miércoles, 30 de octubre de 2013

Capitulo 534: Seguir rezando.



Me encaminé hacia la plaza a pesar de que lo mas seguro, era que tuviera que volver sobre mis pasos como casi siempre todas las mañanas ocurría. Los cuatro “señoritos” del pueblo cada vez venían en busca de menos obreros. A los que se llevaban un día, les hacían trabajar por cuatro y cobrar por menos de uno, pero al fin y al cabo era lo que había, nos gustara o no.
Lo mejor que me podía pasar era que nadie me reclamara y volviera a casa a ocuparme del pequeño, que toda la noche había estado con fiebre. Su madre, la pobre, casi no había pegado ojo. Las medicinas necesarias no estaban a nuestro alcance y a todas las madres, de nuestra clase, no les había quedado mas remedio que volver a los métodos tradicionales de cura. La cebolla partida debajo de la cama, el paño de agua caliente en la frente y sobre todo el rezo. De nuevas a primeras aprendimos a rezar. No es que antes algunos no lo hicieran, que seguro que si, pero ahora toda la pobreza que existía, parecía menos pobreza si se rezaba. Por supuesto que los domingos había que ir a misa. Era un punto ganado a la hora de que te reclamara alguno de los terratenientes que pasaban por la plaza, a por los obreros que allí esperábamos muertos de asco.

Los antiguos sermones rápidos que daban los curas, habían quedado en el olvido y de misas de media hora, pasamos a misas eternas. Aunque la verdad, daba igual estar allí metidos que estar metidos en casa.

Cuando ya me iba de la plaza, acudió uno de los cuatro ricachones dueños del pueblo, por lo visto le hacían falta cuatro hombres para varias faenas en una de sus fincas. El trato estaba claro, tú ibas y no sabias cuando volvías ni cuanto dinero traerías. Lo único claro era que el pellejo te le quedabas en aquella finca.
El “señorito” parece que se fijó el domingo en mi en la iglesia y fui el segundo en subir al maletero de su todo terreno. Durante el viaje no se podía hablar nada, lo único que se oía era al conductor, tararear las canciones que la radio del coche emitía. Este señor años atrás, era uno más de nosotros. Pobre hasta la médula y pasándolas canutas como todos. Lo que cambió su vida fue tener una mujer guapa y fácil. Puesto que de todos era sabido en el pueblo su relación con el jefe. Por eso quizás le teníamos todos mas atravesado aun. Porque él, tonto no estaba y si había llegado a ser lo que era, sin duda que había sido por ese motivo.


Al llegar a la finca, con los huesos doloridos de la postura en la que habíamos viajados, el dueño mandó llamar al capataz, otro “vendido” del pueblo. Este no tenía mujer, pero la mala baba que siempre le había acompañado, era lo que el terrateniente iba buscando. Así que era normal que te tratara peor que al último perro mastín que había en todo el cortijo.

Cuando ya no se veía, el capataz mandó llamarnos para regresar a casa. Con hambre y cansados de la faena nos volvimos a montar en el coche, donde nos esperaba el chofer con una sonrisa propia de no haber hecho nada en todo el día, pero también con la cara de cornudo que el solo podía tener en aquel coche. Su frase primera que nos dirigió a todos, mejor no la cuento, porque todavía se me revuelven las tripas al acordarme de ella.

Cuando uno de los que íbamos, preguntó por el dinero que se nos adeudaba, este con una sonora carcajada nos contestó que las reclamaciones al maestro armero. Y lo malo que lo remató con la misma carcajada asquerosa con la que nos había recibido.
Mañana tenéis que volver, nos contestó casi llegando a casa, así que sin prisas para cobrar.

El niño seguía igual de enfermo cuando entré por la puerta, daba lástima solo mirarle y ver su cara. Yo, que tenía pensado gastarme el jornal en medicinas para él, tendremos que seguir rezando hasta que tengan a bien de pagarme. Esta noche volverá a ser larga y fría y con apenas un plato de sopa metido entre pecho y espalda, será mas duro conciliar el sueño.

Recemos, me dice mi mujer al pie de la cama, es lo único gratis que nos queda…

1 comentario:

  1. Una triste historia que bien podría ser cierta y que sin duda, a más de uno le puede tocar vivir. Cuando las barbas de tu vecino veas cortar ...........
    No sé cómo no ocurren más masacres.

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