De nada les conocía, en lo único que coincidíamos era en las ganas de fiestas que ellos y yo, teníamos por aquellos entonces. Los pocos años que teníamos vividos hacían que quisiéramos comernos el mundo y la verdad es que poníamos mucho interés en ello. Eramos verdaderas máquinas trabajando y nada nos asustaba por aquellos entonces. Cierto es que podíamos haber estudiado si lo hubiéramos querido, pero parecía que trabajando, uno era mas mayor de lo que aparentaba.
Una vez acabado el verano nuestros morenos iban desapareciendo rápidamente de nuestra piel. Seguramente que hasta que no volviera mayo, el color blanco presidiría los meses de otoño e invierno nuestros cuerpos.
Nuestras amigas y amigos estudiantes acababan de empezar el curso y una vez instalados cada uno en sus aulas, lo único que apetecía era salir de fiesta con los nuevos compañeros y compañeras. Las fiestas de los pueblos habían ido terminando. Muchas verbenas y fiestas en verano, pero una vez llegado el otoño dichos eventos brillaban por su ausencia.
La primera vez que escuché el nombre de Huertas de Ánimas, un escalofrío recorrió mi cuerpo.No os da miedo vivir en un pueblo con ese nombre, pregunté a mis compañeros de clase nativos de allí. Ellos reían y reían como si ya estuvieran acostumbrados a dicha pregunta. Las ganas de conocer dicho lugar apremiaban mi mente, aunque no sé si era morbo lo que yo sentía, mas que ganas de visitar un pueblo tan particular.
El hierro tiene que estar barato, me dije para mi nada mas bajarnos del coche. Había recorrido unos doscientos metros montado en el vehículo y a los dos lados de las calles, era lo único que habia podido observar. Verdes, rojos y color metal. Unos mas grandes que otros pero todos usados para el mismo cometido, me figuraba yo.
Lo primero que llamó mi atención de los habitantes de dicho lugar fue la sonrisa permanente en sus rostros. No les pegaba nada esa cara para vivir en un lugar con ese nombre. No es que me esperara muertos vivientes o zombis, pero si quizás gente mas mayor y con menos ganas de fiesta.
La primera cerveza fue vista y no vista. Las prisas por cambiar de bar llamó mi atención. Era obligatorio beber en todos los locales del pueblo. Beber y comer, porque sin duda, eso lo hacen bien.
Aquellas gambas al "ajillo" que me comí en aquel bar, el cual estaba un poco escondido, no he sido capaz de volverlas a probar en ningún sitio.Y mira que es uno de mis platos predilectos y donde las veo, las pido.
Creo que nunca he vuelto a saludar a mas gente sin conocerla de nada que aquella vez que pisé el pueblo de Huertas. Algunos, por cierto, un poco brutos saludando. Esas palmadas en la espalda eran demasiado exageradas para mi pobre estampa. Aparte de los saludos, vi demasiado exagerado el tener que beber sin ganas. No habíamos soltado una cerveza y ya teníamos otra en la barra. Mi economía no era boyante ni mucho menos, pero recuerdo el cabreo que se cogió todo el personal cuando me eché mano al bolsillo y puse encima de la barra aquel billete verde de mil pesetas, que con tanto esmero había logrado guardar en mi bolsillo. Solo les faltó pegarme para que, aquel billete verde, volviera de nuevo al lugar de donde había salido.
El cansancio se apoderó de mi cuerpo en el mismo momento en que se empeñaron en que corriéramos delante de un atajo de vacas. Mira que habían comido y bebido y no veas como corrian hasta los viejos del lugar. Era increíble verles con esas caras de velocidad subir calle arriba hasta una plaza cerrada de barrotes, donde la multitud chillaba según entraba la gente.
Mi poca costumbre a la hora de beber fue haciendo estragos en mi cuerpo, y las vacas cada vez las veía peor. Las capeas por fin terminaron y mi gozo por irnos a descansar se vió de nuevo en un pozo. Ahora nos vamos a la discoteca, me dijeron.
¿Como? ¿Bailar ahora? eso no era bailar, eso era brincar, saltar, a la vez de seguir bebiendo y bien rebozados de la arena de las capeas, formamos un potingue en nuestras ropas que nos quedabamos pegados en cualquier lugar.
No recuerdo como llegué a casa ni quien me llevó. Solo se que a la mañana siguiente, a eso de las diez, cuatro amigos de mis amigos estaban llamando a la puerta para que yo me levantará y nos fuéramos no se donde a comer algo. Yo quería, pero mi cuerpo no podía. Pedí una prorroga y me la concedieron hasta las doce, donde ya me tuve que levantar si o si. No podía ser pensaba yo. Otra vez van a realizar el mismo ritual que hicieron ayer. Pero...como tienen cuerpo para tantas fiestas??
A partir de aquel año, miro a los lados y digo en voz alta cuando llega octubre: !Vamonos pa Huertas, quillo! y mas de un año he sido capaz de engañar a algun amigo, el cual me recuerda siempre aquella primera vez que pise aquel pueblo de nombre extraño, donde sus habitantes ni son zombis, ni mucho menos fantasmas...
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