martes, 17 de abril de 2018
Capitulo 907: Peraleda de San Román.
No fue fácil la ruta que hicimos este ultimo fin de semana, a pesar de que cuando la estudiamos para realizarla sabíamos que iba a ser una ruta algo mas larga de lo habitual, pero no contábamos con el terreno tan rompe piernas que nos íbamos a encontrar.
El caso es que a las siete de la mañana nos dábamos cita en el lugar de siempre, esta vez con la novedad de que era sábado, es un lujo el poder contar con amigos que les venga bien ir cualquiera de los dos días del fin de semana.
Comprar el pan y poner rumbo de nuevo a los Ibores, donde estuvimos la semana anterior haciendo otra ruta. Son tan grandes que podrías estar caminando por ellos un año entero y no repetirías ninguna ruta.
La ruta elegida partía desde el pueblo de Peraleda de San Roman, la cual consta de poco mas de 270 vecinos, a pesar de que a simple vista el pueblo parece mucho mas grande. Allí sobre las ocho estábamos aparcando el coche. Los vecinos Peraleos también iban amaneciendo y al vernos con las mochilas colgadas nos miraban algo extrañados. Como la ruta que teníamos pensada no era circular, debíamos hacerla nosotros para poder acabar de caminar de nuevo junto a nuestro coche. Para ello a los 19 kilómetros de los que constaba esta ruta, había que sumar otros cuatro que anduvimos por asfalto para llegar al circulo. Estos kilómetros fueron los primeros que hicimos a primera hora, dado que no nos gusta mucho andar por asfalto y cuanto antes te lo quites de encima mejor. Y la verdad que una vez terminada la ruta, nos alegramos de haberla hecho así, puesto que si lo hubiéramos dejado para el final, nos hubiera costado un mundo andarlos.
Con las piernas a punto después de esto, comenzamos a caminar pegados a un regato que iba hasta arriba de agua, ademas de que la hierba mojada nos iba cambiando el color de nuestras botas. Da gusto caminar ahora por el campo.
El primer lugar que nos encontraríamos sería el puente del Búho, que está situado justo al lado de un molino antiguo en un lugar estratégico y que seguramente que dio trabajo a varias familias. El lugar es precioso y dan ganas de quedarse allí varios minutos escuchando el atronador sonido del agua al chocar contra los restos de la antigua presa.
El regato que comenzamos a recorrer se había convertido en un río hasta arriba de agua y nos da ha entender que el embalse de Valdecañas no debe andar lejos visto el caudal que al pasar el puente, tiene el río.
Y así fue, justo girar a la derecha y de golpe nos dimos con un pantano rebosando agua y que seguro que tendría sus compuertas abiertas visto la cantidad de regatos y arroyos que vamos saltando durante los seis kilómetros que andamos al borde de la orilla. El agua es vida y nada mejor para comprobarlo que pasear un rato por la orilla de un pantano. Varias decenas de especies de pájaros distintas revolotean alegremente por las inmediaciones y la temperatura va ganando grados, aunque todavía no estorba la manga larga que llevamos.
Cuando llevamos poco mas de 8 kilómetros decidimos parar a comernos el famoso muerdino, puesto que un tronco seco de encina nos invita a sentarnos encima suya. El lugar es espectacular para este fin y todos coincidimos en que últimamente somos unos privilegiados cuando paramos a comer.
Sabiendo que nos quedan dos tercios de la ruta decidimos apretar el ritmo pero nos es imposible hacerlo al transcurrir la misma campo a través. Por lo que entre y subir y bajar, cruzar regatos y saltar alguna que otra pared las piernas van acusando el esfuerzo y llega un momento en que nos sentimos agobiados al comprobar que la ruta no discurre por ningún camino.
La experiencia nos ha enseñado a controlar nuestras mentes y cuando peor lo veas lo mejor es pararte, coger aire y mirar a tu alrededor, disfrutar de las vistas y estudiar la situación, con calma siempre las decisiones son las acertadas.
Fue entonces cuando dimos con un camino un poco mas marcado y a pesar de que el gps no nos mandaba por el, decidimos caminar por su senda durante un par de kilómetros, sabiendo que la linea a elegir no estaba muy lejos de nuestros pasos.
Sería el kilómetro 16 o 17 cuando llegamos al cancho castillo, un lugar espectacular y que merece mucho la pena de visitar. No todos los días uno puede contemplar una mole de piedra tan enorme y con tantos vestigios de nuestros antepasados.
La ruta hasta este lugar estaba bien marcada en un pasado, pero lo que es hoy en día deja mucho que desear. No veo que sea tan difícil repasar carteles y colocar los que se hayan caído o algún vándalo haya quitado; es obligatorio que las cosas que quieras enseñar de tu pueblo sea lo mas fácil posible de llegar y hoy en día y con el agua caída hasta la fecha es difícil llegar hasta este magnifico lugar.
Los últimos siete kilómetros hasta llegar al coche fueron donde mas charcos pisamos. La dehesa estaba hasta arriba de agua y tuvimos que abandonar varias veces el camino para no terminar con el agua dentro de nuestras botas.
23 kilómetros después y cansados como si hubiéramos andado el doble, llegamos al coche. Allí echamos un ultimo trago de agua y estiramos un poco para las posteriores agujetas. La ruta había sido dura y habíamos logrado terminarla. Todo un logro que de nuevo los tres mosqueteros, nos apuntamos en nuestras mochilas.
Nos vemos por las callejas.
La ruta
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