sábado, 25 de febrero de 2023

Capítulo 1006: En los barrios de abajo.




 Cuando a uno por motivos laborales le toca trabajar por los barrios de abajo de Huertas de Ánimas, no puedo dejar de acordarme del respeto que teníamos los muchachos de los barrios de arriba a dicho territorio. En épocas donde todo se arreglaba a base de guerra de piedras y algún que otro puñetazo entre los muchachos de ambos barrios, uno sabía de sobra que terreno no frecuentar si querías no tener problemas con nadie. Por eso estos lugares uno los conoce menos que donde me he criado.

De los habitantes de dichos barrios van quedando pocas mujeres mayores y muchas de las viviendas están cerradas a cal y canto con el dichoso cartel de "se vende" que adorna medio pueblo. Como hay poca gente joven es difícil que muchas de esas casas se lleguen a vender y el sino de la mayoría de ellas será dar con los tejados en el suelo. Serán un simple recuerdo en las memorias de sus familiares y de los vecinos que logren arraigarse en sus casas sin tener que abandonarlas.

Es cierto que las construcciones de plantas solares alrededor del pueblo ha logrado que algunos de sus trabajadores forasteros hayan podido alquilar algunas de estas casas que incluso dueños o herederos jamás pensarían que podrían sacar redito de ellas. En alguno de los casos ese dinero del arriendo será invertido en las mejoras de dichas viviendas con lo que poder sostenerlas otros cuantos de años mientras esperan que algún alma caritativa se encapriche de ella y logren venderla.

Los hijos de los moradores de estas casas ya echaron raíces donde les tocó emigrar y sus hijos, muchos de ellos ni han conocido el pueblo. Quizás en algún caso poco frecuente se ha visto racear algún nieto en busca de las raíces de sus abuelos o bisabuelos queriendo investigar sobre sus raíces, pero al ver el estado de las herencias y el dineral que hay que invertir en ellas para adecentarlas un poco, desisten pronto.

Mientras en la radio se escuchaba la canción de "norit el borreguito", las vecinas de los barrios de abajo sentadas en sus sillas de madera con el culo de mimbre que "Barrante, el sillero" había reparado una mañana de verano, con sus gafas de culo de botella que pocas veces se limpiaron y que a él no le hacían mucha falta para trenzar aquellos juncos que el mismo recogía en las orillas del rio.

Entre risas y alguna cancioncilla que otra, las vecinas esperaban al consultorio de Elena Francis, donde los guionistas eran verdaderos héroes a la hora de mantener en antena tantos años un programa tan sencillo y a la vez tan escuchado en toda España.



Una tal Juana que escribía a Doña Elena para preguntar si hacía bien al esperar a su marido a la hora de comer con la mesa puesta y su copa de soberano para que "su" hombre entrara en calor, o por lo contrario si debía esperar sin ella puesta y que le ayudara su marido a ponerla y se echara el mismo el "gurguruto" de coñac.

Antes de escuchar la respuesta, las mujeres que andaban zurciendo calcetines y calzones largos se manifestaban a viva voz diciendo "como la va a poner él", ponla tú que te llevas alguna hostia como esté el hule sin poner. Otras decían "que la ponga él" no te jode con el señorito...

Elena, con aquella voz que convencía a todo el mundo empezó diciendo: "Querida amiga Juana: Es de buena esposa querer a tú marido y por supuesto tenerle siempre contento, por lo que además de tener la mesa puesta y su copa llena, deberías de acercarte al estanco a comprar tabaco y tenerle cerca de la botella de "soberano".



Las risas de aquellas mujeres eran escandalosas, pues sabían que ningún marido andaba cerca para mandarlas callar al oír aquella respuesta, que por otro lado, todas cumplían al pie de la letra, incluso más de una aparte de todo eso, iban al comercio con el casco vacío de la botella de vino del día anterior y se llevaban otra para que a su marido no le faltase el vino comiendo aquellos garbanzos que eran el menú de lunes a domingo y que unas veces estaban mas duros que las piedras que sus maridos colocaban en los cientos de paredes que les tocó arreglar.



Hoy Tía Pepa, la única mujer que queda con vida de aquella generación, anda de su casa al corral mas de treinta veces al día, a pesar de que la calle es la misma que existía en los años treinta. El ultimo porrazo le ha dejado la cara como un cristo pero a pesar de ello, no pierde su sonrisa y las ganas de canturrear, aunque cuando la preguntas por la canción que canta, ella te dice que no está cantando....








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