Un domingo más, a las ocho de la mañana como manda la
tradición impuesta por los miembros del grupo de senderismo, Huertas anda ya, salíamos
de la plaza de Huertas. En esta ocasión, éramos trece los integrantes
dispuestos a recorrer la ruta marcada para hoy, la cual transcurre por el
pueblo de Botija, lugar que se encuentra a unos treinta kilómetros de nuestro
pueblo.
Hasta Botija nos hemos desplazado en los coches y desde su
plaza, hemos comenzado dicha ruta, la cual y gracias a las tecnologías, hemos
podido seguir mediante GPS, hasta que ha durado la batería, después, ha tenido
que ser por pura orientación, dado que dicha ruta no está homologada y por lo
tanto, no está lo suficientemente marcada para que la pueda hacer cualquiera
sin necesidad de usar las tecnologías. Una pena que una ruta tan bonita y tan
poco conocida, no esté preparada para el uso de senderistas.
Alcanzando la dehesa del pueblo, comenzábamos nuestra
aventura, por la cual íbamos viendo las primeras zahúrdas, destrozadas por el
paso del tiempo. Las cuales nos indicaban a lo que estaban dedicadas dichas
dehesas, a la cría de cerdos y demás animales. Una vez andados casi cinco
kilómetros, hemos alcanzado el rio Tamuja en el que se puede disfrutar de su
joya más importante y casi única en toda España, como es el poblado Vetón. Este
poblado puede tener más años que cualquier cosa que queramos comparar, si
sabemos que habitaron nuestro entorno por el año 400 a.C.
El poblado, con bastantes signos de haber realizado obras en
el, hoy en día está un poco abandonado a su suerte. Los límites que posee, que
son unas cuerdas atadas a unos postes de madera, están en el suelo y las vacas
que habitan en dicha dehesa pueden campar a sus anchas en el poblado, con el
peligro que conlleva el que dicho ganado se pueda rascar en las paredes
antiguas y caer sus piedras al suelo. Está claro que en época de crisis estas
excavaciones y descubrimientos, pasan a un segundo plano y cuando quieren
volver a ponerlas al día, en lugar de costar su arreglo “cuatro gordas”, se
tienen que gastar ocho.
Después de visitar el poblado en su totalidad y dejar que
nuestra mente volviera miles de años atrás en el tiempo durante la visita,
hemos seguido nuestro camino, el cual iba asociado a la vera del rio Tamuja. El
cual hoy en día, lleva bastante agua y cruzarle por algunos tramos, es
imposible.
Buscando un lugar cómodo para degustar las viandas y alguna
tortilla con productos de la tierra, nos hemos topado con un cazador, el cual
aguardaba el paso de palomas, perdices o sabe dios que. El caso que nuevamente
hemos tenido que desviar nuestra ruta, parece ser que el enemigo número uno de
un senderista, es el cazador. Con los cuales no nos queda más remedio que
toparnos e intentar convivir, aunque más de uno lo arregle por la tremenda y
para “espantarnos”, pegue un tiro cerca de nosotros, como nos ha ocurrido hoy.
¡Qué ganas de que se acabe la temporada de caza!
Una vez repuesto nuestros estómagos, hemos continuado la
ruta y sin apenas batería en nuestro GPS, nos hemos apresurado a memorizar por
donde debíamos de continuar antes de hacerlo a nuestro propio albedrío.
Rio abajo hemos continuado por entre un precioso jaral. El
cual y a pesar de no estar todavía en flor, nos dejaba oler plácidamente ese
olor tan característico y tan suyo. También el olor del hinojo se mezclaba con
las jaras y el resultado era espectacular, daban ganas de sentarse allí y
quedarse para siempre.
Unos kilómetros más abajo hemos llegado a uno de los muchos
molinos que hay en el rio Tamuja, pero este ha corrido más suerte que sus
hermanos y ha sido “parcialmente” restaurado. Y digo esto porque parece a
simple vista que dicha obra no está acabada, aunque es verdad que no queda
mucho trabajo por hacer. Sin duda es un lugar espectacular donde puedes pasar
el rato que quieras disfrutando del agua, que en una antigua presa, sale por
varias grietas. Grietas producidas por el paso del tiempo que dan al lugar una
magia singular y digna de ser visitada. Nosotros, los miembros del grupo,
hablábamos de las posibilidades que existen para dicho lugar. Desde un centro
de interpretación para enseñar a los más pequeños el funcionamiento de un
molino, hasta un albergue juvenil para acoger acampadas de fines de semana o de
cualquier otro tiempo. Allí hemos hecho multitud de fotos y hemos parado un
rato a echar un trago de agua, dado que el promedio que llevábamos andado, era
bueno.
Una vez levantado el campamento, nos hemos puesto de nuevo
en ruta, pero esta vez ya no teníamos quien nos guiara. Así que, gracias a la
intuición de uno de los miembros del grupo y quitándonos la idea a los demás de
tirar por otro lado, ha hecho que diéramos con la ruta señalada. Lugar donde
únicamente hemos apreciado alguna marca que dijera que estábamos en la ruta
correcta.
A pesar de que más o menos sabíamos que estábamos en lo
cierto, al pasar por una nave ganadera y visto que había un hombre allí, le
hemos preguntado si ese era el camino correcto. A lo que el gentilmente, nos ha
dicho que si y nos ha indicado por donde debíamos de continuar hasta el pueblo.
Pasando por la ermita de Botija y disfrutando de nuevo de
varias zahúrdas antiguas, hemos dado con el camino de regreso, que nos ha
llevado de vuelta hasta la plaza de Botija, donde después de acabar de bebernos
el agua de las cantimploras y de habernos hecho las fotos de rigor, hemos dado
por finalizada dicha ruta.
La cual a título personal he de decir que me ha encantado y
que es sin duda una de las más bonitas de por aquí. Lo único malo es lo poco o
nada marcada que está. Así que de momento sin un GPS, es imposible de realizar
sin perderse. Esperemos que con el tiempo dicha ruta pase a estar homologada y
la marquen como es debido, sin duda alguna que, merece mucho la pena de
realizar para cualquier persona, puesto que no es muy larga, consta de unos
quince kilómetros más o menos. Los cuales andas sin darte cuenta.
Los valientes de hoy:
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