viernes, 28 de marzo de 2014

Capitulo 574: Aquel Jueves Santo.




Nervios, ilusión, acojono, intranquilidad, ganas de que pase todo y si puede ser rápido, mucho mejor.
El desconocimiento de primerizos llega hasta tal punto que la rotura de aguas nos pone en evidencia. Que haríamos sin las madres o suegras, siempre están ahí, en su sitio. Sabiendo que en esos momentos son mas necesarias que nunca. Teléfono en mano no tardamos en hacer la llamada. Torpemente intento marcar sin conseguirlo, estos nervios traicioneros cada vez van a mas. Parece mentira que lo tengas todo preparado y estudiado y cuando llega el momento, se te olvida prácticamente todo, de nuevas a primeras.

Montados todos en el coche ponemos rumbo a la capital, intentando que los nervios no te estorben para conducir. Lo mejor sin duda es pensar en lo que se te viene encima. El cambio de vida será a partir de este día brutal. Por mucho que te cuenten no se acerca nada a vivir lo en tus propias carnes.

Sala de espera fría y desamparada. Pocos compañeros de espera y miedo a salir a fumar y perderte el momento. Como si eso fuera llegar y besar el santo.
Entras a acompañar en lo posible en el sufrimiento. Ese maldito pitido se mete en los oídos y duele. Aunque mas duele ver sufrir a tu pareja y no tener el remedio para combatir dicho dolor. La comadrona me vuelve a invitar a que me salga y la verdad es que en cierta medida lo agradezco. No tardo en fumarme un cigarro desesperadamente, como si en una de esas caladas me fueran a venir a buscar.
Pasan las horas y el ritual es el mismo. Pitido tras pitido las fuerzas de mi mujer empiezan a flaquear y la maldita maquina no se calla. Las enfermeras para no perder la costumbre tienen poco agrado. La experiencia de mi madre y suegra es una buena ayuda e intentan animarte y relajarte en la espera. Difícil papeleta según se van sumando horas a la tensa espera.

A punto de producirse el cambio de guardia nos animan diciéndonos que la espera toca a su fin y que en breves momentos la practicaran la cesárea. Lo que sea con tal de acabar con este sufrimiento que seguramente no es nada comparable con el dolor maternal.

En la sala de espera no podemos mas. La veteranía en ese momento se iguala a la novatada. Todos a una y en el fondo de la sala de espera el llanto de un bebé hace que casi sin quererlo, nos abracemos como si estuviéramos celebrando un gol de nuestro equipo.
Tiene que ser ella, tiene que ser ella, repetimos cada vez mas alto. ¿Que cara tendrá?. ¿Estarán bien las dos? ¿Cuando me dejaran verlas?
La tensa espera casi hace que mis nervios se conviertan en lágrimas. Sin saber porque me niego a llorar y me aguanto tontamente las lagrimas, como si estuviera mal visto que un padre novato pudiera llorar.

Un poco mas relajado nos invitan a esperar en la habitación. Muy tarde los abuelos deciden regresar a casa y allí solo en la habitación, me entregan a mi hija. La miro y la vuelvo a mirar. Respira, si respira. La vuelvo a mirar y la madre sumida en la anestesia, intenta descansar después del sufrimiento. Siento un poco de miedo al pensar que estoy yo solo al cargo de la criatura. La vuelvo a mirar e intento memorizar su cara. No soy capaz. Cierro los ojos y no me quedo con su cara. Repito el ritual varias veces y nada. No hay manera. Desisto en el intento y trato de descansar pero no puedo. No me atrevo a cerrar los ojos mas de un minuto.

Doce años después escribo esto como si estuviera en aquella habitación donde aquel día un veintiocho de marzo, cambió nuestra vida para siempre.

 Feliz cumpleaños Andrea, no cambies nunca.









1 comentario:

  1. Otro buen capítulo al que ya nos tienes acostumbrados. Aunque ya algo tarde para ella, felicidades para la txabala y salud para que los veáis crecer.

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