Cuando aquel día del año pasado cayó en mis manos una guía de rutas internacionales, algo pasó por mi cabeza al llegar a la pagina donde en letras grandes se podía leer: Ruta por los Passadiços do Paiva. Sus fotografías hicieron que pronto me enamorara del lugar sin apenas conocerlo y lo siguiente que hice fue ver la distancia que nos separaba de este paraje. Gracias a mi buen amigo Carlos el cual puso el mismo empeño que yo, planeamos el viaje allá por el mes de julio del año pasado, donde también tuvimos la suerte de que nos acompañaran nuestros amigos Javi y Pai.
La ruta
Aquel día tuvimos que madrugar para disfrutar bien de aquella jornada sabatina, y vaya si lo hicimos, tanto, que según abandonamos aquel lugar prometimos que volveríamos mas pronto que tarde.
Cuando contábamos nuestra experiencia a los compañeros que no pudieron acompañarnos, estos decían que había que volver pero un fin de semana entero, para poder hacer la ruta mas tranquilos y conocer la localidad cercana de Aveiro. Para este fin lo mejor es acercarte hasta la agencia de nuestra amiga Paqui (Estival Trujillo) y comentarle nuestra idea. Ella como gran profesional que es, pronto te va dando ideas a las cuales ya no puedes escapar y cuando organizó esta ruta, ella no sabía que en lugar de un fin de semana, tendría que hacer dos, dada la gran aceptación que entre los senderistas de la ciudad y alrededores ha tenido.
Los privilegiados que repetíamos ruta eramos acosados a preguntas por los noveles, que si es dura, que si es larga, que si hay muchas escaleras, etc. Y nosotros sabiendo lo que había lo único que podíamos decir es que la ruta la puede hacer cualquiera, a su ritmo y sin prisa la hace quien lo desee. Que hay cuatrocientas y pico de escaleras de subida y seiscientas y pico de bajada no es impedimento para nadie. Solo por contemplar el lugar y andar por sus maderas, trabajadas en la misma zona y poder ver a tu lado el río Paiva, merece la pena cansarse un poco.
Y eso hicimos el viernes, a eso de las doce de la noche andábamos preparando los últimos trastes para cuando diera la una de la mañana, Montarnos en el autobús para pasar la noche lo mas entretenidos posibles, hasta llegar a primera hora de la mañana a la localidad de Arouca. Después de varios viajes juntos, los pasajeros casi todos nos conocemos y es mas fácil el convivir durante todo el fin de semana. Si a esto unes a nuestros dos conductores favoritos, Chencho Y Eduardo, todo junto se convierte en una mezcla perfecta para disfrutar a tope.
El que tiene suerte duerme durante el viaje, otros vamos contándonos nuestras ultimas peripecias, o nuestras historias del trabajo o cualquier cosa que se te ocurra durante tantas horas. Comisqueamos de aquí y de allí. Uno tiene chucherías, otro galletas y otros frutos secos, el caso es roer algo.
Paramos y estiramos piernas y el dichoso tabaco para los adictos que disfrutan como si fuera su ultimo cigarro de su vida.
La parada para desayunar ya es en Portugal, donde siempre digo que llevan una velocidad menos que nosotros y que este hecho les hace ser mas felices. Un rato largo pero no nos importa, vamos bien de hora para comenzar la ruta a las nueve de la mañana, donde nos espera nuestra simpática guía a la cual nosotros llamamos María, al no memorizar su nombre.
Pronto nos encontramos en el comienzo de la ruta con otros dos autocares que vienen a realizar también el recorrido y aquello se convierte en un hervidero de gente por aquí y por allá. La temperatura es espectacular para caminar, nada que ver con aquella otra vez donde pasamos mucho calor por el mes de julio. Una especie de niebla nos recibe y nos dicen que ha estado lloviendo la noche anterior. Cosa que agradecen los lugareños para acabar con la multitud de incendios que han sufrido por todo el país. De noche no vemos los destrozos, pero cuando hicimos el viaje de regreso pudimos ver con nuestros propios ojos, las miles y miles de hectáreas que se han calcinado. Una verdadera pena que ocurran estas cosas.
Cuando empezamos a caminar pronto llegamos a las temidas escaleras y todos los senderistas las van subiendo como buenamente pueden, descansando lo que necesiten puesto que al termino de la subida está el principio de la ruta, el oficial, donde hay que mostrar la entrada que cuesta el precio simbólico de un euro. Así saben la gente que les visita.
Una vez todos reagrupados entramos dentro y cada cual coge su ritmo. La guía encabeza la ruta y nadie la adelanta los primeros kilómetros, puesto que luego deja a cada uno andar como quiera. Nos explica todo lo referente al lugar y nos comenta que quieren construir una pasarela de mas de cuatrocientos metros y ciento cincuenta de altura. Otra excusa para volver.
Las maderas del lugar tienen otro color distinto al de este verano y el otoño parece querer comerse los colores del verano.
Seguimos caminando y pronto, mas o menos en la mitad, decidimos parar a hacer lo que mas nos gusta, el famoso muerdino que el sábado parecía mas un banquete. Allí había de todo y todos alrededor de los productos de nuestra tierra, incluso nuestra guía quedó prendada de nuestras viandas.
Continuamos disfrutando la ruta sabiendo que lo que nos queda es sencillo, por eso caminamos despacio y sin prisa, esperando a ir todos mas o menos juntos.
Y vamos llegando al final donde los primeros en hacerlo nos da tiempo a bebernos unos refrescos mientras llega todo el personal.
Nos montamos en el bus y ponemos rumbo hasta la bonita ciudad de Aveiro, a la cual llaman la Venecia Portuguesa. Llegamos al comedor donde nos esperan para comer. Buen almuerzo para reponer fuerzas y esperar a las llaves de las habitaciones, donde cada uno decide si descansar o salir a conocer un poco la ciudad.
Esto ultimo hacemos casi todos justo hasta la hora de la cena, donde nos volvemos a reunir todos para degustar comida del lugar. Todo muy bueno y un trato por parte de los camareros exquisito.
Después de cenar muchos se retiran a sus aposentos, otros guiados por un plano que nos prepara in situ uno de los camareros, nos atrevemos a buscar la calle de la marcha y !bingo! la encontramos. Unos bares bien adornados donde se podía fumar al no poseer nuestras leyes. En esto discrepo con ellos puesto que no recordaba lo molesto que era el humo del tabaco hasta que no lo he vuelto a respirar. Se está mejor sin que se fume dentro y los fumadores aunque lo reconocían, el simple hecho de poder hacerlo dentro les ponía y uno tras otro seguían fumando.. Una camarera simpática nos explica un poco el tema de porqué no hay Fanta de limón y degustamos varias marcas de cervezas aunque eso si, un poco caro todo.
Cambiamos de bar y damos con una discoteca que nos hace mover el esqueleto a pesar de estar mas cansados que los corredores de una maratón. Pero ya habrá tiempo de descansar cuando estemos en nuestras casas y eso vamos diciendo de bar en bar.
Toca irse al hotel que al día siguiente salimos temprano, justo después de un rico y copioso desayuno que degustamos en el hotel. Nos espera el pueblo cercano de Costa Nova, el cual es tan coqueto que sus casas parecen de mentira, como un cuento de niños.
Se respira una paz en este lugar que pienso como sería mi vida en un pueblo así. La brisa del mar se levanta un poco pero en mangas de camisa no tengo frío.
Volvemos a Aveiro donde nos queda pendiente montar en las barcas por la ria. Según nos bajamos del bus nos montamos todos los que quisimos en la barca, aunque según la dueña o quien recogía el dinero, debíamos de partirnos al ser muchos para una sola. El caso que con el poco tiempo que tenemos antes de emprender el viaje de regreso, la gente se baja de la barca sin montar en ella.
Optamos por recorrer la calles del pueblo donde se celebra un mercadillo de antigüedades o trueque, el cual nos entretiene el rato justo antes de sentarnos a comer en un bar, donde en su terraza observamos las góndolas por los canales mientras llenamos el buche. Un par de cervezas del lugar y ponemos rumbo hasta el sitio donde nos debe recoger el autobús. Y a pesar de saber lo que nos queda de vuelta, tenemos unas cuantas de horas para contarnos nuestras experiencias en tierras portuguesas donde sin duda que nos hemos sentido en todo momento como en casa, riendo y pasándolo de miedo todo el fin de semana. Y es que con buena compañía, se puede ir hasta el fin del mundo, el cual si algún día nos pilla, que sea viajando.
Gracias a todos los integrantes del autobús con puerta dudosa, a los magníficos conductores y a la jefa Paqui, la cual se supera viaje tras viaje para hacernos desear que llegue pronto la siguiente excursión. Por cierto a los que vais este fin de semana, no paguéis mas de cinco euros por montar en las góndolas...jejejeje
Próxima parada: Zaragoza.