La
semana pasada nos tocó volver a despedir de este mundo a otra gran persona, de
las que van quedando pocas vivas. Este gran hombre vivía en uno de los barrios más
famosos de Huertas y pertenecía sin duda, a otra de las familias más conocidas
que existen en el pueblo.
Lolete
que en paz esté, se dedicó casi toda su vida al pastoreo. Podías verle todos
los días del año, por cualquier calleja o cordel de todo el berrocal, donde
sentado en cualquier lado que te pudieras imaginar, pasaba las horas y los días
esperando a que sus ovejas comieran todo lo que fueran capaz de tragar, antes
de volver con ellas camino del Calvario, lugar donde tenían su dormidera.
A este
hombre le recordábamos todos los amigos, además de llevar siempre más de una
manga puesta, siendo igual verano que invierno, por tener en su chaqueta
siempre más de tres cajas de cerillas y varios paquetes de tabaco, los cuales siendo
nosotros pequeños, no le importaba compartir con todos los que allí íbamos a
charlar un rato con él, cuando pasábamos a su lado. Lo único que nos decía era ¡”Que
sois mu chicos pa fumar”!, pero haciendo caso omiso a su frase, le pedíamos un
cigarro para todos los que íbamos. Lolete, al que no se le caía el cigarro de
la boca, encendía otro al mismo tiempo con la misma cerilla que había prendido
para darnos fuego a nosotros. Sentados
con él, le preguntábamos que si no tenía calor con aquella chaqueta siempre
puesta, a lo que él nos contaba siempre la historia de la mili, la cual le tocó
hacer en el Sahara. Allí por lo visto tuvo malas experiencias con el sol y a raíz
de aquello, no volvió a enseñarle nunca más sus brazos ni sus piernas desnudas,
al astro rey. Nos decía siempre que estaba más fresco que nosotros a pesar de
tener tres mangas puestas y nosotros solo unas calzonas y a veces ni si quiera
una simple camiseta.
Pero si
por alguna cosa le recordaran siempre más personas, era por su pasión por jugar
al futbolín. Todavía hoy cierro los ojos y le veo allí delante de los mangos
del portero y la defensa, la cual defendía siempre como un jabato, aunque bien
es verdad que el solo usaba el portero, con el que siempre tiraba a la otra portería.
En
aquel bar el futbolín era una pasión y las parejas aguardaban su turno para
poder jugar. Lolete, con su cigarro en la boca y el humo en los ojos, ganaba
partida tras partida gracias a lo bien que dominaba aquel portero, el cual, era
llamado por todos como el buen pastor, Lolete.
La vida
siguió pasando y se fue portando injustamente con nuestro amigo. Primero la
muerte de su madre, a la cual estaba sentimentalmente muy unido, fue un dolor
muy grande que el no pudo superar. Luego la muerte de su hermano Popi, el que
siempre estuvo encima de él y se preocupaba por su salud. Las depresiones
hicieron acto de presencia y su salud fue mermando hasta la semana pasada, día
en que por fin descansó para siempre.
Jamás
podré olvidarme de un hombre tan bueno, como tampoco olvido a su hermano Popi y
a su hermano Manolo “Colorao”. Gente autóctona de Huertas que dejaron una gran
huella en el pueblo y que estoy seguro que siempre permanecerán en la memoria
de muchos huerteños y huerteñas, porque estos buenos hombres siempre se dejaron
querer por todos.
Ahora estarán
los tres juntos, unos haciendo paredes de piedras allí donde estén y Lolete con
sus ovejas pastando, esperando a recogerlas para ir a jugar una partida al futbolín
y poder enseñar a los más jóvenes del lugar, como se juega tan solo con el
portero y casi nunca perder.
Descansen
en paz, siempre estaréis en mi memoria.
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