Y como la distancia nos dejó de asustar hace muchos años, nos atrevemos a seguir conociendo aunque sea en fines de semana, lugares que antiguamente asustaban su lejanía tan solo con mirar los mapas.
Hoy en día puedes salir a conocer cualquier rincón de España un viernes y el domingo estar en tu cama recordando lo bien que lo has pasado. Y digo esto porque algunos todavía nos tachan de locos cuando les exponemos el siguiente viaje y las horas que tenemos por delante.
Este viaje era un poco especial puesto que volvíamos a vernos dentro del bus gente que por culpa de la pandemia, no había vuelto a viajar con nosotros y que por fin han decidido seguir haciendo vida normal, dentro de toda la prevención que debemos tener todavía con el puto virus.
Pues el viaje elegido era Albarracín, uno de los pueblos mas bonitos de España y doy fe de ello, y Teruel, ciudad que me sorprendió para bien cuando fuimos conociéndola poco a poco.
El pueblo de Albarracín te transporta a otros tiempos tan solo cuando empiezas a caminar por sus calles. Es una verdadera pasada ir mirando cada una de sus construcciones y recrearte con el color de la piedra que por allí existe, una preciosidad sin duda alguna.
Encima tuvimos suerte de poder hacer una pequeña ruta los que quisimos por los alrededores del pueblo, por donde el otoño se dejaba ver y el pueblo nos ofrecía unas vistas espectaculares. El lugar del famoso muerdino puede ser sin duda uno de los sitios donde mas he disfrutado de nuestras viandas y de las vistas que allí teníamos delante de nuestros ojos. El tiempo también acompañó y aunque hacía fresco, andando se soportaba bien y la verdad que después de aguantar un verano tan largo en nuestra tierra, apetecía un poco pasar algo de frio.
Y después de volver a montarnos en el bus y llegar hasta Teruel, toca dejar las maletas en el hotel y salir a comer, con el regusto todavía en la cabeza de haber conocido un pueblo tan bonito aunque esté un poco lejos de nosotros.
Con la famosa frase en la cabeza de "Teruel existe", comenzamos a recorrer sus calles y la verdad es que ciudades tan limpias ves pocas en toda España. En mi lista pasa a ser la tercera de las que he conocido, detrás de Oviedo y Zaragoza no he conocido hasta la fecha ciudad alguna.
Sus gentes son abiertas y simpáticas y da gusto preguntar cualquier duda que uno tenga que te responderán con gusto. La comida buena y a buen precio y la bebida poco mas o menos que por aquí. Sus torres son bonitas y se dejan ver desde cualquier lugar de la pequeña y coqueta ciudad.
Despertar en Teruel y asomarte a un balcón es una obra de valentía puesto que el frio te cortaba la cara a eso de las ocho de la mañana, lo bueno es que según iba avanzando el día las temperaturas iban subiendo y así, después de caminar por sus calles un buen rato decidimos bebernos un trago en una terraza que diera un poco el sol, aunque luego nosotros arrepentimos de ello, puesto que hacía calor.
Y las cuatro de la tarde dan enseguida y hay que volver a montarnos en el bus, eso sí, no sin antes haber degustado una buena comida cerquita del hotel, para no andar descalentados de aquí para allá corriendo en busca de las maletas.
Aunque nos queda un rato de viaje la vuelta se hace bien, nos queda contarnos todas las anécdotas e historias que nos han ocurrido por tierras aragonesas donde hemos podido disfrutar de nuevo, de la mano de nuestra jefa Paqui, otro viaje para enmarcar.
Siguiente parada, marzo, Sierra de Cazorla, deseando que llegue pronto y disfrutar de la compañía de amigos viajeros que no temen a los kilómetros.
Nos vemos en el bus.
Fotografías: Jose Fernando, Dartha y un servidor.