TREINTA AÑOS ATRÁS
Corría el
año mil novecientos noventa y dos cuando en las radios de nuestro país sonaban
entre otras canciones, el ritmo del mar de celtas cortos, otro día más de Jon
Secada que fueron números unos junto a los Nirvana, Genesis o Paulina Rubio que
ya venía deslumbrando. Eso en las
radios, que en los radio casette de nuestros coches o mejor dicho, en el coche
de nuestros padres, seguían sonando los chunguitos, los chichos, Bordón Cuatro,
Casta, Los Calis, Junco, Tijeritas y si hacía falta, nos cantábamos el torito
guapo de el Fary.
Con diecinueve
años recién cumplidos, el carnet de conducir recién aprobado, con novia y
currando de peón de albañil uno parecía tener el futuro bien encarrilado,
aspiraba a seguir currando y poder sacar un préstamo para comprarme mi coche y
no tener que andar rogando a mi padre que me dejara el suyo, cosa que por
entonces a los padres no los hacía mucha gracia.
Pero el 92
fue el año aparte de las olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla en que
sorteé para irme a servir a la patria, como se decía por entonces y a pesar de
que ya iban saliendo los primeros objetores de conciencia, a mi me daba un poco
de miedo andar moviendo papeles para eso, mas aun cuando era raro el día que no
veías en la tele algún objetor juzgado y condenado a trabajos sociales y con
alguna multa gorda que pagar. Así que esperé la llamada del ejercito que para últimos
de mayo me reclamaba para rendir cuentas con el ejercito los siguiente nueve
meses de mi joven vida, lo que me hizo de un plumazo perder mi puesto de
trabajo y con ello posponer la ilusión de comprarme el coche que tanto deseaba.
Al ser los
primeros que nos aprovechábamos del rebaje del servicio militar en tres meses
creíamos que aquello iba a ser la pera, sin saber que al cuartel donde íbamos había
remplazos del año anterior que seguían haciendo un año de mili. Eso como podéis
imaginar no les hizo mucha gracia y nos tuvieron puteados los tres o cuatro
meses que les quedaban para licenciarse, menos mal que a los del último
remplazo les quitaron un mes y solo hicieron once meses…
Cuando estos
marcharon ya éramos casi los veteranos y con ello uno iba viendo que el permiso
de quince días que me pertenecía había que apartarle para octubre, aunque eso
me supusiera no pillar ningún día en verano, cosa que tampoco me importaba
mucho.
Cuando llegó
el mes de septiembre y con el los famosos torneos de peñas, ese fin de semana
vine al pueblo con dos colegas del cuartel, uno que jugaba muy bien al futbol
para ayudar a mi peña en el campo de las nieves y otro que bebía como nosotros
o más, para ayudarnos en Viñeros a ganar cualquier concurso que se organizara
de quien aguantaba bebiendo mas y tal. Fue un fin de semana estupendo, nos lo pasamos
genial y mis colegas prometieron volver conmigo al siguiente cuando la tuna
anduviera por las calles de Huertas rondando a mis amigas, que por aquel año
eran damas y reina de las fiestas.
Todo iba de
maravilla en el cuartel durante la semana, hasta que el jueves antes de la tuna
me confirmaron que me tocaba guardia de polvorín y un par de imaginarias, sin
poder cambiarlo con nadie puesto que las cosas no andaban muy bien entre mandos
y soldados, por lo que no me quedaron mas huevos que quedarme allí el primer
fin de semana de las fiestas, con unas ganas de llorar bárbaras al ser el
primer año que me iba a perder las fiestas de mi pueblo.
En la garita
el viernes me canté todas las canciones de la tuna a pesar de que debíamos de
estar en silencio según los mandos, pero a mí me importó tres narices y sobre
las cinco de la mañana la estudiantina salía de mi garganta a duras penas,
mientras tragaba saliva para evitar llorar, cosa que fue imposible al pensar en
mi pueblo y mis fiestas…
Quedaba la
bala del segundo fin de semana, el cual me estaba saboreando desde el lunes a
las siete de la mañana cuando tocaron diana.
En mi cabeza
solo estaba el portarme bien, que no me arrestaran y hacer todo lo que me
mandaran hasta que llegara el viernes a medio día, cuando me soltaran el fin de
semana. Pronto se estropeó el plan puesto que el martes nos formaron a todos
para comunicarnos que el viernes marchábamos de maniobras a San Gregorio (
Zaragoza), la noticia me sentó como una patada en el bajo vientre, no podía ser
lo que me estaban diciendo y a pesar que me presenté en la oficina del capitán
para rogarle que me dejara ir a mi pueblo, me dio igual y el viernes en lugar
de ir camino de Huertas, estaba montado en un tren con destino a Zaragoza…
La semana
siguiente al terminar las fiestas y nuestras maniobras, nos dieron tres días de
permiso y jamás olvidaré lo que es llegar a tu pueblo cuatro días después de
terminar las fiestas. Estaba todo cerrado, ese olor a vacas y meados al cruzar
la plaza me hizo sumirme en una depresión y si quince días antes estaba
llorando en la garita cantando canciones de la tuna, cruzar aquella plaza donde
una semana antes había disfrutado todo el pueblo y ahora un militar con su
petate al hombro la cruzaba esquivando algún que otro vaso de plástico y bote
de cerveza.
Aquel día me
juré para mis adentros que en la medida en que pudiera, nunca más me perdería
las fiestas de mi pueblo y si eso pasara, no volvería a ir al pueblo hasta por
lo menos un mes después de que terminaran….
Pero nadie
contaba con la maldita pandemia que nos ha sacudido estos dos años y que nos
han hecho perdernos las fiestas a todos los huerteños y acompañantes. Muchos
nos han abandonado por el camino y solo quedan ya en nuestras memorias, seguro
que este año les recordaremos en algún momento durante las fiestas e intentaremos
despejar nuestras cabezas de tantas amarguras y disfrutar en la medida que cada
uno pueda de nuestras fiestas, esas que todos hemos comprobado en nuestras
carnes lo que duele perdérselas.
Felices Fiestas.
Fonta.