Bendita rutina la de levantarte y oler a
tierra húmeda, que no mojada por el fresquito que ha hecho en la noche
anterior, la cual has dormido como un lirón sin que nada ni nadie te haya hecho
perder el sueño.
Abrir la
puerta de la calle y no escuchar nada más que a los madrugadores pájaros,
gorriones y tordos y algún colorín que quiere interponer su cántico al de sus
compañeros de vuelo, que a pesar de ser la melodía más bonita de las tres
especies, es la que menos se oye. Una urraca interfiere a los cánticos anteriores y con el suyo parece reprender a los melódicos cánticos de sus
vecinos de cielo. El nido de lechuza sigue en el mismo sitio años tras año y
aunque son molestas cuando salen a disfrutar de la noche, no deja de ser
espectacular sus “chillidos”.
El perro del
vecino también se ha puesto en pie y se deja oír algunos ladridos para llamar
la atención de su amo, el cual sin tener que preocuparse de sacarle a hacer sus
necesidades, le abre la puerta y mirándole a la cara parece como si le dijera, “no
te preocupes por mí, que no tardo”.
Las gallinas
han tomado el cordel, escarbando en la tierra dura intentan encontrar algún bicho
para llevarse al pico, alguna de ellas busca entre los zarzales refugio para
poner su huevo diario, a pesar de que su dueño se enojará al descubrir que sus
gallinas cada día ponen menos huevos en el gallinero, ¿se los comerán ellas? Hoy
toca coger la hoz y buscar el nidal perdido, que contento cuando te encuentras
ocho o nueve huevos juntos.
A lo lejos
se ve venir a un paisano andando deprisa con los cascos de la radio puestos,
Todas las mañanas lo primero que hace al levantarse es pasear una hora, el
ultimo achuchón que le dio no le dejó otra alternativa. Es feliz andando, ha
descubierto que la naturaleza es sabia y todas las mañanas aprende algo de ella.
Su perro se detiene ante un zarzal del camino, no es cazador pero le viene de
raza. Del zarzal sale corriendo una gallina colorada bastante grande con una
gran escandalera que provoca que sus compañeras hagan lo mismo que ella y
todas a la vez acudan al gallinero. El dueño de las gallinas acude al zarzal
con la esperanza de encontrar allí los huevos perdidos y después de espantar al
perro del paisano para que no entrara el primero, se da de bruces con un nidal
de más de una docena de huevos, la sonrisa se apodera de su cara y el paseante
se contagia de la misma y le reprocha: “Si no es por mi perro, no encuentras
los huevos”.
El dueño de
las gallinas le ofrece la mitad del nidal al dueño del perro, este no tiene
pensado ir cargado con los huevos todo el paseo y reniega de cogerlos. Mientras
en el tira y afloja, un caballo montado por otro paisano viene al trote por el
cordel. Al pasar delante de ellos los saluda con la mano y sigue su camino. El
paseante después de despedirse del dueño de las gallinas, sigue su camino quizás
más contento que ninguno de los días anteriores, prestando más atención a su
perro, que hoy le dio una lección de búsqueda sin que nadie le enseñara.
Mientras en la emisora de radio que va escuchando, acaban de dar información del
tráfico en Madrid: Tres kilómetros de atasco en la M30, otros tres en la M40 y tráfico
denso y fluido en el paseo de Extremadura. El paisano mira a su alrededor y
solo ve las gallinas, el dueño acabando de coger sus huevos y el polvo que el
caballo levantó al pasar delante de ellos. Con los brazos abiertos y mirando al
cielo, inspira aire como si nunca antes lo hubiera hecho.
¡Qué bien huele mi Pueblo!
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