martes, 13 de agosto de 2013

Capitulo 511: Guarros sin patas.



El domingo pasado en una cena familiar, de las cuales nos dimos cuenta de que no solemos hacer muchas últimamente, salieron varias conversaciones que, por lo menos para mí, fueron bastante entretenidas y gratificantes.
Desde que suelo escribir, he cambiado un poco mi forma de ser, aunque ya antes era de los que dejaban hablar a mi oponente y me dedicaba a escuchar. Ahora eso lo hago cada vez más y luego de esas conversaciones, me suele venir la inspiración para rellenar hojas en blanco.

Bien, una de las conversaciones que salió tiene que ver con el título del artículo, que aunque parezca ofensivo, nada más lejos de la realidad. Y como aquí en Extremadura al cochino se le puede llamar de diferentes formas, prefiero llamarles como siempre escuché hacerlo a mis mayores, los guarros.
Según ellos, todos los años criaban varios y era a mi padre y a mis tíos, quien les tocaba sacarlos para que comieran en campo abierto. Era la comida que por aquellos años podían acarrear dichos animales para ser cebados, más aun, cuando en casa de sus dueños dicha comida escaseaba hasta para ellos, contra más para cebar guarros.

Después de estar más de diez meses con ellos por cordeles y callejas, intentando que se hicieran guarros de provecho y poder darse un festín después de sacrificarlos para consumo propio, decían en aquella conversación, que jamás vieron las paletas y jamones de dichos guarros. Daba igual si criabas dos o criabas cuatro, dichas extremidades, lo más exquisito por cierto del animal, en lugar de ir a parar a la mesa de mis abuelos, para que sus hijos en posteriores días vieran de cerca lo que era un jamón o una paletilla, estaban adjudicados a los dueños de tiendas y comercios, los cuales hicieron una labor importantísima en pueblos pequeños, para que sus habitantes no pasaran hambre. Que puede ser que más de uno abusara de aquellas condiciones, seguro que sí. Pero estoy seguro, además dicho por varios de aquellos dueños de tiendas y comercios, que mucha gente se fue de este mundo dejándoles a deber bastante dinero.

El caso de mis abuelos paternos no fue ese, puesto que el convenio que tenían, era ir apuntando a cuenta, hasta que los guarros fueran sacrificados. En ese momento, los jamones y paletillas pasaban a ser del comerciante y la cara de tontos que se les quedaba a mi padre y hermanos era digna de ver, según ellos, al saber que un año más, de aquellos guarros, solo podrían comerse las patateras y algún chorizo en época pastoril. Según mi padre en aquella conversación, los lomos también eran requisados por el dueño de aquella tienda donde ellos, mandados por sus padres, iban día si y día también en busca de lo poco que les hacía falta para ir sobre viviendo. Seguramente que ante tantas cosas apuntadas, las cuatro patas del guarro no eran suficientes para pagar dicha deuda contraída a lo largo del año y por eso los lomos de dichos animales, sumaban para paliar aquel débito.

Pues esta fue una de las conversaciones que mantuvimos en la última cena familiar, en la cual pude contemplar como los más pequeños, asistían igual que yo con la boca abierta a dichas conversaciones, que ellos seguramente, solo han visto en televisión y no piensan que jamás les pudiera pasar a sus abuelos.


Por eso hoy en día, aquellos niños porqueros, se merecen más que nadie un buen jamón, una buena paletilla y un señor lomo. Seguramente que aunque hayan partido a lo largo de sus vidas varios de ellos, no dejan de acordarse de aquellos guarros que ellos criaban a lo largo del año, los cuales perdían las cuatro patas, de la mesa a la artesa, como por arte de magia.

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