lunes, 29 de octubre de 2012

Capitulo 379: Estatuas para todos.





Y a pesar de todas las dificultades que entre unos y otros nos pusieron, pudo mas nuestras ganas de reconocerle su inmensa valía, que todo lo otro. Y después de buscar quien no lo podía transportar hasta el lugar, que en una votación múltiple echa en plena plaza mayor, había sido el elegido. No era una estatua como otra cualquiera, los rasgos que dicha estatua tenía, eran los mismos que a quien iba dedicada, su bombona de butano en una mano y su caja con todos los aperos para soldar y lañar, colgados de su otro hombro, eran exactos a él. Su gorro de lana un poco de lado en su cabeza y su camisa por fuera del jersey acababan por dar el toque maestro a dicha escultura.

Nos costó poco dinero hacerla, el artista elegido después de saber toda la vida del esculpido, emocionado por ella, optó por cobrar solo el material. Nos dijo que era la primera vez que alguien le encargaba tal escultura y mira que a lo largo de su vida, llevaba echa unas cuantas. El ultimo “lañaor”, que bonito oficio nos dijo, aunque parezca lo contrario, se parece algo al nuestro. Reparar aquellas cazuelas, sartenes y todo lo que caía en sus manos, era trabajo de profesionales y en parte de escultores. Esa paciencia que tenia aquel hombre es la misma que debemos de tener nosotros para ejercer bien nuestro trabajo.

El dinero lo recaudamos por los bares, las huchas que pusimos en ellos sirvió para que en menos de un mes, el dinero que hacía falta estuviera disponible. La gente puso lo que pudo o lo que quiso, nadie dijo lo que había aportado, para que figurar en ningún sitio por encima de nadie, al fin y al cabo todos íbamos a una, conseguir tal reconocimiento a toda una vida de trabajo.

Delante de aquella estatua me vinieron a mi memoria las voces que daba para que la gente supiera que iba por la calle; ¡Holaterooooo!. Nosotros al verle salíamos a su encuentro y deseábamos con todas nuestras fuerzas, que alguna de nuestras madres o abuelas saliera con alguna cazuela en la mano. Entonces después de escucharle decir a la dueña de la misma, que la cazuela estaba muy mala y que vería a ver si era capaz de arreglarla, tomábamos asiento a su lado. El se sentaba encima de su cajón, y lima en mano intentaba quedar toda la superficie donde iba a soldar limpia. Nosotros con la boca abierta asistíamos a tal trabajo, incluso más de uno de pequeño, quería estudiar para aprender el mismo oficio, que ilusos, como si aquel oficio le enseñaran en alguna universidad o escuela. Mientras trabajaba en aquella cazuela, nos hacía preguntas como buen maestro. Que tal el colegio, quien era el más listo de todos, que íbamos a ser de mayor, cuando alguno le decía que quería ser “holatero”, se enfadaba con nosotros y nos decía que estudiáramos que aquel oficio no tenia salida ninguna.
Cuando encendía aquel soplete y soldaba aquel agujero en la cazuela, ese olor se nos metía en las narices y nos gustaba tanto, que deseábamos que alguna otra vecina sacara otra cazuela o sartén antes de que él se levantara y se marchara.
¡Bueno niño!, esa era su frase preferida, todo lo que hablaba, fuera a quien fuera, lo acababa con la palabra “niño”….

Llego el camión donde teníamos que montar aquella estatua cuando aún no había dejado de recordar aquella persona. Vamos, es la hora de colocarla donde se merece. Así, los encargados de asentarla en el sitio elegido, montaron en el camión y se dirigieron al mismo. Durante su colocación, fueron muchos los allí presentes y uno de los que pasaban por allí que no estaba de acuerdo con aquella estatua, sin poder aguantarse las ganas de hablar, les dijo: ¿Quién fue este señor para que le tengan que hacer una estatua? ¿Fue cura, alcalde, militar o ministro tal vez? ¿Fue maestro, escritor o periodista?

 Los allí presentes se mordían los labios para no saltar, el mismo que había ordenado la colocación de la ultima estatua en plena plaza de Trujillo, veía mal esta otra, tan solo por no ser alguien de los que había nombrado.

Una señora algo mayor que estaba allí y que había conocido al de la estatua fue la que le contestó:
Este hombre se merece una estatua igual o más que todas las que habéis puesto en la ciudad. Fue un hombre bueno, trabajador y aunque es cierto que alguna que otra vez le cogieron trapicheando con drogas, no es menos cierto que el no hizo ningún daño a nadie, fue malo para el mismo pero jamás señaló con su dedo a ningún vecino que no pensara como él, para que le dieran un escarmiento o incluso acabaran con su vida.

No tuvo que conquistar ningún lugar matando a diestro y siniestro para pasar a la historia. El fue mucho más humilde que todos estos y solo por su trabajo le queremos reconocer.
Bajo un manto de aplausos de los allí presentes, aquel hombre agachó la cabeza y siguió hacia su destino.

Unas voces de fondo llegaron hasta mi cabeza, ¡despierta, despierta, que te has quedado dormido en el sillón! Era mi mujer la que me llamaba, según abrí los ojos, en lugar de ver la estatua que había soñado, vi una televisión en la cual había un programa en el que todos daban voces y no se ponían de acuerdo para nada. Triste y abatido, quise cerrar los ojos y volver a ver aquella estatua que por desgracia, no fui capaz de volver a ver. No conforme con ello, me levanté del sillón y me encaminé hasta el lugar donde había soñado que estaba aquella estatua, por si, por una pequeña casualidad, aquello no hubiera sido un sueño. Cuando llegué a dicho lugar y después de comprobar que allí no había nada, no me pude reprimir y a viva voz grité lo más alto que pude: ¡Holateroooooooooooo!!!!

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