jueves, 24 de octubre de 2013

Capitulo 531: Aferrarse a la vida.



Articulo publicado en el libro de las fiestas del Rosario 2.013.





Nacieron en el mismo barrio, uno de los más conocidos del pueblo de Huertas. Sus familias por aquellos entonces, en lugar de vecinos, eran como todas las del pueblo. Aquellos tipos de vecinos que se han ido perdiendo con el paso del tiempo. Donde lo que había en una casa, era compartido por todas las demás y mira que por aquellos entonces había poco, seguramente que esa era una de las causas por las que los vecinos se trataban como hermanos.

La niñez la compartieron juntos, jugando a los mismos juegos y armando las mismas trastadas que por aquellos años se podían armar. Aunque bien es verdad que si se robaba algo de comer, era sin duda por necesidad. Por ese motivo los robos eran más difíciles de realizar, puesto que los dueños de sandiales y melonares por poner un ejemplo, eran más precavidos de lo que pueden llegar a ser hoy en día, cualquier agricultor de la zona. Incluso muchos de ellos requerían los servicios de nuestros personajes, unas veces para espantar pájaros y otras veces para espantar a sus mismos amigos de aquellos sandiales. Así cualquier muchacho de Huertas, una vez que cumplía los siete años, era fácil verle por estos sembrados, silbando y tirando piedras, sobre aquellos bandos de pájaros hambrientos, que desafiaban los arboles repletos de frutos. Su sueldo consistía en alguna de las sandias o melones que por la noche había salvado la vida, en alguno de los atracos realizados por la cuadrilla.

Si desde aquellas edades, hubieran empezado a contar los años cotizados por estos muchachos, en lugar de jubilarse a los sesenta y cinco años como lo hicieron nuestros personajes, lo hubieran hecho con poco más de cuarenta y cinco años. Porque quien se atreve a negar, que espantar pájaros no era un trabajo difícil y sufrido. En el que más de una vez en lugar de cobrar en especias, solían cobrar el otro tipo de dinero que se llevaba por aquella época, que no era otro que algún que otro guantazo de aquellas manos curtidas por el paso del tiempo, las cuales parecían doler más que las manos de sus madres, que también estaban acostumbrados a probar alguna que otra vez. Y como todas las vecinas se trataban como familia, podía sacudir cualquiera de ellas a cualquier muchacho del barrio, nadie le iba a decir nada. No como ahora que si riñes al niño del vecino, o bien viene el padre, o bien la madre a decirte cuatro cosas, antes de averiguar si su hijo está bien reñido o no.

A día de hoy nuestros protagonistas todavía recuerdan el día de su comunión, mas de sesenta años después no logran olvidar como entre todos los niños que la hicieron, resaltaban ellos dos más que nadie. Y no por ser los que más guapos y mejor vestidos iban, sino todo lo contrario, resaltaban sus caras fruto de la pelea que justo el día antes tuvieron los dos, en la cual se arañaron, tiraron de los pelos y por supuesto que se señalaron de arriba a abajo. Piernas incluidas, dado que al revolcarse por el suelo dando vueltas, uno encima del otro y viendo las “calzonas” que se usaban para invierno y verano por aquellos años, era fácil salir como decían antiguamente, “tienes las rodillas como los burros viejos”.

Nuestros dos amigos además de la paliza que se dieron, tuvieron que aguantar también la que se llevó cada uno en su casa cuando apareció con esas señales de guerra, producto de aquella pelea.
Los años siguieron pasando y uno de los protagonistas, junto a su familia, tuvo que emigrar a la capital. Fue duro dejar atrás a todas las vecinas-hermanas y más duro fue para “el Fonta” dejar atrás a su amigo “Rubinche”. A pesar de que normalmente en las fiestas, no solían faltar. Siempre le guardaron el sitio en la peña a la hora de tirar de la soga. Aquellos jamones ganados a base de fuerza, eran degustados por todos, en la taberna de “tío Bidón”, donde entre trago y trago, solían recordar los años pasados, donde unos y otros jugaron siempre juntos. Tampoco se quedaban sin recordar la famosa paliza que ambos amigos se dieron el día anterior a su comunión.

Hoy los dos amigos están compitiendo tirando de la misma soga, como tantos años lo hicieron juntos. Lo único que cambia es el adversario que tienen en frente, que en lugar de ser los que frecuentaban otras tabernas del pueblo, es una enfermedad por desgracia bastante extendida por todos lados y a la que solo vencen los que se aferran fuertemente a dicha cuerda. Lo bueno es que esta enfermedad no sabe, que se enfrenta a dos buenos tiradores de soga, los cuales entrenaron duro durante muchos años, para llegado el caso, poder tener opciones de vencer y ganar el jamón. Jamón que volverá a ser degustado por los amigos que siguen viniendo a sus fiestas, para ellos sin duda, las mejores fiestas del mundo y en las que nadie se quedara atrás nunca, sin haber intentado ganar dicho trofeo.
¡Si se puede!, y ambos amigos lo saben…


Felices fiestas.
Marcos Pandereta.







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