La verdad que cuando a uno le proponen ir de ruta a la sierra de Gredos, desde ese momento y hasta que llega el día, un cosquilleo te recorre por el estomago hasta que suena el despertador. Y a pesar de ser domingo, no cuesta nada hacer el esfuerzo de levantarse a las cuatro de la mañana, sabiendo en casas de buenos amigos a esa hora también hay luces encendidas.
Y no se si lo habré contado mas veces, pero lo primordial que existe para subir a la montaña sin duda es la compañía. El compañerismo que hay sobre pasando los dos mil metros no puede ser el mismo que existe a pie de calle, por eso cada vez que me ofrecen esta ruta los amigos de la Trocha de Belén, no puedo negarme a acompañarles, porque cuando termino la ruta siempre me doy cuenta que aparte de haber disfrutado un montón, acabo siendo mejor persona.
Después de haber hecho el intento en un par de ocasiones de subir a otra de las cumbres mas altas de Gredos, sin éxito las dos veces, íbamos con la mosca detrás de la oreja ante otro posible fracaso, puesto que el clima en la montaña es totalmente imprevisible. Aunque la temperatura que teníamos al llegar era de unos diez grados y alguno optó por ponerse otra manga por si la moscas. Yo sin duda que prefiero ir entrando en calor en la medida que vamos subiendo.
Las primeras fotografías son obligatorias dirigiéndolas hacia los piornos que colman toda la pradera, el color amarillo lo posee todo y la estampa mezclándose con el verde es espectacular.
Son decenas los senderistas que nos vamos cruzando, unos suben otros bajan después de haber hecho noche en el refugio de la laguna grande. Los mas atrevidos han acampado fuera y nos cuentan que sobre las tres de la mañana estaba lloviendo en la sierra y que tuvieron que taparse hasta las orejas.
En el refugio del Rey teníamos como objetivo comernos el muerdino que sin duda el que haya subido a estas alturas sabe que en ningún lugar está mejor dicho muerdo y eso que tuvimos la mala suerte que una de las botellas que llevábamos para no "añurgarnos" estaba mas picada que una lombriz en la charca de San Lázaro. Tuvimos que conformarnos con un vino espectacular de Salvatierra que nos supo a poco y que tuvimos que compensar echando un trago de agua de la fuente del rey.
Una vez recuperadas la fuerzas nos queda la ascensión hasta el Morezón, el cual tiene una altura de dos mil trescientos ochenta y nueve metros y desde allí arriba podéis imaginar las vistas que existen, aunque lo que mas satisfacción da es mirar por donde has subido y pensar que lo hemos conseguido.
Después de inmortalizar el momento emprendemos el descenso en el que hay que tener un poco mas de cuidado por si algún resbalón termina con nuestro trasero dando encima de alguna de las miles de piedras que existen. Y así entre risas y algún que otro trago de agua que nos vamos encontrando en la bajada alcanzamos uno de los neveros que aun se conservan en esta falda de la montaña y que nos permite echar unas risas con las bolas de nieve que nos lanzamos unos a otros.
Cuando alcanzas de nuevo la plataforma y a pesar de llegar un poco cansados es tal el nivel de satisfacción que llevas que uno se siente un privilegiado de haber podido vivir en sus carnes una jornada preciosa de montaña, rodeado de buenos amigos en un paisaje único que está al alcance de todos siempre y cuando la tratemos de forma civilizada.
Nos vemos por las callejas.
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