martes, 15 de octubre de 2024

Capitulo 1019: Quedamos en el siete. (Articulo del libro de las fiestas 2.024)


 

Dónde nos llevó la imaginación

Dónde con los ojos cerrados....

Como escribió el gran Antonio Vega, así era para nosotros el rincón de la plaza, donde siempre quedábamos todos los amigos del Charpazo, cuando los móviles eran parte del futuro lejano.

Era este el lugar de quedar puesto que estaba en la plaza, pero a la vez, estaba más recogido que cualquier lugar de esta. Si aparcaba algún coche de los pocos que había por entonces cerca del rincón, ya estábamos casi camuflados de todas las miradas o casi todas, de la gente que pasaba por la plaza, ya sea andando o en coche. Así en el “siete”, aprovechamos para fumarnos nuestros primeros cigarros, para darnos nuestros primeros besos de novios con los primeros rolletes de la pubertad, incluso era el lugar desde donde arrancábamos para ir a cualquier lado que tuviéramos que ir a liarla.

Era típico entre los miembros de la peña el oír decir que a tal hora en el siete y si no habías visto a nadie en todo el día para que te dijera los planes que había para ese día, lo mejor era acercarte hasta el “siete” y seguramente que alguno de la peña había por allí sentado o muy cerca.



La cabina de teléfono que había al lado fue nuestro refugio en días de lluvia, cuando el balcón de encima del siete no era suficiente para taparnos del agua que caía, siempre había que meternos en tan estrecho lugar más de cinco o seis personas, con el agobio que aquello nos producía, más aún, después de haber visto la película de “la cabina”, del gran Mercero, que tanto agobiaba ver. Pero para nosotros era un cachondeo el ver como a

pesar de tan pequeño lugar, empujando siempre lograba entrar más gente de la que uno podía imaginar.

En aquella cabina nos enseñaron nuestros amigos madrileños a cómo “ordeñarla” y sacar dinero, cosa que sólo quedó en nuestros sueños puesto que el intentar sacar dinero de la cabina, siempre acababa con algún que otro chinchón en la cabeza, y es que lo malo no fue que nos enseñaran a eso, lo malo fue que nosotros fuimos mucho más burros que nuestros maestros.

El truco era sencillo, buscar un palo de cualquier polo que alguien se hubiera comido, (nosotros pocas veces), a continuación, te metías con tu amigo madrileño que supuestamente para nosotros los del pueblo eran mucho más aventajados, y te decía que cerraras la puerta, una vez allí los dos solos, él te pedía el palo y se ponía a manipular el aparato telefónico un momento mientras te iba diciendo que por lo que sonaba, dentro había por lo menos quinientas o seiscientas pesetas en monedas, así que nosotros habríamos los ojos como el “Tío Gilito” y empezábamos a imaginar en que nos gastaríamos las monedas que nos corresponderían una vez perpetrado el atraco a la cabina. Pero todo se iba al garete cuando tu amigo madrileño dejaba caer el palo del polo al suelo y te rogaba que te agacharas para dársele de nuevo, era ese el momento cuando sabías lo duro que era el teléfono cuando te arreaba con el en la cabeza....



Toda tu alegría se iba a la mierda y el cabreo que pillabas era enorme, pero te quedaba la recompensa de pillar algún amigo o conocido para vengar el dolor de cabeza que todavía te duraba y que milagrosamente se te quitaba, cuando eras tú el que mandaba buscar el palo de un polo para ordeñar la cabina. Si a ti

te habían zurrado bien con el teléfono en la cabeza, la venganza era terrible y el porrazo de uno del pueblo era el doble de doloroso de lo que los madrileños nos hicieron a nosotros.



Y así pasábamos los días de verano, esperando a que octubre nos alcanzara, mientras en el siete unos iban y otros venían. Los que ya curraban por entonces aguantaban un rato más que los estudiantes, que siempre debían de irse antes para repasar, mientras los que ya trabajábamos y manejábamos alguna que otra peseta, nos acercábamos a casa de tía Julia a comprar algún cigarro suelto mientras ella nos preguntaba que para quien era, a lo que rápidamente contestábamos que, para nuestro padre, como si ella se lo fuera a tragar, pero Tía Julia cogía los dos duros si te vendía un ducados y tres duros si era un fortuna y todos tan contentos.

La reunión se terminaba en el siete cuando Anita Flor se iba a la cama, era ahí cuando abría el postigo nos daba una voz a la vez que nos ponía de sinvergüenzas para arriba y remataba diciendo que iba a llamar a la policía y eso por entonces eran palabras mayores, así que no nos quedaba más remedio que levantar el campamento hasta el día siguiente donde otra vez nos veríamos todos en el “Siete”.

FELICES FIESTAS

FONTA.

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