El grupo que hemos hecho sigue más vivo que nunca y es raro no encontrarte con alguien con la que has compartido autobús y no recordar alguna de las muchas batallas que llevamos compartidas.
El viaje previsto era por tierras lusas, las cuales nos gusta patear por lo menos una vez al año y así seguir conociendo pueblos y ciudades de nuestros vecinos portugueses.
El famoso Algarve era nuestro destino, un lugar que en veinte años ha cambiado tanto que si fuisteis por entonces y vais ahora seguro que no conoceréis la mitad.
El viaje como siempre si no te lo montas bien, suele ser un poco pesado, pero los habituales de estas rutas sabemos perfectamente que una vez en tu sillón, comienza la aventura. Intentamos no aburrirnos y rara vez alguno logra pegar una cabezada, a no ser que te "drogues" con algún barbitúrico que te haga dormir más de la cuenta. Nosotros solemos escuchar cantar algún que otro difunto que nos recuerda algún cumpleaños o donde perdió el carro, incluso la "Morita" que es la banda original de cada excursión.
Pepe Domingo nos despierta de nuestro letargo con su voz radiofónica y hace lo posible para que no duerma nadie, aunque siempre hay alguien que no es capaz de abrir los ojos y se sumerge en un bonito sueño.
Josefa Antonia se une junto a Venancia en nuestros cantes nocturnos y pronto el bus hace una de las paradas acordadas.
La primera parada es pronto y poca gente se queda sin bajar del bus, sabemos que va a ser difícil volver a parar en tierras portuguesas antes de llegar a nuestro destino, por eso estamos avisados de llevar algo para desayunar por si nuestro conductor no es capaz de encontrar nada abierto, lo cual vemos que es lo habitual por carreteras portuguesas.
Llegamos de noche al lugar de inicio de la ruta así que no queda otra que esperar a que amanezca para poder contemplar bien los acantilados que nos ofrecerá esta preciosa ruta. Cada uno aprovecha para comisquear lo que ha llevado y sin prisas nos vamos colocando el calzado adecuado para comenzar la ruta con las primeras luz del día.
La ruta se puede hacer por varios caminos y puede ser de nueve kilómetros si no la haces entera o de quince si la haces entera para terminar en el cabo de San Vicente.
Los acantilados son espectaculares y las luces del amanecer se envuelven con las piedras para dejarnos hacer unas fotografías muy guapas.
Da un poco de respeto los desniveles que nos vamos encontrando y es mejor hacer las fotos desde lejos para evitar algún accidente imprevisto.
El muerdino decidimos comérnosle al terminar, puesto que aunque no hace mal tiempo, el aire que sopla es un poco incómodo para parar a comer. Los que no han hecho la ruta, llegan en el bus en busca nuestra para desde allí encaminarnos hasta La Albufeira, lugar donde tenemos el hotel.
Al llegar no nos dan la habitación aun por lo que decidimos irnos a comer cada uno por donde le parezca, lugares hay a montones y me sorprende la cantidad de sitios de comida rápida que hay sin duda que influidos por la cantidad de turistas ingleses que acampan por la ciudad.
Nosotros acertamos en el lugar escogido para comer, un lugar con comida portuguesa, donde la cantidad va de la mano con la calidad y el precio. El bacalao sigue siendo el plato por excelencia portugués aunque los arroces también están para mojar pan, aunque los lusos son de hacer poco uso de el mismo.
Después de probar los orujos para hacer bien la digestión decidimos conocer la ciudad por sus calles repletas de gentes y de tiendas las cuales venden sobre todo recuerdos, con el cuero y el corcho por encima de todas las cosas.
Algunos decidimos irnos en busca de la habitación donde es necesaria la ducha que nos relaje y espabile al mismo tiempo, justo antes de cenar en el hotel donde nos alojamos. La noticia de la cancelación de nuestro viaje en barco hasta las cuevas famosas de la ciudad nos entristece a todos y nos hace cambiar los planes para el domingo.
Pero primero antes de la cena pateamos otro poco la ciudad para tomarnos alguna cerveza del lugar la cual saboreamos tranquilamente justo antes de entrar al comedor donde nos espera un extenso bufet para elegir lo que te apetezca cenar, aunque la comida todavía anda arañando los estómagos.
La gente que no ha acudido en toda la tarde por el hotel deciden irse a la cama, otros volvemos en busca de alguna que otra cerveza antes de caer rendidos en la cama.
Despertarse y bajar a desayunar, ya no hay prisa para ir en busca del barco así que degustamos de nuevo un amplio bufet de desayuno donde algunos dan buena cuenta de varios huevos, fritos, cocidos y en tortilla, de todas las maneras les vienen bien.
Una vuelta por la ciudad en el tren turístico nos alegra la mañana aunque algunos esperábamos descubrir algún lugar nuevo de la ciudad, pero solo nos lleva por la zona más turística la cual habíamos pateado el día de antes.
Una visita por la playa donde ante tal temperatura la gente aprovecha para bañarse, a pesar de estar a últimos de octubre.
A las tres y media hay que estar en el bus para volver al pueblo, así que antes de esa hora nos da tiempo a refrescarnos con alguna que otra cerveza y hay quien prefiere comer antes de emprender la vuelta, otros pillamos un bocata para dar cuenta del más adelante, cuando montados en el bus del 52 hacia atrás, volvemos a comenzar la rutina ( Bendita) de cantar, bailar y reírnos de todo lo vivido durante el fin de semana, el cual ha estado de diez como todos los que organiza la "jefa" Paqui, que sabe que los asientos del 52 hacia atrás, donde van siempre los malotes, tienen nuestros nombres puestos en todos los viajes que se organicen de senderismo, que fue el principal culpable de que a día de hoy sigamos juntos aquellos y aquellas que apostaron por montarse en aquel primer viaje que nos llevó a conocer el "Caminito del Rey" y que seis años después nos sigue permitiendo conocer lugares impresionantes y preciosos para hacernos salir de la habitual rutina.
Nos vemos en el bus allá para marzo, donde volveremos a juntarnos si no pasa nada.
Se os quiere.