… O, de
cualquier otra fecha.
La sembró su
abuelo hacia ya casi sesenta años. Había resistido a los temporales de aire, a
las bocas hambrientas de muchos animales y lo más difícil aun, a la mano del
hombre.
Su abuelo la
tuvo como una fiel compañera. El pastoreo día a día alrededor de ella, le había
hecho sin duda cogerle un cariño muy especial. La protegió de pequeña con una
especie de cercado a su alrededor, de esa manera, además de protegerla de las
bocas de sus ovejas y cabras, la iba guiando todo lo derecha que se podía.
Al quinto
año ya levantaba casi setenta centímetros del suelo. Aquel pastor sabía
perfectamente que no iba a llegar a conocer a dicho árbol en su plenitud, por
eso era necesario implicar en su cuidado a más personas de su familia. Lo tenía
claro, su hijo debía de ser el primero en implicarse, puesto que era fácil que
acabara ejerciendo el mismo oficio que su padre, por lo que pasaría muchas
horas y muchos días, alrededor de dicho árbol.
Para
convencerle de que había que cuidar aquella encina, las primeras navidades en
las que el árbol iba cogiendo altura, le adornaron con cintas y bolas de
navidad, de ese modo aquel niño empezaba a querer a aquel árbol, que poco a
poco iba destacando en aquel llano, en el que la única sombra que se podía tomar
en pleno verano, era la de nuestra encina.
En el lecho
de muerte aquel hombre no se olvidó de nuestro árbol y sabiendo que su vida se
agotaba, se dirigió a su hijo diciéndole que cuidara de la encina. Que
implicara también a su nieto en su cuidado y que por nada del mundo se la
dejaran morir. Su hijo con lágrimas en los ojos, le prometió que nada ni nadie destruirían
aquella encina.
Con treinta
años encima aquel árbol empezaba a dar sus frutos, bellotas. Que cabras y
ovejas devoraban cada día al pasar por él. Un día aquel pastor se dio cuenta de
que debían de podar aquella encina para que siguiera creciendo como era debido,
así que cogió a su hijo una mañana y se lo llevó con él al campo. El hijo
extrañado con el comportamiento de su padre, le dijo:
_Padre tengo
que ir al colegio, no puedo ir con usted al campo.
_ Es igual
hijo, hoy no hace falta que vayas al colegio, la lección de hoy te la doy yo en
el campo.
El hijo
haciendo caso a su padre, salió detrás de él con aquel rebaño de cabras y
ovejas, que todas las mañanas a la misma hora partían dirección norte, en busca
de los pastos y hierbas que había por los cordeles y cañadas.
Al llegar
delante de aquella encina, el padre sacó de su zurrón un hacha, con la que después
de subirse en la encina, comenzó a cortar algunas de sus ramas.
_ Padre, gritó
el hijo, ¿para qué me ha traído usted aquí?
El padre le ignoró
y siguió con su faena. Unos minutos después la encina no parecía la misma. Había
perdido frondosidad y ahora parecía más joven que antes de la poda. Por su
puesto que su sombra era ridícula y apenas cobijaba en ella a un par de
personas.
_ ¿Te has
fijado en lo que acabo de hacer?, preguntó el padre al hijo.
_ Si padre,
ha cortado usted las ramas de esa encina y las ha dejado en el suelo.
_ Esta
encina _ siguió el padre hablando_ la sembró
tu abuelo hace ya bastantes años. El me encomendó su cuidado y su preparación.
Por eso acabo de podarla, para que siga creciendo. Como puedes ver es la única encina
que hay en el entorno y por eso la queremos como si fuera familia nuestra. Algún
día no muy lejano, tú serás el encargado de su cuidado. Tendrás que podarla
cuando sea necesario e interesarte por su salud. En verano tendrás que limpiar
los alrededores para que cualquier posible incendio, no acabe con su vida. Si
esto ocurriera, sería como si muriera algún familiar cercano nuestro. ¿Sabes ya
lo que te quiero decir?
_ Si padre,
pero si algún día acabo mis estudios y me voy fuera del pueblo a trabajar, no podré
cuidar a nuestra encina.
_ Eso está
en tu conciencia, por muy lejos que te encuentres, siempre podrás encontrar un
hueco para venir en época de poda a hacérsela y de vez en cuando, pasarte para
ver que nadie ha maltratado a nuestro árbol.
Así fue como
lo hizo durante varios años, una vez que su padre se fue de este mundo, víctima
de una enfermedad que no dudó en quitarle del medio, quizás demasiado joven. La
encina era ya un árbol impresionante, tanto que cuando tocaba podarla, aquel
hombre tenía que pedir una escalera en el pueblo y hacer equilibrismo por sus
ramas para no caer, mientras realizaba la poda. Allí, en el pueblo, decían que
estaba loco, puesto que solo cogía las vacaciones en su trabajo, en la época de
poda y al principio del verano, antes de todo el mundo. Él, lo sacrificaba todo
tan solo por venir ante su “hermana”. La podaba y más adelante en el tiempo, limpiaba
su alrededor de pastos, para que si por alguna casualidad se declaraba un fuego,
no le hiciera ningún daño a su encina.
Un día recibió
una llamada del dueño del bar del pueblo, advirtiéndole de que los políticos de
su pueblo, habían decidido trazar una carretera paralela a la que ya existía y
la encina estaba justo en las lindes de aquel trazado. Alarmado por aquella
llamada de teléfono, habló con su jefe y le pidió unos días libres. Tuvo que
mentirle diciendo que un familiar cercano estaba enfermo y peligraba su vida.
No se atrevió a decirle que aquel familiar era la encina, temía que le negara
aquellas mini vacaciones forzosas.
Esa noche partió
hacia el pueblo, no quería perder ni un solo instante, asustado por las consecuencias
que podía tener aquella dichosa carretera. Al llegar, ya había amanecido y lo
primero que hizo fue acercarse hasta la encina. Las obras ya habían comenzado y
tan solo el perímetro de la encina, se había salvado de las maquinas excavadoras.
Se conoce que estaban intentando buscar una solución para aquel enorme árbol.
Nada más
bajarse del coche, las lágrimas empezaron a desfilar por sus mejillas. Corrió
hasta la encina y se abrazo a ella. Como si de un familiar se tratara empezó a
hablar con ella. ¿Qué te han hecho? ¿Cómo se han atrevido a tocarte?
Volvió al
coche y sacó del maletero unas cadenas y un macuto donde traía comida para
varios días, fue lo único que le dio tiempo a coger antes de partir. Se puso
las cadenas alrededor de su cuerpo y se ató al árbol con ellas.
Al poco rato
de estar allí sentado, empezaron a acudir los obreros de dicha carretera, los
cuales extrañados por su presencia, hablaban entre ellos.
_ Tendremos
que avisar al encargado, decía uno de ellos. Hay un loco atado a la encina y no
tiene pinta de querer irse de ella.
_ Si, decía otro
de los obreros. O le avisamos o le damos un susto con la máquina, veras como
sale corriendo de ahí.
Pero ellos
no sabían la historia que unía a aquel hombre con aquella encina. El jamás la dejaría
sola y mucho menos permitiría que la hicieran ningún daño.
Los obreros
intentaron asustarle, pero él ni se inmutó. Siguió en la misma postura que tenía
ante la mirada del maquinista y sus compañeros, que no tuvieron más remedio que
avisar al encargado. Horas después allí estaban todos los jefes de la obra, explicándole
a nuestro hombre que habían decidido trasplantar el ejemplar de encina, como si
eso no supusiera la muerte de la encina.
_ No, yo de aquí
no me muevo, esta encina es mi vida y la de mis antepasados y de aquí no se
mueve. Les dijo.
Los obreros
empezaron a contar en el pueblo que un loco se había atado a una encina para
que ellos no la trasplantaran. Al correrse las voces por el pueblo la gente se
acercaba hasta donde nuestro hombre seguía atado para ver con sus propios ojos
que aquella noticia era cierta. El tabernero que fue quien le avisó, decidió unirse
a él y por la tarde llego al lugar con más comida y unas cadenas, las cuales unió
a las de nuestro hombre. Al día
siguiente eran ya más de diez personas las que se habían atado a nuestra
encina. Por la tarde llegaron los medios de comunicación y los periodistas, que
rápidamente comenzaron a difundir aquella noticia. Los encargados de realizar
aquella obra no daban crédito a aquello y maldecían a aquel hombre por haber
iniciado aquella revuelta, que les iba a suponer un enorme retraso en las
obras, con la consiguiente pérdida de dinero.
Las dos
primeras noches hacia tiempo bueno, pero la tercera comenzaron a bajar las
temperaturas y la gente empezó a notarlo. Muchos de los que allí estaban atados
prefirieron irse a sus casas y para la cuarta noche que llegó la nieve, tan
solo quedaban el tabernero y otros dos hombres, los cuales habían conocido al
padre de nuestro hombre y sentían de verdad aquel mismo cariño por su entorno y
por la naturaleza.
Los
encargados ordenaron a sus obreros que montaran guardias alrededor de la
encina, así, nada más que abandonara el último de los allí atados, empezarían con
el trasplante de la misma.
Por suerte
la historia llegó a todas las televisiones nacionales y aquel cuadro de
aquellos hombres allí atados con la nieve a su alrededor, dio la vuelta al
mundo. Empezaron a llegar gentes de toda España, desde ecologistas a gente que
estaba en el paro y quería ayudar a la supervivencia de aquella encina. Que por
otra parte, ya la habían bautizado en las televisiones como la “encina nevada”.
Los políticos de alto nivel se hicieron eco de la noticia y para no quedar peor
de lo que ya estaban quedando, decidieron personarse en el lugar y entre todos
meditar la mejor solución.
Casi un mes después
de estar allí atados, obtuvieron una respuesta por parte de la empresa. Con su
aptitud habían logrado modificar los planos de dicha carretera y se había optado
por hacer una rotonda justo alrededor de nuestra encina. De ese modo todo seguiría
igual, la carretera continuaría y la encina seguiría en su sitio.
Cuando
recibieron la noticia los allí atados lo celebraron por todo lo alto, corrió el
champán y los abrazos entre todos fueron múltiples. Nuestro hombre duramente
atacado por su estancia en aquel lugar, lo celebró como buenamente pudo y ante
la visita de su familia, se derrumbó entre lágrimas y suspiros. Los
acompañantes decidieron llamar a la ambulancia y esta, se le llevó al hospital,
donde casi un mes después, salía totalmente curado y repuesto.
Su primera
visita estaba clara cuál iba a ser, la encina. Allí se presentó con su mujer y
sus tres hijas, las cuales estaban orgullosas de cómo su padre habían actuado.
Agarrados todos de las manos, abrazaron a la encina, en memoria de todos sus
familiares que tanto habían peleado por que ella existiera. Pero seguro que
ninguno peleó tanto como nuestro hombre, que cada año por la fecha de la poda,
sigue acudiendo junto a su encina para pasar con ella una semana. Está enorme y
junto a ella hay un cartel en donde puede leerse: “Encina de las nieves”
Moraleja: No
tienes por qué dar tu amor tan solo a personas, existen más elementos en la
naturaleza que poder amar, los arboles entre otros muchos. El cariño y amor no
se da solo en Navidad, debiéramos de mostrarle siempre y así todos juntos, salvaríamos
millones de árboles o lo que es lo mismo, millones de vidas.
Feliz
Navidad y Feliz año. O como lo prefieran ustedes.