El
ruido de unos campanillos me sacó de la rutina de poner piedras, trabajo que me
gusta hacer a pesar de ser duro. Allí venia él, detrás de unas cuantas de
cabras y alguna oveja. Todavía años después de jubilarse y venirse del campo
donde estaba, no había logrado amoldarse a la vida nuestra y como muestra de
ello era el verle a diario por los cordeles con sus cabras, a las cuales
trataba como si fueran hijas suyas. De esa manera mataba el gusanillo que todavía
le rondaba por su cuerpo, al fin y al cabo, no había hecho otra cosa en su
vida, que no fuera el ser pastor, oficio que como tantos otros se ha perdido
casi.
Al
llegar a mi lado siempre se para y me saluda. Unos días hablamos del tiempo,
otros de la gente que pasea por el cordel. Ahora últimamente hablamos de las
obras que van hacer en dicho cordel. Tío Domingo siempre habla con mucho
conocimiento de causa y me cuenta que desde hace algunos años, mientras en
otros ayuntamientos de otras provincias buscan pastores para que saquen a su
ganado a los cordeles, para de ese modo evitar en verano incendios, aquí por lo
visto tienen que pagar para poder sacar sus cabras por dichos cordeles. Parece
un chiste el hecho, pero es cierto como la vida misma.
Ahora
el treinta de septiembre se acaba dicho permiso, y ya no podemos pastorear por
las callejas y cordeles, como si eso hiciera daño al campo, me dice con la voz
entre cortada, porque sabe que ese edicto no hace ningún bien a ninguno de los
que aprovechan los pastos de los cordeles, para dar de comer a su ganado.
De las
obras y las maquinas que pululan por el cordel, tío Domingo echa pestes por su
boca. ¿Y este dineral aquí gastado tiene algún sentido? Me pregunta como si yo
tuviera la respuesta que él busca. Si esto es un cordel por donde puede y debe
pasar el ganado, estos señores no tienen por qué hacer de el, una autovía.
Bastante se comieron los anteriores mandatarios, construyendo dentro del, el
parque del resbaladero, donde toda la vida estuvo el corral del concejo, para
meter el ganado extraviado. Seguramente que no había otro sitio en todo el
pueblo para construirle, nada más que ahí.
Con el
dinero que nos cobran a nosotros por pastar con las cabras en el cordel,
preparan estas inútiles obras, que serán aprovechadas por los dueños de motos y
los “bichos” esos grandes de cuatro ruedas, que algún día se llevan por delante
alguna cabra de las mías. Porque no veas la velocidad que traen algunos, parece
que vienen echando una carrera.
En esta
conversación estábamos cuando se quedó mirando el cielo, aquella nube de allí lejos
no me gusta un pelo, voy a por el paraguas que seguro que tira agua. Yo le
miraba extrañado y solo me atreví a decirle que aquella nube, la que el
señalaba, estaba muy lejos. Cinco minutos después, venia tío Domingo con el
paraguas abierto, la nube había llegado rápidamente empujada por un aire
inmenso que empezó a soplar de la nada. Al llegar junto a mí, comenzó a reírse,
y me volvió a señalar al cielo diciéndome que las nubes siguientes tirarían más
agua aun.
De
aquel día saqué varias conclusiones, después de llegar a casa como una sopa,
fruto del agua que me cayó encima, mientras tío Domingo recostado a una pared,
metido debajo de su inmenso paraguas, me miraba y se reía. La gente de campo es
sabia, creo que nos iría a todos mejor si les consultáramos más veces de lo que
lo hacemos. Que no es justo que un bien que hacen los pastores con sus rebaños,
tenga que ser remunerado por los mismos, cuando por ejemplo en Arroyo de la
Luz, el propio ayuntamiento posee ganado para pastar por los cordeles y
callejas y así evitar posibles incendios veraniegos.
Y como
dice una pintada que existe en uno de los puentes que existe sobre la autovía de
Cáceres, esa que costó una burrada y que se cargó más de la mitad de la
dehesilla, aparte de varias callejas e incluso la fuente mítica de “el caño”,
la cual se seca todos los veranos desde dicha construcción, para llegar diez
minutos antes a la capital, los cuatro que la usan.
“Si
esto es el progreso, que vuelvan los carros”