La cantidad de coches aparcados delante de la puerta de entrada te anuncian, que aquello no es un bar cualquiera. Menos aun si del día que hablamos es un jueves y no un fin de semana, que seria lo mas normal por otra parte.
Llegas delante de la puerta y se oye el bullicio que hay dentro. Al pasar a su interior te topas con el suelo manchado de barro, señal inequívoca de que en su interior hay gente que viene del campo. En las ciudades el barro no existe.
Mirando a los pies de los allí presentes, descubres que muchos llevan botas de agua o como las llamamos por aquí, "Katiuskas". Otros sin embargo no las llevan y en su lugar calzan zapatos que brillan o botas de cuero.
El bullicio cada vez es mas insoportable y el agua que cae en la calle parece alegrar a todos los allí presentes. Pedir en la barra es una ardua tarea. Un camarero solo se las apaña para tener a todos los allí reunidos atendidos, aunque es difícil su misión. Uno pide un café con leche por un lado de la barra, otro un descafeinado de maquina por otro lado, al fondo llegan tres señores que quieren tres cervezas, dos de ellas sin alcohol. Cuando ya tienen la cerveza delante, uno de ellos le grita al camarero pidiéndole un pincho, parece que viene con un poco de hambre. Ahora con el plato de aperitivo delante, busca desespera demente unos palillos, para embestir la carne de dicho plato.
En una mesa tres personas discuten sobre temas de ovejas Uno de ellos parece ser que quiere comprar algunas ovejas nuevas, el señor que hay enfrente quiere venderlas y el otro que se sienta con ellos parece ser como el juez de paz, el cual es el encargado de dar fe del trato que allí se está haciendo. Es curioso que no haga falta ni un solo papel, ni tan si quiera una sola firma. La palabra de un hombre es mucho mas poderoso que todo lo demás.
A mi lado un hombre mayor, da síntomas de que se le ha caído encima el bote de colonia. Ese olor, mezclado con el olor a ropa encerrada demasiado tiempo no es nada agradable para el olfato. Sin embargo al hombre se le ve contento. Apura el ultimo trago de lo que a simple vista parece un vaso de vino antes de decirle al ocupado camarero, que le llene de nuevo el vaso.
Un vecino del pueblo le regaña: "Juan que tienes que conducir, ten cuidado con lo que bebes". Este le mira con cara de pocos amigos y en lugar de contestarle, prefiere hacerle un menosprecio con la mano izquierda, a la vez que con la mano derecha, se lleva el vaso de vino a la boca.
Al otro lado de donde estoy, otras cuatro personas cierran otro trato, esta vez se trata de vacas. Así apurando los vasos llenos de cafés, quedan en acercarse a verlas a la finca de uno de ellos. "Nos da tiempo antes de que acaben las mujeres de hacer las compras".
Tres personas releen allí de pie, todos los carteles y anuncios que hay en un tablón puesto para la ocasión. Desde un guarda que se ofrece a trabajar en cualquier finca de la comarca, pasando por otro que vende ovejas merinas, otro vende cabras "granainas", otro vende aperos de labranza. Alguna oferta de puestos de caza también existen en aquel tablón de anuncios el cual para leerle entero, te atrapa cerca de un cuarto de hora. Las faltas de ortografía en dicho tablón se deslizan de un anuncio a otro, se nota que la mayoría de los allí anunciantes son gentes de campo y casi todos con pocos estudios.
Saboreando mi café calentito, asisto a otra conversación de los allí presentes. Uno de los contertulios contaba que con tanta agua caída le era imposible entrar en su finca a echar de comer a las vacas y por lo visto el día anterior se había quedado atollado con el coche. Los demás asentían con la cabeza y uno de ellos contaba lo mismo que el anterior. Decían que el domingo estaban invitados a una montería, de la cual no esperaban hacer mucho acopio de piezas de caza.
Una vez pagado el café, decido irme y observo antes de salir, como el bar se va despejando poco a poco. Es hora de ir a recoger a las mujeres que ya habrán acabado de comprar en el mercadillo todos los enseres que les pueden hacer falta hasta el siguiente jueves donde se volverán a ver, ellos en el mercado con los demás ganaderos y sus mujeres en el mercadillo con las mujeres vecinas de fincas o paisanas de los pueblos de alrededor, donde ademas de hacer sus correspondientes compras, les dará tiempo también a ponerse al día de todo lo acontecido a lo largo de toda una semana entera en sus respectivos pueblos.
Una vez en la calle me cruzo con el señor que había estado bebiendo vino, el cual antes de montarse en su coche me mira y me dice con voz graciosa: "Chico, hasta el jueves en Trujillo".
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