivencia en ello, un solo segundo de descuido y ese día quizás no sería
capaz de cazar nada más, con las consecuencias que ello le acarrearían.
Está claro, pensó aquel hombre, las cosas hay que hacerlas
según te vienen a la mente, dejarlo para más tarde, puede ser tu perdición.
Ahora mismo me pongo en pie y me encamino hasta la casa de mi amor platónico,
no puedo dejar ni un solo minuto, que alguien se me adelante y me la quite,
cosa que no soportaría, si me pasara.
Una vez puesto en pie y
sacudiéndose los pantalones, listo para partir, una voz le sacó de su
letargo, asustado miró hacia el lugar de donde procedía dicha voz. De allí,
salía una gran columna de humo blanco, seguramente producida por el contacto
del agua con las llamas. De pronto recordó lo que hacía allí delante de aquella
charca, miró a su alrededor y allí seguían los dos cubos de plástico, vacios y
que esperaban justo al lado de él, a ser llenados.
Niño!!! Dijo aquella voz. Tráete
el agua deprisa que se nos pasa la piconera!!
Al introducir los cubos en el
agua para ser llenados, la rana que seguía de cacería en la misma piedra, se
asustó y lanzándole una mirada desafiante a nuestro hombre enamorado, se pudo
escuchar como con su croar le decía: Cobarde.
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