martes, 17 de septiembre de 2019

Capitulo 954: Del Rosario a la Morena.



Por tercer año consecutivo y con una satisfacción que no me cabe dentro del pecho todavía en estos momentos intento describir una nueva aventura que he tenido la suerte de vivir con los mejores compañeros de ruta que uno puede tener en este fantástico mundo del senderismo, que a la vez de lograr que hagamos ejercicio, nos hace practicar y unificar un montón de valores más que sin duda nos hacen a todos mucho mejores personas.

Este año y como me prometieron mis compañeros el año anterior, la salida sería desde el atrio de la iglesia de Huertas De Ánimas para desde allí, lograr el objetivo de alcanzar la lejana villa de Guadalupe.
Sin duda lo mas gratificante de este año entre otras cosas, era saber que seríamos mas compañeros de aventura y eso te anima mucho más para hacer de veterano ante las numerosas preguntas que una vez un servidor, también realizó tres años atrás cuando decidí embarcarme en esta gran aventura.

Después de una semana de mirar todo tipo de paginas meteorológicas donde todas coincidían en que algo de agua nos esperaba durante el camino. Otra nueva experiencia que no había tenido la suerte de vivir en las anteriores veces que fui, donde sin duda el calor fue el verdadero protagonista, esto nos hacía cambiar totalmente de planes a la hora de preparar equipaje y ropas de viaje.

Sin duda la gran novedad de este año era que volvíamos a contar con coche de apoyo,una gran labor que este año ha corrido a cargo de nuestros ángeles de la guarda Tito y Ruben, los cuales han realizado una magnifica labor que solo pueden saber lo importante que es, quienes hemos participado en la ruta. La diferencia que existe entre tener coche de apoyo y no tenerlo es tal, que la ruta cambia totalmente a la hora de la tranquilidad que nos supone saber que tenemos alguien ahí durante toda la ruta, aunque es cierto que durante muchas horas no nos llegamos a ver, la alegría que nos iba suponiendo el ver de lejos el coche, hacía que nos cambiara la cara cada pocos kilómetros, además de ir con bastante menos peso encima

Con todo esto, nos dimos cita en el atrio a las cuatro y media de la tarde. Cuando llegué me di cuenta que este año la ruta estaría mucho mas animada viendo que había caras nuevas que junto a los mas veteranos, harían buenas migas para poder disfrutar todos de esta aventura.

Después de cargar los equipajes en el coche de apoyo y hacernos las fotografías para el recuerdo, nos pusimos a las ordenes de nuestro serpa, Carlos, el mejor guía que uno puede tener a cualquier hora y en cualquier lugar, es tal su nivel para orientarse que no deja de sorprendernos cada año. Los nueve valientes nos pusimos a caminar por las calles de Huertas buscando el cordel que nos pusiera dirección Madroñera. Con los ánimos de nuestras familias y amigos de fondo comenzamos a caminar.

Las nubes cada vez eran mas negras y nuestras sospechas de que nos caería lluvia encima pronto se cumplieron. Algunos se apañaron con paraguas y otros tuvimos que colocarnos los chubasqueros momentáneamente puesto que el agua no era muy fuerte y se podía soportar bien. Después de saltar varias paredes de piedra y alguna que otra alambrada nos pusimos en el cordel que justo un año antes íbamos recordando la calor que pasamos aquellos cinco "locos" que hicimos el camino.

Las conversaciones van y vienen unos con otros, son tantas horas juntos que nos da tiempo de arreglar el país, Europa y el mundo si fuera necesario. Las preguntas de los nuevos nos entretienen y nos hacen recordar el año nuestro de quintos, bromeamos echando algunas mentirijillas para mosquearles pero todo dentro del buen rollo que se respira dentro de este estupendo grupo que se formó muchos años atrás y que nunca ponen ningún impedimento a quienes se siguen uniendo.

El agua volvió a aparecer y esta vez la nube venía cabreada, llevábamos solo ocho kilómetros en las piernas y aquello parecía el diluvio universal. El agua nos venía de cara y nos hacía muy difícil el caminar. Fueron solo veinte minutos pero lo suficiente para quitarnos de un plumazo las ganas de hacer la ruta. Ese momento es duramente psicológico puesto que a estos fenómenos meteorológicos uno no se acostumbra y se te pasa de todo por la cabeza, no hablas con nadie y solo piensas y rezas para ver el momento que deje de llover....

Y dejó, todos íbamos como sopas y una sensación de frío en el cuerpo que nos espabiló a todos. Quitarnos los chubasqueros, sacudirlos y volver a suplicar que no tuviéramos que volver a sacarlos.
Era el momento de comer algo dulce y ahí hicieron su aparición los famosos higos del amigo Andres y unos riquísimos dátiles "subsaharianos" que llevó el amigo Antonio y que los tuvimos disponibles todo el viaje, vaya un envase grande y apretado que no fuimos capaces de terminar...

La primera cuesta seria estaba próxima y era el momento de aconsejar a los nuevos que no se la tomaran muy en serio y que la subieran a su ritmo, dado que algún que otro año esta cuesta le costó algún que otro susto a varios senderistas que hicieron esta ruta.

Una vez terminada la cuesta pronto nos tocaba el primer avituallamiento, había ganas de ver a nuestros ángeles y ver que todos habíamos preparado bien los equipajes. Aquel coche parecía una furgoneta que monta uno de los puestos en el "jueves".

Algunos le metemos mano al bocata de patatera que ya es un clásico en esta aventura y que tanto ayuda a seguir y pelear con los muchísimos kilómetros que todavía en ese punto nos quedan. Nuestros ángeles nos ponen la mesa y están pendientes de rellenar botellas vacías de agua y en todo momento nos dan ánimos para que sigamos con nuestra travesía. Algún familiar también se da cita en este punto para ver como vamos y animarnos para lo que nos queda.

La noche se nos echa encima y los nublados no nos dejan ver a la preciosa luna que nos acompaña. Seguimos maravillados con la temperatura que tenemos y suspiramos para que la lluvia nos respete.
Una alambrada demasiado tensada nos detiene un rato buscando por donde poder saltarla y lejos de preocuparnos decidimos tomárnoslo a cachondeo y vamos de allá para acá hasta que vemos el mejor sitio para cruzar. Unas veces es por encima y otras por debajo, la ruta esta tiene todo tipo de obstáculos.

Hay que sacar las linternas puesto que la luna no nos alumbra lo suficiente y pronto hay que poner la cabeza en modo noche para ir pendientes de mas cosas que cuando es de día. Yo estoy a punto de darme de frente con una vaca si no es por la amiga Marigel que me avisa justo antes de chocarme con ella, el susto es chico...
Es el momento de caminar por el atajo que nos enseñaron los amigos de Madroñera y que fuimos a conocer un mes antes, por esa zona se anda muy bien y solo hay que estar pendientes de no darte con alguna rama de encina en la cabeza.
En ese punto ya se han unido a nosotros Tomas y Toño, que también fueron compañeros de viaje el año antes aunque gran parte de la ruta no les vimos. Es bueno añadir caras nuevas para entablar nuevas conversaciones y nuestro miedo es que los relámpagos que vemos a lo lejos, no se crucen en nuestro camino.

Otra parada para volver a comer algo y por allí andan padre e hijo pendientes de todos, los botes de "reflex" corren por las manos de los senderistas como la espuma y paracetamoles mas ibuprofenos son repartidos para quienes empiezan a tener algún que otro dolor.

Llevamos mas o menos la mitad y a Juanito, uno de los nuevos, le parece que llevamos andado el doble. Los gemelos al parar le duelen y cuando volvemos a ponernos en marcha los primeros metros parece un desfile de cojos aquello, hasta que calentamos motores.

Los diecisiete kilómetros de carretera que nos quedan hasta llegar a Berzocana son de los mas psicológicos, tienes que estar preparado para caminar por asfalto todo ese rato después de llevar en las piernas tantos kilómetros y hay ratos que cada uno va a su bola. Yo aprovecho para ponerme algo de música y evadirme de todo y una bebida energética que me bebí un rato antes parece que me hace efecto. Me encuentro también que me da miedo, no puede ser que no me duela nada y como seguro que será un espejismo, pues no paro en ningún avituallamiento para quitarme del medio todos los kilómetros que pueda. A mi lado el bueno de Juanín que no quiere parar tampoco porque le cuesta un mundo el arrancar y los dos juntos vamos hablando de nuestras cosas y conociéndonos mejor, a la vez que acortamos los kilómetros que nos quedan hasta Berzocana.

El bueno de Jose que también es nuevo este año, viene un poco pegado y todos nos afanamos por darle ánimos y estar muy cerca de él para que no decaiga en su afán por terminar la ruta.
Marigel siempre a su lado, no se queja en ningún momento y su motivación es tal que sabemos que terminará la ruta si o si a pesar de los dolores que una vez llegamos a Berzocana, todos tenemos.

Llegar a este pueblo es ya un logro porque mas o menos tenemos en las piernas 50 kilómetros que rara vez a lo largo del año, ninguno de los que vamos andando solemos hacer. Pero es verdad que llegar hasta allí cuesta, los dos últimos kilómetros de la gran rampa que hay te ponen a tono y si a eso le unes el cansancio del asfalto deseamos de ver la plaza mayor y saber que allí la parada será un poco mas larga.
Este año se unen otros tres amigos a nosotros allí en Berzocana, pero lo primero que siempre hago al llegar al pueblo, es visitar su famosa fuente para descansar en su agua fresca los pies. Cuando llego ya está allí metido el guía que este año va el doble mejor que el año anterior, donde se tuvo que quedar y no terminar la ruta. Conmigo viene Antonio que me da la razón cuando le pregunto si nota el alivio en los pies. Da pena salirte de la fuente, pero tenemos que ir a la plaza y reunirnos con los demás que por allí andan cenando. Con la muda limpia uno está mejor y ya solo queda meterme entre pecho y espalda un buen boca de Mortadela regada con una litrona fresca que sin duda me tiene que dar ganas y fuerza de terminar los 20 kilómetros que nos quedan.

El personal va un poco tocado, la pellejada de agua de la tarde anterior ha hecho mella en todos los del grupo y el que mas y el que menos tiene algún dolor en el cuerpo.

Por eso lo mejor es ponernos de nuevo a caminar y quitarnos cuanto antes los cinco kilómetros que nos quedan de carretera hasta la rotonda que sin duda para mi los tres años que he ido, han sido los mas largos y aburridos de toda la aventura.

La noche se niega a abandonarnos y los primeros pasos por el camino difícil y sinuoso de Isabel La Católica nos hacen poner tiesas las orejas para no caer. Así y todo hay varias caídas y en una de ellas fallece un móvil...
Este tramo también merma la moral de los nuevos que no hacen nada mas que preguntar si queda mucho que andar por vereas de esa índole.

Ya nos queda poco y cada uno va caminando como puede, Juanín con su peculiar estilo, Jose aceptando todos los ánimos que podamos darle y Antonio no se queja y se limita a caminar al mismo ritmo de los lentos, entre los que me encuentro porque no soy capaz de andar mas deprisa. Lo importante es llegar tarde lo que tarde.

Los últimos tres kilómetros son eternos, desde que divisamos Guadalupe hasta que llegamos parece que andamos mas de diez. Antes de afrontar las ultimas cuestas nos esperamos todos y esa sensación de entrar por debajo del arco sigue siendo igual de emocionante que el primer año que lo hice. Allí hay que hacer foto obligatoria y la siguiente es ya en el atrio del monasterio el cual luce majestuoso como siempre.

Queda para los creyentes, dar las gracias y pedir salud a la Morena para el próximo año y después lo suyo es reponer líquidos y comprar el famoso numero de lotería que todos los años.
Después de saludar a mi amiga Rocio nos montamos en el coche para volver a casa. El camino de vuelta le pasamos entre cabezazos y bostezos y la sensación de haber de nuevo hecho historia.

No se si volveré o no, pero siempre podré decir cuando viva en el asilo, que fui tres años seguidos andando a Guadalupe con unas personas increíbles que merecen mucho la pena.
Ojala y el año que viene se apunte mas gente porque seguro que no se arrepentirán.

Fotografias: Ruben Mateos.






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