A las siete de la mañana nos volvíamos a citar en la plaza de Huertas, donde minutos antes comenzaba a llover como si no lo hubiera hecho nunca. Ademas un espantoso aire acompañaba a este agua por lo que la sensación de mal estar volaba sobre nuestras cabezas. Vamos o no vamos. Nos quedamos y volvemos en busca de nuestras camas o quizás buscamos un bar abierto para tomarnos un café. Este dilema sobrevoló nuestras cabezas durante unos diez minutos, los cuales veíamos llover y cada uno para sus adentros pensaba si ir o abortar la ruta.
Teníamos pensado desplazarnos hasta las localidades de Hinojal y una vez completada la ruta en este pueblo, continuar hasta la vecina localidad de Talavan, donde remataríamos la jornada dominical con otra pequeña ruta que recorre este pueblo.
Por eso en un ataque de valentía uno de los allí presentes dijo que nos montáramos en el coche y los otros tres que allí seguíamos viendo llover le hicimos caso y pusimos rumbo hasta la panadería habitual, donde seguía lloviendo de lo lindo cuando compramos el pan.
Podéis imaginar el camino hasta allí, deseando que dejara de llover y ver las primeras claras del día, para poder observar mejor la marea.
Antes de llegar a Caceres el agua nos abandonaba y el amanecer nos acompañaba al llegar a Hinojal, uno de los pueblos que forman la famosa Mancomunidad de los "cuatro lugares", que ademas de Hinojal, la forman Santiago del Campo, Monroy y Talavan.
Poco menos de una hora después desde que salimos de Huertas estábamos aparcando en una de las calles de este pueblo, que en la actualidad cuenta con poco mas de cuatrocientos vecinos, cuando por los años cincuenta y sesenta su población era de mas de dos mil quinientas personas. Muchos de aquellos Hinojaliegos se trasladaron al País Vasco y como me dice un buen amigo de la localidad de Derio, salían autobuses llenos desde allí hasta la localidad cacereña cuando llegaban vacaciones.
La ruta realizada era de unos diez kilometros y no esta marcada por ningún sitio, como no la lleves descargada seguro que te pierdes. Transcurre por lo que a simple vista parece la dehesa boyal del pueblo y son muchas las encinas que nos encontramos, ademas de algún alcornoque y mucha jara, la cual ya nos enseñaban sus flores. El motivo de esta ruta embarcada dentro de las conocidas rutas de la Lana, esta hace la numero siete y llega hasta las ruinas del Molino de Pedro Arias y lo que queda de la antigua presa de contención, donde tuvimos la suerte de toparnos con una piara de jabalíes que nos alegraron la mañana, aunque los vimos desde muy arriba y no mucho rato.
Y desde ahí volvemos por nuestros pasos hasta donde habíamos comenzado a descender y el día seguía dándonos una tregua con el agua, que no con el molesto y fuerte viento, el cual hacia que la mañana fuera o pareciera mas fría de los grados que teníamos.
El muerdino nos le comimos en un merendero que existe junto a un chozo que parecía recién rehabilitado, pero para nuestra pena estaba cerrado a cal y canto, por lo que tuvimos que comer a la intemperie, un muerdino demás de rápido para nuestro gusto, pero el aire te dejaba tieso y una nube que se veía a lo lejos, parecía traer agua.
Recogido el campamento nos comenzó a chispear. No parecía que fuera mucha el agua que nos iba a caer, pero antes de toparnos con el famoso camino de los rodetes y su simpático puente, la nube descargó con fuerza sobre nosotros todo el agua que llevaba. Entre el aire que hacia y la cantidad de agua, el paso por el cementerio de la localidad no nos camelò mucho y justo al entrar por la calle Calvario, dejaba de llover. A punto estuvimos de montarnos en el coche y marchar para casa, anulando así la otra ruta programada. Pero el aire nos secó rápido las ropas y decidimos viendo que no parecía que fuera a seguir lloviendo, acercarnos a Talavan, pueblo que esta a poco mas de ocho minutos de Hinojal.
Aparcamos el coche en la plaza de Talavan, pueblo que en la actualidad cuenta con casi novecientos habitantes, aunque desde lejos, parece mas pequeño que Hinojal. Aunque puede ser que de este pueblo emigrara menos gente.
La ruta allí marcada es denominada como la numero catorce dentro de las rutas de la lana y transcurre desde la plaza del pueblo, hasta la ermita de la Virgen del Rio. El camino tampoco esta marcado en su totalidad, pero no es difícil de dar con el. Incluso nosotros tuvimos la suerte de toparnos con dos vecinos del pueblo que al vernos con las mochilas enseguida comprendieron que íbamos hasta la ermita y nos indicaron la mejor calle para dar con el camino que nos lleva hasta allí.
La ida es muy fácil de caminar, entre paredes de pizarra y encinas, muchas encinas que cuidan de algo de jara que también se encuentra en flor. Esta ruta consta de siete kilometros, por lo que en menos de una hora estábamos en la ermita. Un lugar precioso que regado por el río Tajo, hacen que a uno le den ganas de fotografiar aquel paisaje.
Esta ermita fue construida en mil novecientos setenta y uno y sustituye a la anterior ermita que se encontraba justo al otro lado del río, que antes de construirse el pantano de Alcántara, podía cruzarse con una barcaza y una cuerda que existía, para que los Talavaniegos pudieran desplazarse a los cuatro lugares. Hoy no queda nada de aquello y dicen los paisanos que en época de sequía se puede ver la espadaña de la anterior ermita.
La fiesta de la virgen es en mayo y nos cuentan que los vecinos del pueblo se acercan hasta el lugar para pasar el día de fiesta todos juntos.
La vuelta por el mismo lugar que la ida nos hace sudar, puesto que las primeras cuestas que antes habíamos bajado con dificultad, ahora tocaba subirlas. !Y que cuestas! menos mal que el viento que sopla lo tenemos de espalda y sin quererlo nos ayuda a subir el primer kilómetro. Lo demás pues se anda muy bien y aunque acumulamos en las piernas diecisiete kilometros cuando llegamos al coche, no tenemos la sensación de haber andado tanto.
En definitiva un domingo diferente de lo que acostumbramos, puesto que es la primera vez que hacemos dos rutas juntas. Rutas que si hubiéramos hecho caso a nuestras cabezas, no hubiéramos realizados, perdiéndonos un precioso domingo de febrero, con aire, agua y ratos de sol.
Nos vemos por las callejas.
Hinojal
Talavan.
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