Matías se levantó sabiendo que la helada estaba asegurada. La
noche anterior el cielo brillaba como hacia tiempo que no pasaba y eso era sinónimo,
de que el hielo haría acto de presencia. La primera tarea del día, después de
un poco de café negro, era la de cambiar el agua a las aceitunas. Las primeras
que había cogido ya las tenia guisadas, y eran reservadas para el día de la
matanza. Estas otras, serian mas tarde guisadas y degustadas en fechas
posteriores. En fechas navideñas, no estaba de más un buen plato de aceitunas
con un mendrugo de pan. Muchas noches era su cena preferida.
El hielo cubría las aceitunas, no era una capa muy gruesa,
pero si le fue difícil de romper. Esto es bueno para dicho manjar, pensaba
mientras rompía el hielo y con agua del pozo, volvía a rellenar los cubos de
aceitunas.
La siguiente tarea era ir al corral de las gallinas, donde
estas esperaban ansiosas a que tío Matías les quitara la “alcotana” para poder
salir. En estas fechas no ponen las muy jodías, lo mejor será ir desviejando y
uno de los gallos, caerá para el arroz del día de la matanza. Las liebres están
caras de conseguir, por eso lo mejor será cambiar el menú y comer ese día un
buen arroz con gallo de corral.
Tía Juana ya estaba levantada cuando Matías entró por la
puerta de casa. Se le veía nervioso, aunque su mujer sabia que todos los años
le pasaba igual en vísperas de la citada matanza. Son muchas cosas las que hay
que preparar y uno tiene siempre miedo de olvidarse algo para ese día. Pero su
salvo conducto mejor para que eso no ocurriera, era sin duda su mujer.
Tía Juana ya tenia
todo comprado, las artesas lavadas, la maquina de llenar estaba deseando de ser
usada. El caldero de las migas, esperaba al pie de la chimenea a entrar en acción.
Que ricas me quedaron las migas del año pasado, pensaba tía Juana en voz baja. Son
trabajosas, pero al ver comer a la gente con ese apetito, una piensa que merece
la pena dicho esfuerzo. El arroz del mediodía le preparará su hermana Catalina,
tiene mucha mejor mano que Juana para darle el toque justo. Tanta cantidad es difícil
de preparar y quedarle bueno.
Tío Matías se acerca al comercio de Eloy, donde este último
apura las ventas matanceras. Tiene de todo para dicho oficio. Desde las tripas,
pasando por las pimientas dulces y picantes, hasta la arroba de vino importada
desde Cañamero y que Matías cargada con ella al hombro, se lleva hasta su casa.
A punto de entrar de nuevo en casa se acuerda de que no ha comprado el hilo
para atar. Algo queda del año pasado pero es mejor que sobre, que no tener que
andar el sábado buscando hilo por las casas de las vecinas.
Al volver al comercio, recuerda que no estaría de más
llevarse también una botella de anís, dado que la coñac no se acaba en su casa.
El anís es mas para las mujeres. Mientras atan y no, entre cogujón y cogujón,
una copita las alegra el día y seguro que como viene siendo habitual años atrás,
acabaran cantando aquella canción interminable que decía en su estribillo: “Que
toma las tres borrachas, que toma las otras tres…” Catalina será la encargada
de comenzar el concierto. Es una mujer muy juerguista a la cual el cante en días
de matanza, la gusta más si cabe. Tía Magdalena con su risa contagiosa, pedirá
que la echen otro poquito de anís, mientras tía Encarna, a la cual el cante no
la gusta demasiado, protestará por lo poco que calienta el brasero que tío Matías,
las ha colocado justo debajo de la mesa en la que las patateras y chorizos, son
embasados.
Antonio, baja escaleras abajo con un tubo preparado para
poner los embutidos en el y luego poder transportarlos con mayor comodidad. Él
es el encargado de colgar en la “enramà”. Que bonita está quedando la habitación
de la cecina. Con los tocinos ya encima de las camas echas de escobas, que con
anterioridad arrancó Matías para la ocasión, casi no coge nada mas en dicho
lugar. Los jamones este año son muy grandes, sin duda que a tío Matías le queda
mucho trabajo por delante, hasta que dentro de un par de años, la familia les
meta el cuchillo, allá para cuando la
Virgen del Rosario, aparezca por la plaza del pueblo.
Cuando la matanza toca a su fin y las mujeres casi han
terminado de llenar, queda lo mejor del día que no es otra cosa que sentarse
todos alrededor de la lumbre, donde tía Petra empezará a contar esos chistes
verdes de la época, que hoy en día los cuentan hasta los niños de seis años y
que por entonces, estaban casi prohibidos.
Entre risas y algún que otro susto por algún “añurgo”
involuntario, el día toca a su fin. Los más pequeños, llenos de patatera hasta
los pelos, son requeridos por sus madres para el posterior baño, los invitados
y ayudantes van saliendo con algún trozo del guarro y algo mas de alcohol en
las venas que cualquier día normal.
Tía Juana y Tío Matías marchan para su casa, cansados y con
la satisfacción del deber cumplido, a pesar de que la matanza para los dueños
no acaba ese día ni mucho menos…
Abuelos, como se os echa de menos...
Muy bonito Marcos,a mi tambien se me han deslizado unas lagrimas al leerlo. Los abuelos son esencia clave en nuestra niñez y ahora se les añora mas que nunca. Un saludo kamarada.
ResponderEliminarOtro capítulo de los que no te dejan indiferente. Un buen homenaje a esas personas y costumbres de una España no tan lejana.
ResponderEliminarUna vez más, un placer leerte.