Es
cierto que en el pueblo de Huertas los monumentos brillan por su ausencia,
quitando los más conocidos como pueden ser sus fuentes y el cancho del
resbaladero, poco mas podemos destacar como tales.
Pero yo si creo que existen pequeñas
construcciones no muy antiguas que se pueden catalogar como monumentos. No por
su belleza, pero si por los cientos y cientos de historias que hay a su
alrededor.
Uno de
estos monumentos a los que me refiero es una piedra saliente que en muchas de
las casas antiguas que hay en Huertas solían colocarse para sentarse la gente.
Los llamados poyos servían además de para sentarse, para quedar con los amigos
antes de salir a liar alguna. Así nosotros en los barrios de arriba siempre quedábamos
en el poyo de Isabel, el cual a día de hoy por suerte sigue existiendo. Este
monumento suelo observarle muchas veces desde la puerta de casa de mi madre y
no hay un solo día que no me vengan imágenes del pasado.
Puedo
ver sentada en el a tía Juliana. Anda moliendo con esa boca sin ningún solo
diente, un trozo de pan de hace un par de días. Toda vestida de negro parece
que los años no pasan por ella. Seguirá hay sentada hasta que su hijo Antonio
venga con la lechera llena y cogido del brazo, se la lleve a su casa.
Tío
Juan Cascarilla en tiempo de verano ha regado un poco la puerta y sentado en
este poyo, parece estar merendando un trozo de pan con un buen “cacho” de
patatera encima del mismo. Con la navaja va partiendo rodajas de este manjar
bien curado y a nosotros allí sentados cerca de él, nos entra apetito.
Tía
Isabel sale a la puerta y en una silla de juncos toma asiento. Pronto saldrán más
vecinas a tomar el fresco.
Quini
viene cansado de trabajar y con las botas llenas de estiércol. El pollo le
sirve para sentarse y quitarse las botas de trabajar, para no manchar en casa.
Allí
esperando a que vengan los amigos me entretengo cogiendo las semillas de los
pericos que allí hay sembrados, justo al lado de nuestro monumento. El olor característico
de esas flores jamás podré olvidarlo por muchos años que pasen.
Tía
Petra viene con una especie de caja cerrada, es la virgen que se va pasando de
casa en casa cada semana o quince días. Tía Isabel la dice que a ella no la
toca y que se la lleve a Tía Juana, mi abuela, que anda friendo algo en su casa
y que el olor nos llega a nosotros hasta el poyo.
Tío
Juan Colorín viene con muletas, ha tendido un accidente de coche y anda
escayolado. El poyo le viene de lujo para descansar un rato antes de enfilar
los pocos metros que le quedan hasta su casa.
A tío
Lorenzo se le ha hecho tarde tomándose los vinos y nada mejor que descansar un
rato encima de este poyo y esperar a que el mareo se pase un poco, para poder
llegar a casa.
Tía
Magdalena acude repartiendo la hoja de la iglesia, y el poyo viene de lujo para
sentados encima de el, echar un vistazo a las misas que habrá a lo largo del
mes.
Tío
Luis viene de las gallinas y antes de que yo pueda esconderme, me manda hasta
el estanco a por un paquete de celtas largos, es una obligación a la que no
podemos negarnos ninguno de los niños que andamos por el barrio. Encima casi
nunca nos convida…
Hoy el
poyo esta manchado de negro y dicen los mayores del lugar que alguno de los
pocos conductores que existen en el barrio, se le han llevado por delante. Como
nadie lo ha visto, todos especulan con quien puede haber sido y allí salen los
nombres de todos los propietarios de coches que existen en el barrio.
Es
tarde y los vecinos se afanan en llegar a sus casas, todos vienen de echar de
comer a los guarros y gallinas y pronto estarán cenando, antes de que en la
tele empiece el parte. Pero suelen hacer una parada en el poyo y fumarse un
cigarro antes de meterse en sus casas.
Se hace
de noche y todos los vecinos nos sentamos alrededor de la puerta de Isabel. Los
mas pequeños nos dedicamos a jugar con todas las “Mochuelas” que nos hacen ir
hasta las traseras del pueblo, allí al lado de la cerca “partija”, donde alguna
de ellas anda escondida tapada con una sabana que han sido capaz de quitar a
Josefa sin que se de cuenta. Justo donde termina la última bombilla que hay en
el barrio el miedo se apodera de nosotros y los gritos de unos y otros nos
hacen correr como pollos sin cabezas de aquí para allá. Justo al llegar al poyo
el miedo se nos pasa al ver a nuestros padres allí sentados.
Y así
vamos pasando los meses de verano, entre juegos y calor, deseando que llegue
pronto septiembre, no para ir a la escuela, si no para que llegue octubre y
nuestras fiestas, que sin duda es cuando el poyo de Tío Juan y Tía Isabel,
estará mas descansado.
Felices
fiestas.
Fonta.
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