Articulo publicado en el libro de las fiestas, para quien no pueda leerlo:
Llevo tanto tiempo queriendo escribir algo sobre el mejor maestro que he tenido en todo mi corto periplo escolar, que siempre me ha dado un poco de miedo no saber describir a este gran hombre. Que como pasa siempre con los mejores, nos dejó demasiado pronto y demasiado joven, víctima de la maldita enfermedad, que todos sabéis como se llama y que por desgracia, todos hemos tenido algún familiar que nos ha dejado también, por causa de esta misma lacra.
Don Félix Delgado Trigoso fue aquel maestro que cualquier niño de aquellos años soñaba tener. Y digo esto porque los compañeros y compañeras que don Félix tenía al lado, no predicaban precisamente con el ejemplo que sin duda este buen hombre siempre llevaba a cabo y que no era otro que no poner la mano encima de ningún alumno, aunque hay que decir que alguna que otra vez le diéramos motivos de sobra para hacerlo. Infinidad de veces tuvo que ir en busca nuestra al resbaladero, adonde nos escapábamos por un agujero que cualquiera de nosotros había hecho en la alambrada que cerraba el recinto. Alguna oreja colorada era el resultado al encuentro con nosotros, y el que lograba correr más que él, (cosa difícil) se iba de rositas.
Eran los años del cambio en el país y un aire de libertad recorría poco a poco las calles de los pueblos pequeños, como era el caso de Huertas de Ánimas. En sus escuelas del resbaladero, hoy en día habilitadas como centro de la tercera edad, (un hombre alto…perdón, ¿alto? a nosotros nos parecía un gigante), se las ingeniaba todos los días para que nosotros, críos de poco más de cinco años con aires de rebeldía y mucho más espabilados que la generación del Whatsap, fuéramos cada día de la semana contentos a la escuela.
Este hombre con grandes manos y buenos dotes de futbolista, deseaba que llegara la hora del recreo para enfrentarse en cualquiera de los dos equipos que le tocara, a los alumnos que él anteriormente en la clase, había estado machacando sus cabezas para que aprendieran las tablas de multiplicar y para que aprendiéramos a escribir de la mejor manera posible. Estudia que te veo con tu padre de albañil. Estudia que te toca ir a encerrar ovejas con tu padre….. Esas eran sus frases favoritas, sin duda un maestro adelantado a los tiempos que le habían tocado vivir y que quería cambiar el destino que muchos de nosotros llevábamos escrito en nuestras frentes.
En aquellos partidos no te creas que él se lo tomaba a broma, siempre quería ganar y se enfadaba mucho cuando no lo hacía, incluso más de una vez no midiendo bien sus fuerzas, algún que otro balonazo nos llevamos más de uno.
Don Félix era ese tipo de maestro que no le hacía falta poner la mano encima de ninguno de sus alumnos, tan solo le bastaba con levantar un poco el tono de esa magnífica voz de tenor que poseía, para que a cualquiera de nosotros se nos cayeran los palos del sombraje y supiéramos con creces que algo malo andábamos haciendo.
Sabía dar el toque a sus clases para que todos atendiéramos y en las clases de historia y naturaleza, siempre sacaba a relucir sus dotes de gran cazador. Como por aquellos años, raro era el padre que no cazaba, los lunes los buenos días iban acompañados de la pregunta: Víctor, ¿que mató ayer tu padre? O Marcos, ayer emparejé con tu padre y “los coloraos” cazando y no ibas con ellos, ¿estabas malo? Nosotros que sabíamos de este vicio suyo, nos enrollábamos preguntándole que había cazado él, o por donde había estado de caza, o si se había llevado a alguno de sus dos hijos varones con él. De ese modo la primera hora de clase se pasaba volando.
Cuando llegábamos a la puerta de las escuelas y no veíamos el 4-L allí aparcado, nos temblaba todo el cuerpo. Ese día seguro que no venía, y el que le debía de sustituir, aprovechaba para ponernos las pilas y repartir guantazos a diestro y siniestro, como vengándose de nuestra gran suerte que nos acompañaba todo el curso al estar en manos de nuestro redentor.
No me gusta vacilar, pero a mi amigo Vicente Risco y a un servidor, nos adelantó un curso al comprobar que ya sabíamos hacer, todo lo que nos pertenecía en nuestro curso. Por eso creo que siempre fuimos un poco su ojo derecho los dos, y a día de hoy todavía recuerdo su cara, aquella tarde que nos encontramos pasados los años y me preguntó qué carrera andaba estudiando. Su cara se entristeció de manera significativa al escuchar de mis labios que había dejado los estudios y que andaba trabajando de albañil. Creo que solo le faltó llorar y a mí me dio tal bajón emocional, que cuando fui capaz de escribir mi primer libro, del primero que me acordé al tenerle en mis manos, fue de mi maestro Don Félix, al que sin duda me hubiera gustado enseñar y dedicar.
Cuando llegaban las fiestas del Rosario, nos tocaba ir a las novenas de por las mañanas y escoltados por nuestro maestro, desfilábamos hasta la iglesia. No podré jamás olvidar aquella vez que un mal conductor vecino del barrio de la iglesia, en una torpe maniobra, me pasó una rueda por encima del pie. Yo solo pude gritar al notar la rueda y nuestro ángel de la guarda que siempre estaba al tanto de todo lo que nos ocurría a todos, me escuchó desde lo alto del atrio de la iglesia, desde donde pegó tal salto, que en pocos segundos estaba empujando el coche hacia el lado contrario para que yo lograra sacar mi pie. Recuerdo aquel día como si me hubiera pasado ayer. Aquel hombre dando voces al torpe conductor, mientras examinaba mi pie.
En las capeas del pueblo no se perdía ningún solo encierro a pesar de no ser de aquí y le gustaba mucho dar un pase a las vacas que se toreaban por aquellos años. A nosotros no nos gustaba mucho verle torear, puesto que corríamos el peligro de que alguna vaca le cogiera y eso podía conllevar, a que faltase varios días en la escuela. Por eso creo que sufríamos todos sus alumnos mas viéndole torear a él, que a nuestros propios familiares.
Hoy que está de moda el cambiar los nombres de las calles por temas políticos, no estaría de más recordar a quien verdaderamente merece esos reconocimientos. Y que mejor calle para poner su nombre que la de mi barrio, donde sin duda es el lugar después del parque, donde más niños te puedes encontrar jugando. Esos que a mi mejor maestro y maestro de muchos huerteños, le hacían tanto bien.
Por eso donde quiera que estés Don Félix, sabes que siempre te recordaremos, más aun en las fiestas del Rosario donde siempre nos decías cuando se iban aproximando, que aquí no se vuelven a dar clases hasta que no se cante la Salve a la Virgen. Curioso que muchos de aquellos alumnos sin tantas horas de clase en aquella semana de octubre, hoy puedan presumir de buenas carreras y buenos puestos de trabajo…
Felices fiestas 2.015
Fonta