Domingo para
más señas, miro por mi ventana y puedo ver moverse la copa de aquel pino que sembré
hace mas de seis o siete año, ya ni lo recuerdo exactamente. Hace aire, no
mucho. Las gotas del agua caída resbalan por sus ramas y a la luz de las
farolas de la calle, que acaban de encender ahora mismo, brillan como si fueran
estrellas.
Los rosales también
se menean al son del aire y las pocas rosas que quedan en ellos, están de capa caída,
el agua en exceso les ha venido mal. Sin embargo los capullos abundan en todos
los rosales, el agua les anima a hacerse rosas.
Ni un alma
pasa por la calle, este tiempo ánima a la gente a quedarse en casa, unos
sentados al brasero viendo la televisiòn, otros leyendo algún libro, algunos otros con el ordenador a
cuesta. Los estudiantes dan un último repaso a sus apuntes, antes de afrontar
otra dura semana de exámenes, mientras, preparan la maleta para volver a la
ciudad universitaria. Sus madres les preparan de todo lo que les puede hacer falta
y algo mas, algunas se creen que van para tres meses.
La noche se
ha comido lo poco que quedaba del día y ahora ya sí que da pereza hasta de
salir a tirar la basura. No me puedo imaginar estas noches tan largas en
aquellos chozos donde nuestros antepasados, criaron a nuestros abuelos y
padres. Eso si que tiene merito.
A lo lejos
oigo ladrar a un perro, que raro, los días de caza vienen tullidos y sin ganas
de ladrar.
Me apetece
escuchar música, me relaja y me ayuda a escribir, aunque pueda parecer lo
contrario, busco algún disco de Extremoduro y lo pongo, no hace falta
escucharlo muy alto.
Ahora sí,
esto es otra cosa. El aire sigue soplando, ahora con más fuerza, puesto que el
pino se mueve más que antes y cuando todo era tranquilidad, el timbre me asusta.
Son los peques, que vienen de casa de su primo. Bueno, ya se acabo la
tranquilidad en la casa. Ahora me apetece poner más alta la música y dar por
finalizado el artículo.
Y es que todo esto puede pasar, cualquier
tarde de otoño, aunque ustedes no lo crean.
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