Articulo publicado en el libro de las fiestas del Rosario 2.013.
Nacieron
en el mismo barrio, uno de los más conocidos del pueblo de Huertas. Sus
familias por aquellos entonces, en lugar de vecinos, eran como todas las del
pueblo. Aquellos tipos de vecinos que se han ido perdiendo con el paso del
tiempo. Donde lo que había en una casa, era compartido por todas las demás y
mira que por aquellos entonces había poco, seguramente que esa era una de las
causas por las que los vecinos se trataban como hermanos.
La
niñez la compartieron juntos, jugando a los mismos juegos y armando las mismas
trastadas que por aquellos años se podían armar. Aunque bien es verdad que si
se robaba algo de comer, era sin duda por necesidad. Por ese motivo los robos
eran más difíciles de realizar, puesto que los dueños de sandiales y melonares
por poner un ejemplo, eran más precavidos de lo que pueden llegar a ser hoy en día,
cualquier agricultor de la zona. Incluso muchos de ellos requerían los
servicios de nuestros personajes, unas veces para espantar pájaros y otras
veces para espantar a sus mismos amigos de aquellos sandiales. Así cualquier
muchacho de Huertas, una vez que cumplía los siete años, era fácil verle por
estos sembrados, silbando y tirando piedras, sobre aquellos bandos de pájaros
hambrientos, que desafiaban los arboles repletos de frutos. Su sueldo consistía
en alguna de las sandias o melones que por la noche había salvado la vida, en
alguno de los atracos realizados por la cuadrilla.
Si
desde aquellas edades, hubieran empezado a contar los años cotizados por estos
muchachos, en lugar de jubilarse a los sesenta y cinco años como lo hicieron
nuestros personajes, lo hubieran hecho con poco más de cuarenta y cinco años.
Porque quien se atreve a negar, que espantar pájaros no era un trabajo difícil
y sufrido. En el que más de una vez en lugar de cobrar en especias, solían
cobrar el otro tipo de dinero que se llevaba por aquella época, que no era otro
que algún que otro guantazo de aquellas manos curtidas por el paso del tiempo,
las cuales parecían doler más que las manos de sus madres, que también estaban
acostumbrados a probar alguna que otra vez. Y como todas las vecinas se
trataban como familia, podía sacudir cualquiera de ellas a cualquier muchacho del
barrio, nadie le iba a decir nada. No como ahora que si riñes al niño del
vecino, o bien viene el padre, o bien la madre a decirte cuatro cosas, antes de
averiguar si su hijo está bien reñido o no.
A día
de hoy nuestros protagonistas todavía recuerdan el día de su comunión, mas de
sesenta años después no logran olvidar como entre todos los niños que la
hicieron, resaltaban ellos dos más que nadie. Y no por ser los que más guapos y
mejor vestidos iban, sino todo lo contrario, resaltaban sus caras fruto de la
pelea que justo el día antes tuvieron los dos, en la cual se arañaron, tiraron
de los pelos y por supuesto que se señalaron de arriba a abajo. Piernas
incluidas, dado que al revolcarse por el suelo dando vueltas, uno encima del
otro y viendo las “calzonas” que se usaban para invierno y verano por aquellos
años, era fácil salir como decían antiguamente, “tienes las rodillas como los
burros viejos”.
Nuestros
dos amigos además de la paliza que se dieron, tuvieron que aguantar también la
que se llevó cada uno en su casa cuando apareció con esas señales de guerra,
producto de aquella pelea.
Los
años siguieron pasando y uno de los protagonistas, junto a su familia, tuvo que
emigrar a la capital. Fue duro dejar atrás a todas las vecinas-hermanas y más
duro fue para “el Fonta” dejar atrás a su amigo “Rubinche”. A pesar de que
normalmente en las fiestas, no solían faltar. Siempre le guardaron el sitio en
la peña a la hora de tirar de la soga. Aquellos jamones ganados a base de
fuerza, eran degustados por todos, en la taberna de “tío Bidón”, donde entre
trago y trago, solían recordar los años pasados, donde unos y otros jugaron
siempre juntos. Tampoco se quedaban sin recordar la famosa paliza que ambos
amigos se dieron el día anterior a su comunión.
Hoy los
dos amigos están compitiendo tirando de la misma soga, como tantos años lo
hicieron juntos. Lo único que cambia es el adversario que tienen en frente, que
en lugar de ser los que frecuentaban otras tabernas del pueblo, es una enfermedad
por desgracia bastante extendida por todos lados y a la que solo vencen los que
se aferran fuertemente a dicha cuerda. Lo bueno es que esta enfermedad no sabe,
que se enfrenta a dos buenos tiradores de soga, los cuales entrenaron duro
durante muchos años, para llegado el caso, poder tener opciones de vencer y
ganar el jamón. Jamón que volverá a ser degustado por los amigos que siguen
viniendo a sus fiestas, para ellos sin duda, las mejores fiestas del mundo y en
las que nadie se quedara atrás nunca, sin haber intentado ganar dicho trofeo.
¡Si se
puede!, y ambos amigos lo saben…
Felices
fiestas.
Marcos
Pandereta.
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