Santoña, Santander, Santillana del Mar.
Nos volvimos a poner en carretera cuatro meses después de haber hecho el anterior viaje a Portugal y la verdad es que había muchas ganas dentro del grupo que nos juntamos para estas aventuras.
A las doce de la noche partía el bus de Trujillo y poco después nos recogía en la rotondina a los que quedábamos por montar para completar el bus.
El viaje se prevé largo y todos los indicios apuntan a que será lluvioso el fin de semana, pero cuando uno sale con esta gente, lo que menos nos importa es el tiempo que haga, puesto que nos amoldamos a cualquier temperatura, llueva, truene o diluvie.
Dentro del bus somos verdaderos especialistas en hacer kilómetros sin dormir, puesto que aunque uno quiera, no es fácil coger postura para echar al menos un picón. A pesar de vernos a menudo por el pueblo siempre tenemos algo nuevo que contarnos y hacer de los problemas de cada uno,, por lo menos en el viaje, que sean menos problemas.
La primera parada espabila al que ha sido capaz de dormir y a los demás nos ayuda a soportar, tomándonos algo, otra tirada de kilómetros que aun nos queda por cubrir.
La ruta prevista nos ilusiona, caminar al lado del mar a los que somos de tierra a dentro siempre es un aliciente que nos emociona a pesar de que el agua prevista nos puede hacer la ruta mas complicada, aunque aun recordamos dentro del grupo la que hicimos en Oviedo, concretamente "La senda del oso" que fue pasada por agua desde que nos bajamos del bus hasta que nos volvimos a montar en el.
La ultima parada para desayunar es cerca del lugar de la ruta, así que lo mejor es meterse algo solido para el cuerpo por si vienen mal dadas. La verdad que tenemos un master en bares de carretera y son decenas en los que hemos parado encontrándonos de todo dentro de ellos. Buenos profesionales, algún camarero desagradecido y otros que uno piensa que para qué habremos parado allí. En este caso las camareras son simpáticas y muy profesionales, que cuando vamos tantos a la vez delante de la barra, debe ser difícil capear a tantos.
La llegada al comienzo de la ruta en Santoña pone nerviosa a la gente, los que optan por no hacer la ruta dejan a los que si la hacen para que se preparen y cojan todos los trastes, mochila, traje de agua, paraguas, etc. No llueve fuerte pero no deja de hacerlo, aunque la temperatura es agradable y el agua fina hasta se agradece en ciertos momentos del recorrido.
La ruta prevista sufre modificación al conocer que hubo un pequeño deslizamiento de tierras y no poder hacerla circular, así que por donde comenzamos a caminar sabemos que volveremos. Es una cuesta algo pronunciada el comienzo, pero nos reconforta saber que bajaremos al regreso.
A la derecha siempre llevamos el mar que parece algo cabreado, la ruta dispone de mucha sombra y comentamos que es propicia para hacerla en verano. No he dicho que la ruta se la conoce como el "Faro del Caballo". Hasta allí se llega el que quiera, puesto que hay que bajar setecientas y pico de escaleras y volver a subirlas, pero somos muchos y muchas quienes decidimos bajar una vez llegados hasta allí. Es algo peligrosa la bajada al estar los escalones mojados y resbalar, por eso lo hacemos sin prisa y cruzando los pies, aunque no es suficiente para ver como alguien pega algún culetazo a la vez que nos asusta a los demás.
Pasado el susto llegamos hasta el faro donde el que quiera sigue bajando alguna escalera más hasta una plataforma que los lugareños tienen como lugar de baño. Hay que tener ganas pensamos nosotros...
Después de inmortalizar el momento y el lugar, toca comenzar a subir tranquilamente... hay algunos escalones que parecen tener mas de treinta centímetros de alto cuando llevas subidos cuatrocientos y cada vez hay que hacer un descanso cada pocos escalones.
La recompensa es comernos el muerdino arriba donde nos esperan quienes han preferido no bajar. El primer trago de la bota sabe a gloria y allí el agua comienza a caer más fuerte, pero aun así, resistimos y terminamos el tentempié antes de emprender el regreso.
Lo hacemos bien, disfrutando de cada rincón de la ruta y del olor a mar que nos acompaña en todo momento.
Una vez en Santoña, toca comprar anchoas y todo lo típico de allí, aunque los precios echan para atrás... Nos montamos en el bús y ponemos rumbo hasta el hotel en Santander, donde pasaremos la noche. Comer y visitar la ciudad, sabemos que el tiempo es justo para todo lo que queremos hacer y eso te hace ser mas ávido y rápido, aunque no por ello dejas de observar una ciudad limpia y llena de gente por todos sus rincones.
La cena es otra oportunidad que aprovechamos para degustar los productos típicos de la zona y todos coincidimos en que hemos elegido bien el restaurante donde optamos por cenar. Las risas y buen rollo nos siguen acompañando todo el día y cuando alcanzamos la media noche en el reloj, toca ir a descansar que ya el cuerpo lo pide y nos queda todavía la jornada dominical para rematar el finde.
El desayuno es una comida importante, hay que hacerlo en abundancia para aguantar lo que nos espera, así antes de las once y viendo la que está cayendo en la calle, nos montamos una vez más en el bús para llegar hasta Santillana del Mar, donde nos queda hacer otro poco de turismo y patear este bonito lugar que merece mucho la pena de conocer. Varios museos y sobre todo las calles ancestrales y sus viviendas, que para los que nos dedicamos a la construcción, nos queda con la boca abierta ver tales casas.
Debemos buscar sitio para comer que las cinco dan pronto y es la hora fijada para volver, nos queda un largo trecho pero con esta gente alrededor los viajes son mucho más amenos y los kilómetros pasan rápidos entre canciones, chistes y recordando historias vividas en otros viajes, que ya llevamos unos pocos juntos y si por bien es, nos quedan otros cuantos.
Otro fin de semana magnifico que metemos en la mochila de las aventuras y desventuras de la cofradía del niño glorioso.
Nos vemos en la próxima.
Intentarémos seguir salvando dificultades,
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