Parafraseando el titulo de ayer llega el articulo de
hoy, encima es totalmente verídico con lo cual es mas fácil de escribir. No lo
he leído en ningún libro, ni lo he visto en ninguna cadena de televisión. Por
suerte lo tengo más cercano y como tal y orgulloso de él, le dedico este artículo
que en realidad es suyo y nada más que suyo.
Llevaba varios días preguntando cuanto tiempo
quedaba para que llegaran los reyes magos, se me hacia muy raro que solamente
preguntara eso un día tras otro, hasta ahora no era un niño que se preocupara
mucho por los juguetes ni nada por el estilo, él con cualquier cosa se
conforma, eso si, como niño que es pues no hace ascos a nada.
Sin apenas prestarle atención quizás en parte por haber
cosas mas importantes en la familia que digerir, él seguía a lo suyo.
Preguntaba a las abuelas, preguntaba a los compañeros de clase, incluso a su
maestra y todos le decían lo mismo, “queda mucho todavía”. A él le molestaban
esas respuestas, lo único que no tenia era tiempo, todo esto se lo fabricaba el
solo en su cerebro mientras la gente mayor le trataba tan solo como lo que en
realidad es, un niño.
Un día le preguntó a su padre de nuevo cuanto
quedaba para los reyes, su padre ese día más calmado le prestó más atención y
le hizo contar entre los dos, los días exactos que faltaban para tal fecha. Después
de acabar aquella eterna cuenta, al niño se le borró la sonrisa de la boca, esa
cara que siempre disponía de una sonrisa pegada en ella en ese momento se diluyó.
El padre como cosa natural se quedó un poco asustado con la reacción de aquel
niño, no entendía las prisas que tenia este año porque llegaran los reyes magos
y pensó que preguntándole tranquilamente el motivo, este se lo diría. Nada mas
lejos de la realidad, aquel niño no soltó ni prenda por aquella boca, se limito
a cruzar los brazos en claro signo de enfado con aquel calendario que contaba
muy despacio los días.
En el colegio mientras sus amigos jugaban a los
juegos tradicionales, el niño seguía pensando en los días que quedaban. Hacia
tiempo que ya había aprendido a leer algo, quizás más de lo que le pertenece a
sus años y eso le ayudaba a fijarse en más cosas que los demás niños. Un día descubrió
un calendario encima de la mesa de su maestra, a partir de entonces empezó a
descontar los días que quedaban hasta aquel día tan señalado por el. Nadie
sabia nada, solo él era el único que todos los días al salir al recreo tachaba
un día mas en aquel calendario, su cara era toda felicidad al hacerlo, pero
aquella sonrisa desaparecía al contar todos los días que le quedaban todavía por
tachar.
El otro día al ver venir a su abuelo del médico
aquel niño se asustó, no le había visto nunca con ningún signo de estar
hospitalizado, una simple venda en una mano le bastó para asustarse. No quería ni
siquiera arrimarse a él, no quería verle con eso puesto. Su abuelo le llamaba
encarecidamente para que su nieto se acercara, pero este no daba su brazo a
torcer.
Al día siguiente acobardado por lo presenciado la
tarde antes, se dispuso delante de aquel calendario a tachar todos los días que
quedaban, él creía que haciendo eso acortaría el tiempo como el que recorta un
papel, veía que el tiempo se le acababa y no se le ocurría nada mejor. Pero al
llegar a casa volvió a preguntar los días que quedaban y para su desgracia todavía
le dijeron que quedaban muchos días. Ya no aguantó mas las ganas de decirles a
sus padres lo que le iba a pedir a los reyes este año, a lo mejor de esa
manera, le adelantaban a el solo su regalo. Así que mientras comían todos en
casa, aquel niño tomó la palabra y como si de una persona mayor se tratara dijo
en voz alta a sus padres:
Papá, este año solo les voy a pedir a los reyes que
se ponga bueno mi abuelo. Al acabar aquella frase y mientras sus padres se
quedaban sin palabras, el continuó comiendo como si tal cosa.
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