Tarde, esto me llega tarde pensaba Sonia mientras hacia su
cama. Esa cama que jamás había recibido hasta la fecha, a ningún extraño. Desde
que Martín ha vuelto, ella no tiene ojos para nadie. Un gusanillo le recorre el
estomago cada vez que se cruza con el. Ha perdido el apetito y la barra de
labios se consume más deprisa que años atrás. Los coloretes también son
habituales en su rostro a diario y pasa más rato delante del espejo. La peluquería
la frecuenta cada vez mas a menudo y aunque no quiere que nadie se de cuenta de
que está enamorada de Martín, son varias las voces que recorren el pueblo
pregonando que a Sonia le pasa algo.
Martín enviudó bastante joven y ahora recién jubilado, ha
optado por vender lo poco que tenía en la ciudad y venirse al pueblo de donde
no le quedó más remedio que salir, cuando apenas había cumplido dieciséis años.
Toda una vida lejos de sus raíces no le impidió dejar de acordarse de ella. Nunca
renegó de su tierra y fueron varios los enfrentamientos que tuvo, tan solo por
defenderla.
Sus hijos nacieron en tierra extraña y allí seguían
viviendo. Ellos no echaron raíces en el pueblo y era difícil el verlos por el
mismo. Tenían asumido que su padre, volvería algún día a su casa y no pusieron
mucho reparo el día que con la maleta ya echa, se lo comunicó. ¡Me marcho! Espero
que no se os olvide donde esta el pueblo y vayáis a visitarme alguna que otra
vez. Esa fue su ultima frase antes de montarse en el tren que ponía rumbo a
donde, hacia sesenta y muchos años, que una mañana fría y lluviosa vio por
primera vez la luz.
Sonia intentaba provocar el verse mas a menudo con él, así
ella creía que algún día Martín, se fijaría en ella. Todavía recordaba
perfectamente aquel beso que el le dio en la mejilla, la noche antes de partir
hacia la ciudad. A pesar de sus intentos de convicción, no logró que el se
quedara y allí quedó truncado para siempre, aquel amor juvenil.
Ella siempre le siguió esperando, a pesar de los muchos
pretendientes que a lo largo de su vida, había tenido. Pero a ninguno hizo el
suficiente caso, como para quitarse de la cabeza a su querido Martín.
Martín empezaba a darse cuenta, de que Sonia seguía igual de
guapa que años atrás, donde él una tarde en el baile, fue capaz de declararla
su amor. Aunque aquello duró poco tiempo por culpa de la emigración.
¿Y si la invito a
cenar y recordamos viejos tiempos? Pensaba aquel hombre esbelto y corpulento,
con no demasiado cabello en la cabeza.
Comprando el pan se dirigió
a ella y con la voz entrecortada, fruto de la vergüenza, logró invitarla a
cenar en el único restaurante que existía en el pueblo. Ella sonrojada y
extasiada ante aquel ofrecimiento, estuvo a punto de contestar que no. Pero no
porque no quisiera, sino que la vergüenza casi logra hablar por medio de ella.
Hoy es el día, y mientras él se arregla poniéndose su mejor
camisa y su mejor corbata, ella ha desempolvado uno de los vestidos más bonitos
que tiene en su armario. La verdad que está preciosa y ver su sonrisa,
contamina al mas serio que pueda pasar a su lado.
Son felices y lo merecen, el tiempo no puede ser un obstáculo
en el amor. Ahora les toca vivir mas deprisa si cabe, tienen tanto que contarse
que piensan que los días deberían de tener treinta y ocho horas como poco. Y
aunque algunos comentan por el pueblo la palabra boda, ellos no piensan si
quiera en ello. Siguen viviendo a tope intentando abarcar todo lo que estos años
no pudieron.
¿Quién dijo que el amor tiene edad y fecha en el calendario?
Bonita y emotiva historia. Enhorabuena una vez más por tus relatos.
ResponderEliminarBonita historia Fonta. Hoy te leo desde Alicante. Un abrazo fuerte amigo mío
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