Ayer tuvimos la oportunidad de realizar la primera de las rutas del calendario Extremeño, que otra vez empezaba con la ruta del Valle del Esperabán.
Una vez apuntados junto a nuestros amigos de Belén, quedamos bien temprano en los exteriores de la plaza de toros de Trujillo, para una vez allí todos, ponernos rumbo hasta la localidad de Pinofranqueado, mas en concreto a su alquería de Castillo, donde comenzaba la V ruta del Valle del Esperaban.
Nosotros salimos de la plaza de Huertas a las cinco y media de la mañana, todo un madrugón para poder llegar con buena hora al comienzo de la ruta, la cual estaba estipulado que comenzara a las ochos y media. Pero antes había que recoger las acreditaciones y para entrar en calor, comernos un rico chocolate con roscas.
La temperatura al llegar a Castillo era de menos dos grados, y la helada caida la noche anterior, teñía de blanco los campos Hurdanos.
Estaba previsto que la ruta la realizaran unas setecientas personas, aunque es cierto que había otra ruta alternativa mas corta de unos diez kilómetros. Nosotros fuimos mas valientes y realizamos la ruta larga, que eran unos veintidós kilómetros, aunque según compañeros senderistas, les salieron al finalizar veintitrés.
A las ocho y veinte nos pusimos en ruta de los primeros, detrás de uno de los muchos guías que había en esta ruta. El frío se metía en los huesos y había ganas de comenzar a caminar contra antes mejor.
Las primeras estampas que podíamos ver, estaban teñidas totalmente de blanco. Pronto el frío pasó a segundo plano y las primeras rampas nos pusieron a todos con las orejas tiesas.
De los trece senderistas que fuimos, diez optamos por hacer la ruta larga y los tres restantes prefirieron hacer la corta.
A pesar de ir diez, cada uno cogió su ritmo y pronto fuimos desperdigandonos por las duras rampas que comenzábamos a subir. Dos por un lado, otros tres por otro y así fuimos entrando en calor.
El primer avituallamiento estaba colocado en el kilómetro seis de la ruta y quizás para mi sin duda que fue el tramo mas duro, hasta que llegamos a el. Allí nos dieron agua, aquarius, chocolatinas y aguardiente casero. No estuve mucho rato allí, puesto que ya iba solo de los nuestros caminando y sabia que por delante había cuatro compañeros. En mi afán de alcanzarles seguí la ruta como pude, descansando en cada rampa que el cuerpo me lo pedía. Observando el precioso paisaje y contemplando por donde debía de seguir. Esto ultimo ayudaba poco, puesto que solo ver por donde tenia que subir, me agobiaba un poco. Pero la montaña es caprichosa y te da oportunidad de sentir como uno es capaz de sobrevivir a todas las adversidades. Me acoplé a un grupo de cinco amigos y con ellos fui ascendiendo las ultimas rampas que nos quedaban para tocar la cima, la cual estaba sobre los diez kilómetros. Un poco mas abajo estaba el segundo avituallamiento, donde nos dieron, agua, aquarius, fruta y de nuevo aguardiente casero, el cual te espabilaba un poco.
Justo en este avituallamiento di alcance a mis cuatro compañeros y decidimos hacer una parada mas larga y esperar a los demás.
Cuando llegaron estos nos comunicaron que dos de los compañeros que venían con nosotros habían abandonado por diversos dolores. Así que los ocho que quedábamos seguimos la ruta, ascendiendo las ultimas rampas y bajando por lugares llenos de hielo, lo cual hacia peligroso dicho recorrido.
Antes del tercer avituallamiento, decidimos comernos nuestro muerdino, aunque fue mas escaso que otras veces, la verdad que había poca hambre.
Nos quedaban tres horas por lo menos así que pronto estábamos en el tercer avituallamiento, donde después de volver a beber agua y aquarius, nos dieron frutos secos.
Desde allí todo el camino apuntaba hacia abajo, por lo que las piernas lo empezaban a agradecer. La verdad que en ese momento fue donde mas disfrutamos del paisaje y de los compañeros de ruta, que ya eramos capaces de hacer alguna que otra broma.
El cuarto avituallamiento fue el mas entretenido, puesto que estaba instaurado en la alquería de Las Erías, donde nos dieron dulces típicos del lugar recién hecho y un buen trago de vino de la sierra de Gata. Desde allí hasta el final nos quedaba poco mas de media hora y los pies comenzaron a dar un poco de guerra. Las botas se empeñaron en hacer algo de daño y el ultimo tramo del camino le disfruté algo menos.
Pero siete horas después de haber comenzado a caminar, llegábamos los ocho al final de la ruta, donde nos esperaban los demás y un buen plato de garbanzos.
Allí sentados, comiendo, nos contamos nuestras vivencias y orgullosos de haber sido capaz de terminar dicha ruta, para la cual hay que estar preparados. No todos los días uno sube a mil quinientos veinte metros, donde el aire congela y respirar cuesta un poco.
Gracias a nuestros amigos belereños por acogernos como siempre de tan buen agrado, seguro que repetimos mas rutas con ellos porque nos sentimos queridos y nos divertimos juntos.
Nos vemos por las callejas.
La ruta
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