jueves, 5 de marzo de 2015

Capitulo 636: Ruta en Rota.



Aprovechando mi estancia en esta tan cambiada ciudad, decidí hacer una pequeña ruta antes de que me reclamaran para irnos a la ceremonia a la cual habíamos venido mi familia y un servidor.
A pesar de que la noche anterior decidimos empezar la fiesta antes de tiempo, opté por hacer un esfuerzo y levantarme, algo resacoso, eso si.




La ruta estaba claro por donde sería, teniendo la playa a escasos cincuenta metros de mi cama no podía elegir un mejor lugar para empezar a caminar.




Los moradores de tierra a dentro somos verdaderos ineptos al lado del mar y cada simple piedra con la que nos tropezamos en la playa, llama nuestra atención. Casi toda la ruta fui cogiendo y soltando piedras raras, conchas, incluso trozos de cristales redondeados por las olas de forma espectacular. Un pescador llamó mi atención y es que la verdad que me encanta la simpatía que existe por tierras sureñas. Con cualquiera que te pares a charlar seguro que lo haces mas de dos minutos sin conocerle de nada. Según vas subiendo península hacia arriba, los habitantes van cambiando el carácter y en alguna comunidad señalada, no te dan ni los buenos días aunque vayas solo en el ascensor con él. Pero en el sur no se da el caso y este amable pescador me estuvo comentando la clase de cebo usado para la pesca que él pretendía capturar.
La cosa había cambiado mucho según el amigo pescador, el cual se quejaba a viva voz de las pocas capturas y de la cantidad de basura que se acumula año tras año en el fondo del mar y que de vez en cuando, sale a la superficie, dejando una estampa muy triste en playas declaradas bandera azul.




Después de aquella conversación opté por seguir caminando a buen ritmo, puesto que una brisa bastante fresca me daba de cara y empezaba a ser un poco molesta. Las gaviotas sobrevolaban la orilla aprovechando la subida de la marea, para intentar pescar algo. Pendiente de las piruetas de sus vuelos, continué algo mas de dos kilómetros antes de que una especie de pequeño acantilado, unido a la marea que empezaba a chocar contra el, me cortaran el paso. La verdad que no fue un problema, puesto que anteriormente me había fijado que en la parte superior de la playa, una pasarela de madera me venía acompañando todo el rato, apareciendo y desapareciendo según iba habiendo curvas o rectas.



Opté por volver sobre mis pasos hasta que pude acceder a dicha pasarela construida en madera, la cual me iba impresionando a lo largo de su largo recorrido. Es una verdadera pasada el caminar por ella. El ruido de tus pasos sobre la madera, y los continuos sube y baja, hacen de ella un rompe piernas ideal para hacer rutas divertidas y a su vez fáciles de realizar. La hermosura del pinar por la cual transcurre dicha ruta, a la vez que las vistas a la playa por el otro costado, son espectaculares. Tan solo el ruido ensordecedor de algún que otro avión americano, consigue despertarme de mi letargo.




Antes de regresar al punto de partida y como la ruta la hice en ayunas, decidí salirme en una de las escapatorias que tiene dicha pasarela, para ir a dar con mis huesos en un coqueto bar, justo al lado de un picadero de caballos, donde después de un buen café, con su correspondiente tostada de jamón ibérico con tomate y aceite, e intentar enterarme de alguna que otra conversación de varios paisanos que apuraban sus copas de coñac, decidí seguir mi camino y llegar hasta el punto de partida, donde pude comprobar que había recorrido unos siete kilómetros, en una ruta que merece mucho la pena realizar y que incluso, puedes hacerla bastante mas larga si lo prefieres.







Así que ya sabéis, si andáis por Rota alguna vez y os gusta caminar, no podéis perderos esta bonita ruta.









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