Uno intenta disfrutar todo lo posible de lo que nos rodea, de cualquier pequeño detalle que cualquier día concreto no te llama la atención y que de repente una vez te fijas y eres una persona feliz.
Me gusta hablar con nuestros mayores porque aunque muchas veces no lo parezca, siempre están faltos de conversación y algunos hasta de cariño. Las charlas son amenas y casi siempre empiezan con el tema del tiempo, que si hoy hace mas fresco, que tenga cuidado que hoy va a calentar y también uno se interesa por su salud, aunque todos sabemos que llegando a una edad lo único que le pides a la vida es que no se junten dos dolores a la vez.
Hay que intentar rematar la conversación preguntando por su familia porque es en ese momento cuando a nuestros mayores se les encienden las pupilas de los ojos al recordar que por culpa de lo que nos rodea en estos momentos, hace demasiado tiempo que no ve a sus nietos y la pena se apodera de su corazón. Yo intento animarle diciendo que ya queda menos para verlos y en mi interior pienso en lo que llevamos vivido desde aquel catorce de marzo y todavía no me creo a donde hemos llegado.
Con nuestras mascarillas puestas nos despedimos y ahora mas que nunca te fijas en sus ojos porque entre otras cosas es lo único que nos podemos ver y de ellos está a punto de caer alguna lágrima. No me gusta abandonar una conversación de esta manera y pienso rápidamente en algo gracioso para que mi paisano siga por la calle hasta su casa con la sonrisa detrás de la mascarilla, como siempre me salva el tema del tiempo y le digo en tono jocoso, "hoy no hace falta que hagas lumbre" y mi vecino a pesar de no poder adivinarlo, me despide con una sonrisa que delatan las comisuras de sus cansados ojos.
Sigo hasta mi lugar de trabajo y el calor nos atormenta pero sabemos como combatirlo, muchos años de experiencia a nuestras espaldas y varios veranos con temperaturas extremas que nos enseñan lo que debemos y tenemos que hacer en esos casos, aunque haya gente que se asombre y se quede perpleja al verte encima de un tejado a las cuatro de la tarde, que yo siempre digo y diré, que encima de un tejado siempre se mueve el aire.
Y sabiendo lo que es la vida, si tengo la oportunidad de alternar con algún amigo unas cervezas en cualquier bar lo hago. Porque ese momento me vuelve a dar la razón en el tema de aprovechar cada minuto y cada conversación que suelen estar llenas de recuerdos de tiempos atrás, que aunque siempre decimos que fueron mejores, yo creo que no es que fueran ni mejores ni peores, si no simplemente, otros tiempos.
El teléfono no deja de sonar y eso es bueno a nivel empresarial, aunque es cierto que habiendo pasado por épocas donde nos comíamos los mocos, esto asusta un poco y me creo que no estoy preparado para atender a tantos clientes, aunque poco a poco vamos sacando adelante todo, seguramente que no lo deprisa que quien encarga una obra le gustaría que fuera, pero en estos momentos de la vida es lo que toca. Espero que sean muchos los paisanos que hayan recargado sus niveles de paciencia, puesto que este confinamiento nos ha enseñado que no merece la pena vivir la vida ha este ritmo tan vertiginoso donde casi ni nos parábamos a ver a nuestra propia familia, por el simplemente hecho de saber que están ahí, hemos desaprovechado infinidad de momentos, de conversaciones personales e intimas tan solo por no parar cualquier día y a cualquier hora, haciendo un alto en el camino que nos hubiera fortalecido anímicamente y los hemos dejado pasar.
Yo no estoy dispuesto a seguir ese ritmo de vida donde la estupidez se iba apoderando de nosotros y de nuestras vidas, haciéndonos personas menos sociables y mas independientes sin saber que el ser humano necesita el contacto con los de su propia raza, sin tener que ser iguales en el pensamiento y obra, pero un simple hola o un simple adiós jamás hay que negarlo a nadie, aunque con su pensamiento esté en el polo opuesto al nuestro y por supuesto que seguiremos parándonos a conversar con nuestros mayores que sin duda son los que mas lo necesitan, a pesar de llevar un montón de años subidos en el carro de la vida donde casi siempre nos acordamos de las personas cuando estas se bajan del mismo, siempre demasiado tarde.
Y como dice el grupo extremeño Sinkope en su canción:
Y subo al carro de la vida, con lo bueno y lo malo que tienen los palos que nos endiñan,
Y subo al carro de la vida, del que empujan los años y tiran los días...
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