Fue entrar en aquel lugar echar un vistazo alrededor y pronto comenzar la cabeza a recordar tiempos pasados.
De repente vi a tío Ángel con su banqueta en la mano y en la otra un cubo de cinc, que colgaba del brazo. Iba camino de las pilas de cantería en las cuales se veía el pienso que echaba a las vacas suizas mientras las ordeñaba. Era la única manera de que se estuvieran quietas y no peligrara el cubo lleno de leche. Se daba buena maña para ordeñar a mano y aunque ya había maquinas en algunas explotaciones, sus vacas tardarían en ver dicho artilugio mientras Tío Ángel siguiera trabajando allí.
Con el cigarro apunto de llegar al filtro, todo se pagaba y había que apurarlos al máximo según él, o ¿acaso te regalan las boquillas? pues se está poniendo a un precio el ducados que vamos a tener que volver al caldo de gallinas, aunque una vez que nos empicamos a lo bueno, cualquiera vuelve a fumar esa pólvora.
Tuvo que ser un domingo como otro cualquiera cuando en lugar de ir a misa de doce, los amigos y yo atravesábamos el resbaladero a la carrera para que nos vieran los menos vecinos posibles, no fueran con el cuento a nuestras madres y ya la tuviéramos liada al volver a la hora de comer.
Debíamos de llamar fuerte a la puerta, puesto que a tío Ángel le gustaba atrancarla por dentro, así evitaba que se colara nadie en el tinao mientras el andaba de aquí para allá a sus quehaceres.
Si nos escuchaba pronto no tardaba en abrir, imaginaba por la hora que era que seríamos nosotros y quieras o no, le veníamos bien a la hora de ordeñar, aunque más de alguna vez nos echara la bronca por enredar con las vacas o con los chotos pequeños, a los cuales les poníamos el jersey delante imitando ser Manolete o Curro Romero. Como si los suizos fueran bravos...
Siempre nos dejaba ordeñar alguna vaca, por lo general a la más mansa que era la vaca que mas quieta se estaba aunque la tocaran manos a las que no estaba acostumbrada. De paso el trago de leche directamente de la teta era obligatorio aunque siempre lo hacíamos cuando Tío Ángel no miraba, por si se le soltaba la mano y la colleja no había Dios que nos la quitara.
Cuando terminaba una vaca, nos tocaba sacarla fuera y entrar otra, mientras otros llenaban la pila de pienso, siempre haciendo caso a las indicaciones del vaquero.
Tío Ángel era un hombre encorvado que andaba más deprisa que lo que le daban de si las piernas, pero era el hombre mas bueno y cariñoso que ningún niño de aquella época podía encontrar en todo el pueblo.
"Llévate unos calostros para tu madre, que seguro que le gustan", nos decía cuando paría alguna de las vacas que tenía, o tráete mañana la lechera que te lleves leche por haberme ayudado. Ese era aquel hombre encorvado que tantos y tantos domingos nos enseñó muchas mas cosas que el evangelio según San Lucas o San Mateo, los cuales andábamos luego preguntando a alguno de los amigos que si habían ido a misa, por si tocaba examen de religión en casa mientras comíamos...
Que gusto da volver a lugares que frecuentamos de pequeños, aunque estén en ruinas la mitad de ellos.
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