Todo
iba rodado, nunca hasta ese entonces nos habíamos puesto a pensar que la vida
que llevábamos podía irnos peor, ni tampoco mejor; no nos hacía falta. Todos
hasta la fecha éramos felices.
Según llegué
a casa de hacer mis labores en el campo, me esperaba allí Tío Pérez, gran
cazador. Había estado de aguardo esperando a que alguna perdiz despistada, se
pusiera a tiro de su escopeta. Como sabía que me gustaban mucho, me las había acercado
a casa. Yo se las cambié por un puñado de cardillos, alguna” criailla” y unas
cuantas de cebollas, que con el buen año de lluvia que estábamos teniendo, salían
cada pocos días.
Tío Pérez
me dijo que la otra mitad de las perdices cazadas, eran para Saturnino, el que
le fabricó la escopeta, era el acuerdo que tenían. Saturnino cambió la mitad de
las perdices por un conejo y una liebre, que había logrado cazar Juanito, que tenía
unos perros muy buenos, los cuales había logrado conseguir al cambiárselos a
Federico por un borrego. Dicho borrego era la excusa que Ángel, el pastor, le
daba a cambio de la cerca que le tenía dejada para pastar su rebaño. Nacho el
ganadero, también hacia lo mismo con sus terneros, un par de ellos iban para
Federico, de esa forma quedaban en paz por el aprovechamiento de sus tierras.
Estaba
pensando en acercarme a casa de tía Justa, la cual había hecho unas patateras riquísimas.
Me dijo que cuando tuviera “arromazas” y achicorias, se las acercara a casa.
Que embutidos más ricos prepara siempre esta mujer. Allí me encontré a Sixto,
que venía a traerle unos cuantos de kilos de patatas, los cuales había arrancado
hacía poco tiempo. Su huerto era de los más cotizados en el pueblo. Me comento
que tenía que acercarse a casa de Tía Manuela la modista, a la cual había encargado
unos pantalones, los que tenía para la faena en el huerto, habían estallado por
una de las pateras. Las lechugas que la dio a cambio de los pantalones, Tía
Manuela las cambió por una onza de chocolate, el cual había preparado
magistralmente tía Agapita. Junto a ella se encontraba tío Vicente, que era el
encargado de que los tratos que se hicieran en el pueblo, fueran lo más justo
posible. Es cierto que alguna que otra vez tenía que intervenir, pero quizás menos
veces de las que se podía pensar. No existía ansia por tener más que nadie, ni
tampoco egoísmo. No había morosos, porque de una u otra manera, podías llegar a
canjear lo que te hiciera falta en cualquier momento.
Al
joven Benigno, lo tenía recogiendo heno Zacarías en su finca, puesto que el
padre de este había hecho algún cambio de mala manera y la forma de pagar que había
impuesto tío Vicente era esa. Un mes trabajando para paliar la deuda y todos
contentos.
La
verdad que aquel invento que trajo aquel día, Elías el herrero, fue el
detonante de todo lo que vino después. Había logrado tallar en cobre, una cara
muy parecida a la suya. Aquello levantó mucha expectación en el pueblo y de
mano en mano, fue pasando dicha talla por casi todas las casas.
Tío Vicente estaba desconcertado al escuchar
los cambios que se habían hecho en algunos casos, tan solo por conseguir
hacerse con aquellas tallas, que hábilmente Elías el herrero, seguía fabricando.
Aquello empezó a escapársele de las manos y los canjes, se hacían casi todos a
cambio de aquellas tallas, a las cuales algunos empezaron a llamarlo monedas.
Ya no
eran equitativos dichos cambios, y cuando anteriormente un vaso de vino en casa
de Tío Bernardo podía consistir en alguna cebolla, alguna patatera, algún cardillo
o alguna achicoria, ahora eran siempre monedas lo que pedía a cambio.
El que
mejor hasta la fecha iba escapando, era Elías, que al son de lo tonto se había adueñado
de medio pueblo, a cambio de aquellas malditas monedas. Con el paso de los días,
fue dejando su oficio y solo se dedicaba a producir más y más monedas. Empezó a
prestarlas a la gente a cambio de unos intereses altísimos. La gente empezó a
dejar de ser feliz, solo trabajaban para pagar sus altas rentas y empezaron a
existir las clases en el pueblo. Los que tenían algunas monedas, los que tenían
muchas y los que rara vez tenían algunas.
Tío
Vicente dejó de ejercer como juez de paz y era Elías el que hábilmente se había
hecho con los servicios de alguno de sus amigos, a los cuales los empezó a
mandar por las casas a cobrar sus rentas. Algunos lo perdieron todo a cuenta de
aquellas malditas monedas que a día de hoy, todavía seguimos maldiciendo los
que menos poseemos y que por otro lado, siguen adorando los que más tienen. Si
aquel día hubiéramos retorcido el pescuezo a Elías el herrero, otro gallo
hubiera cantado en el pueblo…
Bonita forma de vivir hasta que llegó el "hombre blanco" para cambiarla por un sistema que traía bien estudiado. Un sistema ideado para su propio beneficio y el de quienes le sustentan en el poder.
ResponderEliminarHoy en día, las grandes corporaciones, la banca y los políticos, son y representan a ese tal Elías. Espero que nunca sea tarde para retorcerles el pescuezo. Al fin y al cabo, ellos habrían provocado la situación.
Nos queda esperar, actuar y festejarlo cuando llegue el momento.