Nací en
una familia un poco peculiar y poco vista, mi padre, un ágil cazador. Mi madre,
acogida en una familia de bien. Tuvo suerte de caer de pie en aquella casa,
donde siempre le sobró de todo. Desde cariño, hasta comida, pasando por todos y
cada uno de los caprichos que siempre quiso.
Aquella
relación todo el mundo la entendió como un verdadero accidente. Jamás las
familias de un lado u otro, podían haber imaginado una unión así. Pero mi padre
fue buen cazador en todos los aspectos de la vida, y en el de buscar pareja,
tampoco se quedó atrás.
De
aquel encuentro y posterior relación, nacimos tres hermanos. Ninguno igual al
otro. Mis dos hermanos salieron más a mi padre y yo, por lo visto, fui un clon
de mi madre. Quizás eso fue lo que me salvó de tener que hacer las maletas y
dejar el hogar, cosa que no pudieron evitar hacer mis dos hermanos, a los que
desde aquel momento, deje de ver.
Mi
madre lloró mucho cuando la separaron de sus dos hijos y la verdad que tardó algún
que otro mes, en darse por vencida y concentrarse solo en criarme a mí.
De mi
padre solo llegué a saber, que fue víctima en acto de servicio. Un amigo torpe
de su dueño le quitó del medio un lluvioso día de caza. Me dio mucha pena el día
que me enteré por medio de mi madre, a la cual desde aquella relación que tuvo
con mi padre, la prohibieron totalmente que volviera a tener relaciones con el
sexo masculino, castrándola químicamente. Quizás por eso también lloró mucho la
perdida de mi padre.
Cuando
me fui haciendo adulto, me buscaron un nuevo hogar. Yo creo que esperaban de mí,
que hubiera sido igual que mi madre, sin tener en cuenta que con los pocos
meses de vida que poseía, lo que yo quería era ser un adolescente normal y
corriente, con sus pros y sus contras. Pero ellos no lo entendieron así y me
buscaron una familia conocida de ellos.
El día
que me despedí de mi madre, sabía que lo más probable era que no la volviera a
ver. Ella se hacía mayor y el palo de nuestra separación, seria duro para que
ella pudiera recuperarse de nuevo.
La relación
con mi nueva familia empezó bastante bien. Me sobraba el cariño y la comida, al
igual que las exageradas vacunas, que raro mes no traspasaban mi piel. En mi
casa tenia de todo y era amplia. No supe jamás lo que era una cadena y rara vez
me la ponían para salir.
Creo
que el cambio lo generó el día que dando un paseo, mi instinto cazador heredado
de mi padre, me hizo salir corriendo tras aquel joven conejo, que anduvo astuto
y me logró dar calabazas. Desde aquel día mi dueño que no fue nunca cazador, me
llevaba de paseo por zonas donde los
conejos abundaban. Yo, he de decir que era feliz en aquellos terrenos y
disfrutaba mucho. Un día fui capaz de atrapar un conejo y mi dueño se puso muy
contento, tanto, que a los pocos días me llevó a dar un paseo junto a los
perros de sus amigos cazadores. Allí no fui bien recibido, quizás la envidia de
verme más aseado que ellos y por supuesto con más lustre, para ellos era como
un insulto y recibí varios intentos de agresión. Para contentar a mi dueño
delante de sus amigos, ese día trabajé más que ninguno de mis acompañantes y
logré capturar mas piezas que ellos.
Mi
dueña dejó de mirarme como lo hacía anteriormente y noté en ella falta de
cariño hacia mi persona.
Quizás podía ser porque se estaba poniendo gorda y se
encontraba un poco a disgusto.
De la
noche a la mañana trajeron a la casa un carro con alguien dentro que solo sabía
llorar. Ese mismo día vi a mi dueño con una cadena en la mano, con la que
posteriormente me ató en uno de los árboles que había en el jardín. No volví a
entrar dentro de la casa y tan solo una vez pude asomarme a ver qué era lo que había
dentro de ese carro que tanto había hecho cambiar a mis dueños. Según me asomé,
sentí un dolor en la espalada. Había sido mi dueño quien con la cadena, me había
dado. Yo pensé que había sido sin querer, pero comprobé más tarde que no,
cuando hice el amago de volverme a asomar de nuevo y casi me vuelvo a llevar lo
mismo que antes.
Hace
poco tiempo que tuve que hacer la maleta y mudarme de casa. Esta vez el cambio
fue para peor. Nada más llegar una cadena me estaba esperando y pronto conocí a
los canes que había a mí alrededor. Eran los que aquel día me acompañaron a
correr detrás de los conejos. En aquel nuevo hogar la comida no estaba nunca de
sobra. Incluso más de un día hacíamos régimen, para guardar la línea y estar en
forma para seguir corriendo tras los conejos.
Aquel
maldito día de caza casi me matan. Fueron varios los perdigones que me
alcanzaron que casi me cuesta la vida. Mi dueño creyó que estaba herido de
muerte y me dejó allí tirado. Cuando me
pude levantar, intenté volver a mi casa, pero veía poco, uno de los perdigones
me alcanzó en un ojo y me era muy difícil el ver por donde andaba.
Cuando
agonizaba tuve la suerte de que una pareja se topara conmigo. Ellos muy amables
me estuvieron observando y decidieron montarme en un coche y llevarme a un
nuevo hogar.
Ahora
vivo aquí, con más perros lisiados como yo. Unos cojos, otros tuertos, algunos
otros sin ningún dolor, esperando a que alguien nos vuelva a ofrecer un hogar
digno donde poder vivir, el resto de nuestras vidas. Estamos bien, pero sabemos
que esto es pasajero. Quien sabe, con un poco de suerte algún día, volvemos a algún
hogar donde no nos cambien por carros con “cosas” que lloran dentro de él y nos
devuelvan tan solo un poco del cariño, que nosotros les damos a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario