Llevaban trabajando más de tres años juntos y jamás hasta ese día le había
visto llorar. Ese hombre alto, fuerte y robusto siempre se había reído de los
hombres que lloraban por nada, era de la escuela antigua la cual siempre había dicho
“los hombres no lloran”. La verdad que él siempre había seguido ese consejo, el
cual no le había ayudado mucho. Tragarse las penas y dolores sin darlos una
salida por medio de lágrimas, es mas doloroso que cualquier enfermedad.
El día que aprendió a llorar fue quizás la ocasión que
menos se merecían aquellas lágrimas. Todo comenzó una tarde escuchando la
radio. En una emisora que el frecuentaba mucho, una vez a la semana solían
hacer un programa de solidaridad. Ese programa consistía en llamar a la emisora
y ofrecer o pedir lo que te sobrara o hiciera falta y la verdad que era
asombroso la cantidad de gente que llamaba necesitando algo. Unos, cosas
insignificantes, otros por desgracia cosas que sin duda es difícil de vivir sin
ellas.
Esa tarde llamó una mujer que había sido victima de
malos tratos, por culpa de ello había perdido la casa y el trabajo y estaba
sumida en una tremenda depresión (¿quien no?) estaba cobrando una ayuda de
cuatrocientos veintiséis euros gracias a las dos hijas que tenia y hacia poco
que había conseguido una vivienda de no sé que caja de ahorros pone al servicio
de mujeres maltratadas. La vivienda estaba muy bien, era nueva pero la cocina
estaba totalmente desamueblada, no tenia absolutamente nada. La mujer quería por
lo menos una lavadora, lo demás decía que la daba igual, que se apañaba con lo
que tenía. Cocinaba con una bombona de campin gas…
Ese hombre fuerte y robusto se estremeció al
escuchar aquella mujer relatar sus miserias y su mala suerte. Sacó el móvil del
bolsillo y marcó el número del programa, el cual tenía guardado de alguna otra
vez que llamó para otras cosas. Después de pasar por una serie de preguntas antes
de entrar en antena, le dieron paso.
_Si, yo llamaba para ayudar a la señora que ha
llamado antes que no tenia ningún mueble en su cocina.
_ Si, dígame le dijo el presentador del programa, ¿en
que puede ayudarla?
_ Bien, yo tengo una lavadora de sobra, una cocina
de gas de tres placas y un microondas que no uso.
_ Y usted quiere dárselo a María, la señora que ha
llamado antes.
_ Si, por supuesto, todo para ella.
_ Lo que pasa que tenemos un problema, usted vive en
Huelva y María es de Madrid, tenemos el problema del traslado hasta aquí.
_ No se preocupe, yo tengo una furgoneta y me puedo
desplazar el fin de semana hasta Madrid para llevárselo.
En esos momentos telefonearon a María, la cual sin dejar
de llorar no paraba de darle las gracias al hombretón.
_ No me de las gracias, no se merecen. A mi me sobra
todo lo que a usted le hace falta. Dígame las señas de donde tengo que llevarlo
y el sábado estoy allí.
María con la voz entrecortada seguía dando gracias a
todos, al presentador del programa, al director y a nuestro hombretón.
_ Muchas gracias de verdad,, muchas gracias a todos,
dijo antes de colgar.
A nuestro hombretón le dieron las señas para que el sábado
pudiera hacer de rey mago y llevar los electrodomésticos a casa de María. Según
colgó el teléfono sintió un dolor en el pecho muy fuerte y se sintió un poco
agobiado. Los ojos se le empezaron a poner brillantes y no dejaba de pensar en María
y en su mala suerte. En ese momento una lágrima cayó sobre los papeles que
tenia encima de su mesa de trabajo, se tocó con sus dedos los ojos y notó que
estaban mojados. El agobio empezó a desaparecer según seguían cayendo lágrimas
y el dolor del pecho desapareció fulminantemente. Siguió llorando un buen rato
pensando en lo afortunado que era y nunca se había dado cuenta de ello.
Desde aquel día cada vez que se siente un poco
agobiado o nota que le duele el pecho, no duda ni un momento en llorar, hasta
ahora jamás le había visto nadie, pero ahora que ha sido descubierto, le sigue
dando igual, para él es necesario llorar y nunca dejará de hacerlo...
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