Y a pesar de
todas las dificultades que entre unos y otros nos pusieron, pudo mas nuestras
ganas de reconocerle su inmensa valía, que todo lo otro. Y después de buscar
quien no lo podía transportar hasta el lugar, que en una votación múltiple echa
en plena plaza mayor, había sido el elegido. No era una estatua como otra
cualquiera, los rasgos que dicha estatua tenía, eran los mismos que a quien iba
dedicada, su bombona de butano en una mano y su caja con todos los aperos para
soldar y lañar, colgados de su otro hombro, eran exactos a él. Su gorro de lana
un poco de lado en su cabeza y su camisa por fuera del jersey acababan por dar
el toque maestro a dicha escultura.
Nos costó
poco dinero hacerla, el artista elegido después de saber toda la vida del
esculpido, emocionado por ella, optó por cobrar solo el material. Nos dijo que
era la primera vez que alguien le encargaba tal escultura y mira que a lo largo
de su vida, llevaba echa unas cuantas. El ultimo “lañaor”, que bonito oficio
nos dijo, aunque parezca lo contrario, se parece algo al nuestro. Reparar
aquellas cazuelas, sartenes y todo lo que caía en sus manos, era trabajo de
profesionales y en parte de escultores. Esa paciencia que tenia aquel hombre es
la misma que debemos de tener nosotros para ejercer bien nuestro trabajo.
El dinero lo
recaudamos por los bares, las huchas que pusimos en ellos sirvió para que en
menos de un mes, el dinero que hacía falta estuviera disponible. La gente puso
lo que pudo o lo que quiso, nadie dijo lo que había aportado, para que figurar
en ningún sitio por encima de nadie, al fin y al cabo todos íbamos a una,
conseguir tal reconocimiento a toda una vida de trabajo.
Delante de
aquella estatua me vinieron a mi memoria las voces que daba para que la gente
supiera que iba por la calle; ¡Holaterooooo!. Nosotros al verle salíamos a su
encuentro y deseábamos con todas nuestras fuerzas, que alguna de nuestras
madres o abuelas saliera con alguna cazuela en la mano. Entonces después de
escucharle decir a la dueña de la misma, que la cazuela estaba muy mala y que
vería a ver si era capaz de arreglarla, tomábamos asiento a su lado. El se
sentaba encima de su cajón, y lima en mano intentaba quedar toda la superficie
donde iba a soldar limpia. Nosotros con la boca abierta asistíamos a tal
trabajo, incluso más de uno de pequeño, quería estudiar para aprender el mismo
oficio, que ilusos, como si aquel oficio le enseñaran en alguna universidad o
escuela. Mientras trabajaba en aquella cazuela, nos hacía preguntas como buen
maestro. Que tal el colegio, quien era el más listo de todos, que íbamos a ser
de mayor, cuando alguno le decía que quería ser “holatero”, se enfadaba con
nosotros y nos decía que estudiáramos que aquel oficio no tenia salida ninguna.
Cuando
encendía aquel soplete y soldaba aquel agujero en la cazuela, ese olor se nos
metía en las narices y nos gustaba tanto, que deseábamos que alguna otra vecina
sacara otra cazuela o sartén antes de que él se levantara y se marchara.
¡Bueno
niño!, esa era su frase preferida, todo lo que hablaba, fuera a quien fuera, lo
acababa con la palabra “niño”….
Llego el
camión donde teníamos que montar aquella estatua cuando aún no había dejado de
recordar aquella persona. Vamos, es la hora de colocarla donde se merece. Así,
los encargados de asentarla en el sitio elegido, montaron en el camión y se
dirigieron al mismo. Durante su colocación, fueron muchos los allí presentes y
uno de los que pasaban por allí que no estaba de acuerdo con aquella estatua,
sin poder aguantarse las ganas de hablar, les dijo: ¿Quién fue este señor para
que le tengan que hacer una estatua? ¿Fue cura, alcalde, militar o ministro tal
vez? ¿Fue maestro, escritor o periodista?
Los allí presentes se mordían los
labios para no saltar, el mismo que había ordenado la colocación de la ultima
estatua en plena plaza de Trujillo, veía mal esta otra, tan solo por no ser
alguien de los que había nombrado.
Una señora
algo mayor que estaba allí y que había conocido al de la estatua fue la que le
contestó:
Este hombre
se merece una estatua igual o más que todas las que habéis puesto en la ciudad.
Fue un hombre bueno, trabajador y aunque es cierto que alguna que otra vez le
cogieron trapicheando con drogas, no es menos cierto que el no hizo ningún daño
a nadie, fue malo para el mismo pero jamás señaló con su dedo a ningún vecino
que no pensara como él, para que le dieran un escarmiento o incluso acabaran
con su vida.
No tuvo que conquistar ningún lugar matando a diestro y siniestro para
pasar a la historia. El fue mucho más humilde que todos estos y solo por su
trabajo le queremos reconocer.
Bajo un
manto de aplausos de los allí presentes, aquel hombre agachó la cabeza y siguió
hacia su destino.
Unas voces
de fondo llegaron hasta mi cabeza, ¡despierta, despierta, que te has quedado
dormido en el sillón! Era mi mujer la que me llamaba, según abrí los ojos, en
lugar de ver la estatua que había soñado, vi una televisión en la cual había un
programa en el que todos daban voces y no se ponían de acuerdo para nada.
Triste y abatido, quise cerrar los ojos y volver a ver aquella estatua que por
desgracia, no fui capaz de volver a ver. No conforme con ello, me levanté del
sillón y me encaminé hasta el lugar donde había soñado que estaba aquella
estatua, por si, por una pequeña casualidad, aquello no hubiera sido un sueño.
Cuando llegué a dicho lugar y después de comprobar que allí no había nada, no
me pude reprimir y a viva voz grité lo más alto que pude:
¡Holateroooooooooooo!!!!
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