Esta mañana después de un largo viaje, llegábamos al Pueblo
de Vegaviana, en el cual despedíamos a una gran mujer.
Julia era prima hermana de mi madre, pero no de las primas
de ahora. De aquellas que eran igual que hermanas y como tal se llevaban.
Corría el año 1956 cuando un puñado de familias, que no tenían
donde caerse muertas recibían la propuesta de ocupar un nuevo pueblo. Un pueblo
de colonización en donde les prometieron mucho más de lo que les dieron al
final. Sin duda aquellas familias viajaron con la expectativa de afincarse allí
y poder hacer una vida digna y mucho más boyante que la que llevaban en sus
diferentes pueblos.
Mal viviendo los primeros años en barracones, hasta que se acabó
de construir el pueblo, fueron pasando los días y los meses. Ellos, mi tía y
sus padres, ya iban ayudando en las parcelas que les habían sido donadas para
su explotación. Un trabajo duro y a veces sin recompensa ninguna, había que
vivir muy pendientes de lo que hiciera el tiempo. Y en una tierra como la
extremeña. Era difícil que un año por otro, no les diera algún disgusto en
forma de sequia o de otras inclemencias meteorológicas. Así a pesar de que
emigraron casi tres mil personas hasta aquel pueblo, con el paso de los años y
ante su baja expectativa de poder vivir un poco mejor, se volvió mucha gente de
nuevo a sus pueblos de origen.
Monumento al colono (Vegaviana)
No fue el caso de mi tía, la cual además de
asentarse firmemente en Vegaviana, formó una gran familia con seis hijos a sus
espaldas, con lo que aquello suponía por aquellos años. No por ser madre de
familia numerosa, se la eximia de trabajar en la parcela. Lejos de eso, la
recuerdo partiéndose los riñones cogiendo pepinillos, guindillas, tabaco,
pimientos, melones, sandias y anteriormente sembrando y recogiendo algodón.
Especie que fue la primera que sembraron todos los colonos que allí acabaron
por establecerse.
Hace un par de años que su marido falleció. Mi tío Andrés
era una persona noble, trabajadora y una persona de las que decían las cosas
claras y no se andaba con rodeos. En definitiva la gente que por lo menos a mí,
me merecen mucho la pena. Nuestra amistad nunca se quedó por el camino y bien, venían
ellos a Huertas o bien, íbamos nosotros a Vegaviana. Me gustaba mucho ir a
visitarles pues lo que tardaba en llegar al pueblo, era uno más de ellos. Y así
pude comprobar de primera mano lo que se trabajaba en dicho oficio, el oficio más
antiguo del mundo que no es otro que labrar la tierra y explotarla para poder
vivir de ella.
Recuerdo muy bien lo duro que era recoger cualquier fruto
sembrado. Daba igual que fueran pimientos o guindillas, mis primos se reían de
mi torpeza y a mí me quedaba asombrado, la rapidez con la que trabajaban todos.
Igualmente mis primas que mis primos. Daba lo mismo que unos tuvieran más de
veinte años y otros no alcanzaran la decena. Allí ayudaban todos en lo que podían
y por supuesto mi tía al mando de todo. Una vez en casa, tocaba el aseo de los más
pequeños y hacer comida para todos. Nunca la oí relatar por nada y me quedaba
perplejo ante su manera de vivir el día a día. Puesto que sabían muy bien que
si un año había sido muy bueno sembrando tabaco y habían reunido algo de
dinero, no se podía despilfarrar por si el siguiente año tenían mala cosecha y había
que vivir de lo conseguido el año anterior.
Además de todo eso, siempre estuvo pendiente de toda la
familia, sobre todo de la nuestra, dado el lazo que le unía siempre con mi
madre, la cual tuvo que vivir en dicho pueblo varios años, junto a mis abuelos
y tíos. Por eso mi madre y mi tía Julia, más que primas eran hermanas. Muchas
llamadas de teléfono de una a otra, en las que se contaban todo lo ocurrido
desde su última conversación. Que si líos de familias, que si nacimientos de
mas miembros, noviazgos de sus respectivos hijos, muertes ocurridas en ambos
pueblos, puesto que las dos conocían a mucha gente.
Hace más de cinco años que a mi tía Julia la detectaron un cáncer.
Lejos de acobardarse y rendirse ante la poca vida que le daban, se agarró a su ilusión
por vivir y fue todo un ejemplo para todos los enfermos que con ella compartían
esa dura enfermedad. Su familia siempre creyó en su fuerza y su vitalidad y así
año a año y sin bajar nunca la guardia, siguió viviendo como buenamente pudo,
con muchos dolores que ella sola se tragó para no desestabilizar jamás a su
familia, la cual tiene repartida por toda la península, incluso alguno de sus
hijos, viviendo fuera de ella.
En una iglesia abarrotada y algo fría, debido a la humedad
que la viste, la hemos despedido. De las pocas veces que frecuento la iglesia,
hoy no sé porque motivo, ha sido una de esas veces y no me arrepiento de haber
presenciado un sermón por parte del cura del pueblo, elevando la figura de mi tía
mucho más de lo que yo pueda escribir en estas líneas. Así he podido comprobar
viendo la gente que ha acudido a despedirla. Mi tía y su familia han dejado una
profunda huella en aquel pueblo, que años atrás era poco más que unos cuantos
de barracones, donde familias de muchos pueblos de Extremadura, se miraban unas
a otras con caras de pena y pensando donde se habían ido a meter.
Hoy cuando dejábamos atrás las ultimas encinas y alcornoques
que adornan sus calles, he escuchado a mi madre suspirar, como queriendo
expulsar de golpe todo los recuerdos que se la venían a su mente. Recuerdos de
una niñez dura y poco recompensada que acababan hoy de golpe y porrazo, una vez
que su “hermana mayor” y ultima habitante en Vegaviana de su familia, había sido
enterrada.
Una vez más he podido comprobar cómo llorar es síntoma de aprecio
y amor, aunque seas gente recia y gente trabajadora como han sido y seguirán siendo
siempre, los habitantes de Vegaviana, los cuales más de uno, abandonaban la
iglesia y después el cementerio con lagrimas en los ojos. Seguramente acordándose
de aquellos primeros años de pobreza y miserias, donde después de haber
trabajado muy duramente todo el año, seguían pasando las mismas calamidades y
penurias que en sus pueblos de procedencia. Aunque a ellos les habían prometido
otra cosa de la que se encontraron en aquellos barracones en donde se quedó buena
parte de su infancia.
Por todo eso siempre estaré orgulloso de pertenecer a esa
gran familia comandada siempre al frente por una gran mujer, como era mi tía
Julia y de la que por desgracia, quedan pocas en el mundo.
Siempre me haré la misma pregunta una y otra vez, ¿Cómo hubieran
sido nuestras vidas si estas mujeres hubieran estado al frente de ella en
cualquier responsabilidad política? Seguramente que otro gallo nos hubiera
cantado a todos.
Hasta siempre Tía Julia, una gran mujer.
Creo que este, no es un capítulo más. Es, sin duda alguna, un homenaje a una gran mujer de las que desgraciadamente van quedando pocas.
ResponderEliminarMi más sinceras condolencias y en especial para tu madre.