Hace muchos días que no escribo nada en el blog de cuando éramos pequeños, hoy vamos a recordar uno de aquellos días en los que nos escapábamos de casa en plena siesta y nos íbamos a dar un baño al primer sitio donde se nos ocurría, normalmente si era muy entrado el verano, teníamos que buscar los sitios donde el agua aguantaba más, “casillas” por ejemplo era uno de los sitios favoritos, ya hablamos un día sobre ella…..
Hoy quiero recordar otro sitio en el cual éramos expertos en ir, a pesar de estar algo más lejos que “casillas”, solía tener bastante agua y nunca nos encontrábamos allí a nadie, así que era como nuestra piscina privada.
Hace como cosa de un par de años estuve por allí dando un paseo y me vi negro para volver a encontrar aquel charco, aparte me di cuenta de lo lejos que estaba y pensaba como era posible que siendo tan pequeños, nos fuéramos a bañar a aquellos sitios tan lejanos y en plenas siestas, cuando mas calentaba el sol y mas se escuchaba a las “chicharras”.
La verdad que era la única forma de ir, cuando nuestros padres se habían ido ya a trabajar y nuestras madres daban la primera cabezada en el sillón viendo o esperando a ver alguna telenovela de por aquellos años, entonces era el momento de ser mas sigiloso que un ladrón y abrir la puerta sin hacer el más mínimo ruido, volver a cerrar la puerta con el mismo sigilo y salir corriendo hasta el sitio donde habíamos quedado para emprender la marcha todos los amigos hacia la “pesquera del rio Merlinejo”, normalmente siempre se quedaba alguno sin venir porque era descubierto por alguna madre en su afán por salir en plena siesta, pero casi siempre salíamos todos.
Siempre conocí de pequeño ese rio por el nombre de “Marrinejo”, no fue hasta bien mayor cuando me enteré que su nombre verdadero era rio “Merlinejo”, al igual que el nombre de la finca donde estaba la pesquera donde nos bañábamos, siempre la llamábamos “torregùa” en vez de “Torre Aguda”, pero vamos que eso entre Extremeños no es raro, el recortar los nombres de una manera bárbara.
Pues emprendíamos aquel camino siempre orgullosos, como el niño de hoy en día que le dicen que va a ir al “agua park”, más contentos que unas castañuelas a pesar de que nos tirábamos dos horas andando por lo menos, hasta que llegábamos a nuestro sitio de baño. Teníamos que atravesar la dehesilla entera, cruzar la finca de “Don Diego” entera y llegar a “Torregùa”, todo esto a casi cuarenta grados yo diría que algún día los sobre pasábamos, sin agua encima, salvo la de los pozos y fuentes que nos encontrábamos por el camino, que ya los teníamos controlados y hacíamos lo posible para pasar por ellos, recuerdo también aquellas “alpargatas” llenas de pinchos por todos lados, aquellos “langostos” que nos iban saliendo al paso, aquellos lagartos que se cruzaban en nuestro camino y que se libraban de nuestras manos, porque no llevábamos “las picas” y el espejo encima, si no seguramente que su final hubiera sido otro.
Al pasar por el palacio de “Don Diego”, siempre solíamos parar a mirar los nidos de “micales”o mejor llamados “cernícalos primillas”, por si había alguno que tuviera pollos que fueran grandes y venir otro día en busca de ellos, si, aquello por entonces era normal, ahora lo lees y te parece un sacrilegio, pero yo he criado muchos “micales” desde pequeños y nunca se murió ninguno, cuando a él le parecía no volvía nunca más por casa y punto, siempre los teníamos sueltos, recuerdo cuando los ibas a dar de comer, cogías las tijeras que tenían nuestras madres en la cocina, las sonábamos un rato abriendo y cerrando y allí aparecían aquellos “micales”, se posaban en nuestro hombro y los dábamos de comer, langostos sobre todo que era lo más barato que había, aunque también solían comer los recortes de la carne que tu madre te traía, cuando iba a la carnicería a comprar.
Hoy en día eso está prohibido y alguno que lea hoy esto se puede escandalizar, pero os aseguro que era raro por aquellos años, el niño y no tan niño, que tenía en su casa un cernícalo, al cual criaba como si fuera su hijo o hermano, es más, recuerdo que por aquellos años la colonia de cernícalos era muy superior a la que hay hoy en día, pero eso es otro tema...
Dejábamos atrás la finca de “Don Diego" y nos encaminábamos a la “pesquera” sudando como pollos y con unas ganas locas de bañarnos, después de andar un rato entre las encinas enormes que hay en aquella finca, dábamos con la charca donde nos bañábamos.
Yo creo que ninguno de aquellos que íbamos a bañarnos nos había enseñado nadie a nadar, lo primero que hacíamos era asegurarnos de lo hondo que podía estar y por donde estaba más pando para no llevarnos algún susto, después de dos horas andando, allí en calzoncillos algunos y otros desnudos igual que nos parieron, decidíamos a quien le tocaba tirarse el primero para comprobarlo, la verdad que éramos todos de secano y tan solo nuestro amigo Ángel Luis, destacaba de entre todos en lo referente al agua, siempre estaba dispuesto a ser el primero en bañarse, pero como él lo sabia siempre nos hacia chantaje y nos sacaba una “peseta” a cada uno de los que allí estábamos, tan solo por ser el primero en tirarse y comprobar lo hondo o pando
Después de estar allí una hora en remojo, nos volvíamos a poner la ropa y emprendíamos el camino de vuelta, alguna que otra vez nos tocó quitarnos alguna “sanguijuela” antes de emprender el camino, era normal encontrártelas en aquellos sitios de baños, lo único que solíamos decir era que si había sanguijuelas, era porque el agua estaba limpia!!!
Otras dos horas después llegábamos a casa, muertos de sed y sudados igual que si hubiéramos estado en el desierto. Ahora tocaba la bronca de nuestras madres por haber salido de casa en plena siesta y sin decir nada. Solíamos decirlas que si se lo habíamos dicho, pero que como estaban dormidas, no se acordaban de ello. Es verdad que algunos días nos creían, pero otros era fácil que nos lleváramos alguna que otra "colleja", justo antes de mandarte entrar en casa y no dejarnos salir mas. Cuando nos preguntaban que donde habíamos estado, nosotros teníamos preparadas las respuestas que debíamos de dar. Durante estas escapadas nos daba tiempo de sobra de acordar entre todos, lo que debíamos de decir para de este modo los castigos no duraran muchos días. Había que volver pronto a ponernos en remojo.
Por eso hoy en día cuando oigo reñir a niños por el tema del calor y el agua, no puedo dejar de acordarme de aquellos veranos donde alguna vez nosotros fuimos niños.
Otras dos horas después llegábamos a casa, muertos de sed y sudados igual que si hubiéramos estado en el desierto. Ahora tocaba la bronca de nuestras madres por haber salido de casa en plena siesta y sin decir nada. Solíamos decirlas que si se lo habíamos dicho, pero que como estaban dormidas, no se acordaban de ello. Es verdad que algunos días nos creían, pero otros era fácil que nos lleváramos alguna que otra "colleja", justo antes de mandarte entrar en casa y no dejarnos salir mas. Cuando nos preguntaban que donde habíamos estado, nosotros teníamos preparadas las respuestas que debíamos de dar. Durante estas escapadas nos daba tiempo de sobra de acordar entre todos, lo que debíamos de decir para de este modo los castigos no duraran muchos días. Había que volver pronto a ponernos en remojo.
Por eso hoy en día cuando oigo reñir a niños por el tema del calor y el agua, no puedo dejar de acordarme de aquellos veranos donde alguna vez nosotros fuimos niños.
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