Por una rendija de la puerta aprovechó para salir al
exterior. Fuera hacia un día esplendido y el sol brillaba como hacía tiempo que
ella no tenía la oportunidad de ver.
Casi dos años desde que la trajeron sus hijos y pocas
visitas en su currículo. Jamás pensó en verse de esa manera, sola y triste, muy
triste. En toda su estancia allí dentro, no había logrado hacer amigas. Quizás
el dolor que sentía en su alma, la impedían relacionarse con nadie.
El alzhéimer iba ganado terreno en su salud, aunque bien es
cierto que ella se daba cuenta de ello.
Al pasar delante de aquella residencia la vi en la puerta.
No se movía de allí, tan solo tenía la cabeza levantada hacia delante para
aprovechar que el aire que corría le diera en su cara e incluso le moviera el
pelo. Ese cabello que hacía mucho tiempo que no brillaba.
Me quedé observándola
un buen rato desde un banco que había justo en frente y que ocupé para desde allí,
seguir mirando a aquella señora. La puerta que había justo a su espalda se volvió
a abrir, de ella salió un vehículo en el cual unas letras amarillas, manchaban
su color negro. Ponía algo de extintores, no logré verlo bien. Su ocupante no llegó
a preocuparse si quiera por aquella señora que sin ser muy inteligente, podía saberse
que se había escapado de donde él había estado trabajando. Se abrochó el cinturón
de seguridad y desapareció por la carretera que había paralela a la residencia.
La anciana seguía en el mismo sitio, me di cuenta de que
hablaba sola, desde donde me encontraba no podía entender ni una sola de sus
frases, pero se la veía feliz allí, disfrutando de aquel sol magnifico. Cuando
aquella mujer empezó a moverse de aquel sitio, sentí temor por ella, la
carretera estaba demasiado cerca y cualquier coche podía ser su perdición si
ella cruzaba la calle. Antes de volver a pensar en las trágicas consecuencias
que podía traer aquello, me levante de aquel banco y fui a su encuentro, justo
en el momento que ella ponía un pie en el asfalto.
_ ¿Dónde va usted? La pregunté.
_ A mi casa, que me esperan mis hijos y estarán preocupados.
_ ¿Vive muy lejos de aquí? La volví a preguntar de nuevo
_ Si, bastante lejos, pero llego enseguida.
_ ¿Por qué no se sienta conmigo en este banco y esperamos a
que venga alguno de sus hijos a por usted?
_ No, déjalo hijo, yo sé bien ir sola, no te preocupes.
Antes de que se fuera la mujer por la acera caminando, volví
a insistir en que ocupara el banco aquel conmigo y lo único que se me ocurrió fue
decirla que yo conocía a sus hijos. Entonces ella, sin yo decirle nada, volvió sobre
sus pasos y se sentó en aquel banco. Su cara había cambiado sustancialmente, la
palabra hijo fue para ella un bálsamo y para mí un verdadero calvario el seguir
con aquella farsa.
_ Mi hija es muy guapa verdad, me preguntaba aquella señora
con los ojos a punto de estallar en llanto.
_ Guapísima, le contesté yo, sin saber quién era aquella
mujer a la que esta señora se refería.
_ Vive muy lejos de aquí, por eso no viene a verme, pero un día
vendrá con mis nietos y nos iremos todos juntos a su casa, eso será pronto si
Dios quiere, dijo aquella mujer.
_ Como se llama usted, la pregunté por curiosidad.
_ Me llamo Encarnación, hijo, aunque todos mis paisanos me
llaman “Encarni”.
_ Muy bien Encarni, pues si quiere le acompaño yo hasta su
casa, que usted no puede caminar mucho rato
sola.
_ Gracias hijo, muchas gracias. Vamos hasta allí y esperamos
a que venga mi hija a por mí.
Con una dificultad que antes de sentarse en aquel banco no tenía,
Encarni intentó levantarse sin éxito. Al ver su reacción la agarré de sus dos
manos y la ayudé a ponerse de pie. Juntos apoyada ella en mi brazo, nos
encaminamos hasta la puerta de la residencia donde al vernos llegar, una
cuidadora salió a nuestro encuentro.
_Donde andas Encarni que llevamos buscándote un buen rato.
_ Vengo de dar un paseo con mi hijo, que ha venido a
visitarme.
La cuidadora me miró con cara de pena, puesto que me conocía
de sobra y sabia que yo no era el hijo que aquella mujer la estaba diciendo.
Antes de que ella dijera nada la guiñé un ojo para que lo dejara así, Me dolía
mucho romper aquel momento negando a aquella mujer esa ilusión con la que había
entrado de nuevo en la residencia.
_ Bueno Encarni, me voy a trabajar, la dije. Mañana si puedo
me paso a verte otra vez.
_ ¿Ya te vas hijo? Me dijo entre lágrimas, que pronto.
_ Mañana vuelvo.
Ella me cogió del cuello y me acercó su cara a la mía dándome
los besos que solo las mujeres mayores saben dar.
_ Ten cuidado con la carretera, hijo. No corras mucho y dale
muchos besos a mis nietos. El próximo día te los traes.
Antes de irme la cuidadora me ha explicado que Encarni sufre
alzhéimer desde hace ya algún tiempo y que sus hijos vienen poco a verla. No he
querido saber más de aquella conversación. Antes de seguir mi camino he mirado
hacia la ventana de la habitación de Encarni, ella estaba allí, asomada a ella
y dándome con la mano a modo de despedida.
Mañana vuelvo, aunque me da miedo que ella no me reconozca.
Pero da igual, por lo menos hoy he podido hacerla un rato feliz, mañana ya
veremos.
Que poco hace falta para hacer a alguien feliz.
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